tafalla - La familia Beitia, natural de Loiu (Bizkaia), lleva más de 50 años participando en la Feria Caballar de Tafalla. El primero en acudir a esta cita ancestral fraguada en el siglo XV, fecha en la que el rey navarro Carlos III otorgó a la ciudad del Cidacos el privilegio de organizar esta feria, fue Marcelino Beitia, ya fallecido, quien recorría los 205 kilómetros que separan estas dos localidades para vender una veintena de potros de la raza Burguete. Eran otros tiempos. En aquel entonces los ganaderos exponían sus ejemplares en las inmediaciones de la Ikastola Garcés de los Fayos. Un lugar más céntrico pero "menos preparado para albergar animales", asegura Iñaki Beitia, hijo de Marcelino, quien lleva más de la mitad de su vida, 36 años para ser más exactos, sin faltar a la cita.
A sus 56 años, Beitia es un testigo de excepción del declive que está experimentado esta feria, que en las últimas décadas ha pasado de acoger mil cabezas de ganado a las 146 que se registraron ayer. "Más que pesimista soy realista. Antes veníamos de víspera para hacer tratos y ahora, por no venir, ya no vienen ni los valencianos porque no les compensa económicamente", comenta a la par que insiste en que "la gente que se acerca a la feria, pasea, mira, pero no compra", lo que demuestra que los ganaderos continúan visitando Tafalla "por afición". El precio del ganado caballar también ha sufrido una caída notable. Tanto es así que los ponis o potros "hace 20 años valían más de lo que valen hoy. Si antes constaban 50.000 pesetas ahora valen 25.000", subraya Beitia, que ayer estuvo arropado en todo momento por su hija Olatz, de 27 años.
Licenciada en Psicología, la joven ha decidido tomar las riendas de la explotación familiar y dedicarse tanto a la cría como a la compraventa de ponis, sobre todo de la raza Shetland, porque lo ha mamado desde la cuna. "En casa siempre he vivido esto y me gusta mucho a pesar de que no se puede vivir de ello. No da dinero. Para que sea rentable tienes que montar una explotación con carnicería", dice. De ahí que desee ejercer como psicóloga "y que la ganadería sea un añadido", aclara.
Las numerosas trabas burocráticas tampoco ayudan a que la tradición caballar, la que se ha ido transmitiendo de generación en generación, prospere. Da fe de ello otro joven, en este caso el navarro Mikel Aguirre, de 26 años y natural de Etxarri Aranatz, que lleva desde los 13 acudiendo a la feria de Tafalla. "Ahora todo son pegas. Por si fuera poco el precio del gasoil, para acudir a una feria necesitas número de explotación, carnet de manipulador de ganado y que el vehículo en el que transportas los animales esté desinfectado y tenga autorización para este cometido", enumera. Por lo que no es de extrañar que la verificación, por parte de la autoridad competente, de que todos los papeles están en regla tarde en realizarse más de 30 minutos de reloj.
"El control es excesivo", añade al hilo Alfredo Amador, de Navarrete (La Rioja), quien asegura que la espera "compensa". Y no es para menos porque en pocos minutos el riojano vendió los cinco caballos de raza Española con los que había viajado hasta la localidad.
La otra cara de la moneda es la que encarna Andrés Goñi, propietario de cinco carnicerías de carne de potro en Pamplona. Y es que a raíz del hallazgo de carne de caballo sin etiquetar en hamburguesas y productos precocinados en varios países de la Unión Europea, han sido múltiples los médicos y nutricionistas que han elogiado sus características nutritivas. "No hay mal que por bien no venga. En los últimos meses hemos ganado clientela y eso es porque la carne de potro tiene muy poca grasa y es muy rica en hierro", explica. Asimismo opina que este tipo de ferias se han convertido en "puntos de encuentro" para entablar relaciones comerciales a medio-largo plazo. "Es como una lonja", subraya al respecto. Esta nueva realidad es precisamente la que se resiste a perder el Ayuntamiento, institución que velará para que la tradición perdure.