Lope de Aguirre, el inmortal
Pocos personajes de la conquista, colonización y saqueo de América entre los siglos XV y XVIII han sido objeto de más atención y de peor trato por los historiadores, con excepción muy escasa
Es, quizás, el protagonista más vituperado y maltratado de la conquista, el saqueo a sangre y fuego, que no otra cosa fue, del Nuevo Mundo, de la inmensa tierra que Cristóbal Colón confundió con las Indias (de ahí el nombre atribuido a sus pobladores legítimos) y acabó por llamarse América en honor al cosmógrafo y mercader italiano Amerigo Vespucci, luego naturalizado español como Américo Vespucio. El guipuzcoano de Oñate o de su vecino barrio de Araoz, Lope de Aguirre es universalmente conocido por su participación en la aventura de El Dorado o Eldorado dirigida por el Justicia Mayor Pedro de Ursua, natural de Arizkun, valle de Baztan, contra el que se rebelaría y al que junto a su amante Inés y otros acabaría matando.
Y es un personaje estudiado, conocido y valorado fundamentalmente por ser el primero en rebelarse también contra la monarquía española (dos siglos y medio antes que Simón Bolívar) y por las vicisitudes, violenta e irreverente actitud y por el sangriento reguero de muertes que dejara a su paso. Incluido el asesinato de su hija Elvira (para que “no quedare por colchón de bellacos ni ruin gente ni fuera puta dellos”) empecinado en una insaciable y voraz ansia de víctimas, siempre en defensa de al fin no se sabe qué extravagantes y delirantes objetivos.
El caso es que su excéntrica y desbaratada existencia, por más que su terrible y aterradora orgía sangrienta en la que hace gala de un carácter agresivo y violento hasta donde se hace difícil imaginar, casi ha eclipsado a la del otro más relevante protagonista de la conocida como Jornada de Omagua y El Dorado, Pedro de Ursua, hasta en internet 90.300 entradas encuentra Google por los 412.000 resultados de Lope de Aguirre. O los ha hecho inseparables al menos y ha dado lugar a una infinita producción histórica, literaria y cinematográfica como casi ninguna otra en la conquista de América. El paralelismo en lo físico parece imposible por distante, “hermoso y delicado hasta el afeminamiento” y de “barba sedosa y bermeja” define a Ursua Blas Matamoro (Lope de Aguirre, la aventura de El Dorado), en tanto que el mismo Lope de Aguirre se define “hogaño soy el cojo Aguirre, el tuerto Aguirre, el loco Aguirre, el enano Aguirre”.
De esta misma forma, la relación de epítetos negativos aplicados a su persona (y los que él mismo se adjudica) es igualmente inacabable, desde “el traidor” o “el peregrino” (en el término más insultante del término) como firmaba, hasta loco, asesino, osado, enfermo, fantasma errante, rebelde, viejo y monstruoso, tirano, cruel, feroz, aborto del infierno, ira y cólera de Dios y otros tantos del mismo cariz por lo menos, con lo que le elevan a la categoría de los peores dictadores o de los personajes más deleznables que en el mundo y la historia han sido.
de fábula Con todo, no han faltado tampoco, aunque menos los que, aún sin justificar su trayectoria salvaje y asesina, han analizado a Lope de Aguirre desde una perspectiva si no distinta, más equilibrada y en lo que cabe, objetiva. “Lope de Aguirre es un personaje de gran guiñol. Ahora bien, para los cronistas castellanos y los historiadores que han heredado su espíritu (el de los cronistas castellanos, la aclaración es nuestra) nada hay que le redima. En cambio, los vascos, sus paisanos, gentes que hoy en día son pacatas y timoratas con gran frecuencia, tropiezan siempre con él y siempre procuran buscarle algunas defensas...”, opina Julio Caro Baroja.
Lo hace en Lope de Aguirre, “traidor”. Pedro de Ursua o el caballero, ahora de reestreno en edición conmemorativa del nacimiento del autor por la editorial familiar, Caro Raggio. Ya lo hizo antes, formando parte de El señor inquisidor y otrasvidas por oficio, donde dedicaba una sección del libro a cada uno de los dos personajes.
En efecto, don Julio (también su tío Pío Baroja) es uno de los que se han inclinado más “del lado de los que pretenden hallar un perfil psicológico-literario y, sobre todo, histórico a Lope de Aguirre, “más allá” del lugar común de su vesania y de su locura evidentes”. Y además de que le sitúa “en el oscuro medio social” en que nació, rechaza de plano que se tratara de un ignorante o un analfabeto a tono con su carácter tremen; más bien le reconoce la evidente cultura y conocimiento de la historia que se desprende de sus escritos, discursos y arengas, unidas a la formación caligráfica y su dominio de la escritura que, esa sí, se atribuía a los vizcaínos, como se conocía a la generalidad de los vascos de aquel entonces.
Con el doctor Justo Gárate (1900-1994), el historiador Segundo Ispizua (1869-1924) y en tiempo mucho más reciente la alemana Ingrid Galster (1944-) cuyo trabajo Aguirre o La posteridad arbitraria, publicado por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá en 2011 ha sido calificado de “nuevo y definitivo libro sobre el conquistador Lope de Aguirre”, y como se ha dicho el propio Julio Caro Baroja son, en distintas formas y razones, de los pocos autores que han estudiado y situado a Aguirre con ecuanimidad y criterio. Incluso con cierta comprensión en algún caso, desde la distancia del personaje en su andadura rebelde y violenta, y en su circunstancia temporal.
De príncipe de la libertad equiparable a Simón Bolívar le califican algunos como pionero en la independencia de los pueblos de América sojuzgados por España y Portugal primero, Francia, Holanda e Inglaterra (el Tratado de Tordesillas de 1494 entre España y Portugal es una vergüenza (in)humana miserable, expuesta en el filme La misión que dirigió Roland Joffé en 1986), o en los textos de fray Bartolomé de las Casas, con lo que es asumible que se le conozca como ese libertador. En este sentido descuella el trabajo de la profesora alemana Ingrid Galster, “sin duda el más completo de los realizados hasta el momento sobre el controvertido personaje histórico inmortalizado para el siglo XX por la versión cinematográfica de Herzog” (La cólera de Dios, 1976, obra cinematográfica de Werner Herzog).
En la obra de Ingrid Galster, a lo largo de la historia Aguirre “no sólo es loco, demonio y libertador sino también caudillo, dictador, encarnación de la esencia española, comunero, rojo, bolchevique, anarquista, representante de una utopía retrógrada, Las Casas o anti-Las Casas”. “Y el esfuerzo de la autora se dirige, en definitiva, a tratar de ver de qué manera la figura de Lope de Aguirre ha sido utilizada en los distintos periodos históricos por diferentes autores queriendo dar respuesta a lo que no eran sino preguntas y necesidades de cada uno de sus sucesivos presentes”, como escribe el historiador Mikel Arizaleta.
formación La educación de Lope de Aguirre “no debió ser del todo descuidada para la época y el ambiente. No era un analfabeto como otros de los descubridores y conquistadores”, explica Julio Caro Baroja. Aparte de su caligrafía, que no parece mala ni corriente de acuerdo con lo que se observa en sus documentos y cartas, Caro Baroja le considera “hombre de pluma ligera, aunque incorrecta” y abunda en que parecía “ingenioso incluso a los hombres que más le odiaron”.
“Era de agudo y vivo ingenio para ser hombre sin letras”, cuenta Caro Baroja que le reconocía Pedro de Aguado, igual que Toribio de Ortigueira ve “que no era tan iletrado como se afirma: que al lado de Pizarro o Almagro era incluso un erudito, aficionado a efectos retóricos, a sentencias y dichos de aparato”. “No: Lope de Aguirre no era un iletrado”, concluye Julio Caro Baroja.
rebeldía Cometiendo idénticas salvajadas que las que fray Bartolomé de las Casas denuncia, deplora Aguirre sin embargo actitudes y comportamientos que en su conciencia (¿?) de hombre de armas ve incluso entre el clero, progresivamente descreído de Dios y la religión como muestra en su vida azarosa. Y se lo dice al rey en su carta rebelde y bravía, ejemplo de épica revolucionaria.
“Especialmente es tan grande la disolución de los frailes en estas partes, que, cierto, conviene que venga. Sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay ninguno que presuma de menos que de Gobernador”. “Si quieres saber la vida que por acá tienen, es entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los Sacramentos de la Iglesia por precio; enemigos de pobres, incaritativos, ambiciosos, glotones y soberbios; de manera que, por mínimo que sea un fraile pretende mandar y gobernar todas estas tierras”, acusa a los clérigos que de una u otra orden acompañan a la soldadesca española en su sagrada misión de evangelizar a los indios.
Y su desprecio absoluto a Felipe II y lo que representa es igualmente decidida y explícita: “Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes; ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros (...) y vuestro gobierno es aire”.
Aguirre reniega de todo y de todos, solo resta su bravuconada que Werner Herzog, adapta al guión cinematográfico: “Yo soy el mayor traidor. No debe haber ninguno más que yo. El que albergue siquiera el pensamiento de huir, será convertido en ciento noventa pedazos. Cuando, yo, Aguirre, quiero que los pájaros caigan muertos de los árboles, los pájaros caen muertos de los árboles. Yo soy la cólera de Dios. La tierra sobre la que camino me ve y tiembla”.
Hasta la muerte de Lope de Aguirre, ajusticiado por su propia gente el 27 de octubre de 1561 en Barquisimeto, tiene algo de soberbio y de grandioso, altivo al enfrentarse a sus verdugos e invitarles a disparar sus arcabuces: “Este es malo”, dice del primer tiro que le da en el brazo. “Este sí es bueno...”, masculla agonizante al definitivo. Uno de sus marañones le cercena la cabeza por el cuello y la lleva en su mano “como un farol apagado” (Uslar Pietri, El camino de El Dorado) para introducirla en una jaula y puedan verla todos, y su cuerpo es hecho pedazos y esparcidos los cuatro vientos.
“Luego de terminada la demencial correría de Aguirre, al poco tiempo se dispuso borrar su recuerdo y simiente, arrasar su heredad y su casa y cubrirlos de sal, para que nunca más se invocara su nombre. Por fortuna nuestra, en esto se equivocaron rotundamente. 450 años después el fuego fatuo sigue destellando, y sigue mostrando tesoros”, es la mejor conclusión de Carlos Guillermo Páramo, antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia.
Más en Navarra
-
San Jerónimo de Estella, una residencia que vuelve a asumir el reto de prever y superar todas las barreras
-
Maristas | “La única baza es que no den las libres, y yo confío en que lo van a cumplir”
-
Maristas | “Como veníamos del censo del Gobierno pensábamos que estaba todo súpercontrolado”
-
Maristas | “Hace 2 años pregunté a Arrasate: ‘¿No habrá subidas?’ Un 3% a lo sumo, dijeron”