En la vida, descubrir los rincones más recónditos de nuestro planeta es el sueño de muchos. Y el periodista Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981) está cumpliendo esa meta. A través de su último libro, Quijote en el Congo, el corresponsal plasma sobre el papel la aventura de su vida, la de recorrer el río Congo y descubrir cada rincón en una travesía de varios meses y 4.700 kilómetros de extensión.

¿Qué le hizo querer dedicarse al Periodismo como medio de vida?

Recuerdo siempre a mi madre escuchar mucho la radio, leer periódicos en casa... Pero en mi casa no hay ningún tipo de tradición más allá del estar interesado por el mundo. Y me gusta mucho escribir. Además, mi padre, cuando éramos pequeños, en lugar de contarnos cuentos, nos contaba libros. Y yo creo que eso también de alguna manera me hizo interesarme por el mundo y por África en particular. 

¿Qué historias les contaba?

En vez de contarnos los cuentos habituales, nos contaba trozos de libros. Recuerdo El viejo y el mar, o El lazarillo de Tormes, que para mí eran cuentos que me contaba mi padre. Trozos de El Quijote también, y uno que me gustaba mucho, que era un capitán de quince años, y hay una historia en la que rompen los astrolabios y las brújulas, y él cree que va hacia América y acaba en África. Y mi padre nos colocaba en ese cuento, y mientras mi hermano Dani subía a una palmera y veía una jirafa, yo iba con el machete abriendo las lianas y escuchaba el rugido de un león, y mi hermana veía en un lago un hipopótamo. Entonces, íbamos corriendo a donde el capitán y le decíamos que le habían engañado y estaba en África. Yo ese cuento recuerdo que me fascinaba. Ese yo creo que fue el primer clic que hizo que esa tierra me fascinara. 

Pasar de ese mundo de imaginación a poner un primer pie en África, ¿cómo fue?

Yo vengo de una familia que no ha viajado nunca porque no podía. El viajar para mí empezó a ser un descubrimiento creo que a partir de las montañas. Me gusta mucho el alpinismo, y hacía cordada con mi hermano, y eso era lo que nos llevaba. Yo entendía el viaje como ir a la montaña. Luego poco a poco me di cuenta de que había mucho más mundo a los pies de esas montañas y empecé a viajar. Mi primer viaje fue con poco más de veinte años a Mali, porque había caído en mis manos el diario de René Caillié, el primer explorador extranjero que llegó a la ciudad de Tombuctú y salió vivo para contarlo. Seguí sus pasos, me metí en una canoa doce días intentando describir lo que veía y compararlo con el diario, y así es como empezó ese primer viaje a África. 

¿Qué siente de la información que nos llega desde uno de los mayores continentes del mundo?

Que falta casi todo. Estalla una guerra en Sudán y parece que venga de ayer. Solo se informa de los tiros, y los tiros se anuncian mucho antes. Y ese contexto nos falta a menudo. Es un continente, yo siempre digo, silenciado, no olvidado. Nadie tiene culpa de olvidarse las cosas. En cambio, silenciarlo ya es algo más...

¿Consciente?

Sí, y eso ocurre muchas veces. Cuando hay que decidir de qué informamos se decide informar de una cosa u otra. Y luego hay una cuestión de paternalismo. Mi amama siempre dice que el Infierno está empedrado de buenas intenciones, y yo creo que la información de África también muchas veces. Ese intento de acercarse a ese continente con un cierto paternalismo tampoco hace buena ayuda, porque sería imposible pensar que podemos informar de Estados Unidos solo de la mano de las ONG por ejemplo. Evidentemente, las ONG hacen un trabajo y se puede informar de cosas, pero no se permitiría que alguien informara de China o Estados Unidos de la mano de las ONG únicamente. 

¿Con qué poso cree que se van a quedar los lectores tras adentrarse entre las páginas de Quijote en el Congo?

Tengo muchos colegas que se han cagado en mí porque dicen que les he hecho sufrir. Yo espero que terminen con ganas de descubrir una tierra que es compleja, diversa pero maravillosa, conscientes de que no solo hay un Congo tenebroso, misterioso o violento, sino uno de luz, intelectuales y artistas que vale la pena descubrir. En definitiva, creo que un proyecto así es un intento de abrir una ventana. Cuanta más gente esté dispuesta a asomarse, creo que mejor. Además, en un momento en que el discurso del miedo crece tanto, creo que la única manera es construir puentes, invitar a cruzarlos y decir: “Miremos allí”.