EN 1945 y una vez terminada la Guerra Civil, el Estado español mostraba ya sin tapujos su nueva y verdadera cara de estado omnipresente y omnipotente, y para ello se había reforzado la vieja figura del gobernador civil, que era la máxima representación política del Gobierno central en cada una de las provincias. En Pamplona, por aquel entonces, se estaba levantando una nueva sede para dicha institución, y se hacía en el Segundo Ensanche, en la plaza que en el año 1936 había sido dedicada al gerifalte golpista Emilio Mola Vidal.
La fotografía muestra el edificio en la última fase de su construcción, puesto que puede apreciarse que, tras el vistoso andamio de madera, el inmueble está prácticamente finalizado. La calle Navarro Villoslada, hacia la izquierda, parece ya bastante bien configurada, aunque vemos que las casas de Baja Navarra no se corresponden con las que hoy en día podemos encontrar allí. En cuanto a la propia plaza de Mola, está claro que su urbanización andaba aún muy verde. Falta la casa de la izquierda, aunque se ve que el solar está ya marcado y vallado para iniciar su construcción. En cuanto a los personajes, vemos que un hombre con traje y txapela y una mujer vestida de oscuro acaban de cruzarse ante la fachada del futuro Gobierno Civil, él caminando hacia Carlos III y ella llegando ya a la avenida de Baja Navarra, que por entonces llevaba el nombre del Generalísimo Franco. Vaya tela.
HOY EN DÍA podemos ver que el edificio que se estaba levantando en 1945 obedecía al espíritu y a la estética de la arquitectura del régimen a fines de los años 40, de notoria inspiración castellana e imperial. Muestra resabios de adusto clasicismo y clara influencia escurialense, con sus tejados de pizarra dotados de mansardas, y sus pirámides y bolas herrerianas. Oscuro, triste y opresivo como el mismísimo Escorial.
Desaparecieron del callejero los nombres de Mola y de Franco, pero no así el Gobierno Civil, en cuyas dependencias se produjeron algunos de los más lamentables episodios de la dictadura franquista. Tal vez por eso, en 1997 el triste recuerdo de los gobernadores civiles quiso "blanquearse" un poquillo mediante el cambio de nombre, al pasar a llamarse Delegación del Gobierno, aunque la esencia del cargo no fue alterada. Sigue siendo un puesto nombrado a dedo desde Madrid, con el único fin de situarlo por encima de las autoridades elegidas en cada lugar y garantizar su control. Al margen de eso, de vez en cuando protagonizan algún curioso sucedido, como el de la corrida de toros de los últimos Sanfermines, cuando la señora delegada marchó a destiempo a los baños de la plaza, incumpliendo las normas por las que ella misma debería velar, y terminó teniendo que sprintar delante de Cantinillo, un morlaco muy poco respetuoso con la incontinencia de la gobernadora. Lo dicho, vaya tela.