pamplona - Los nombres de algunas de ellas, que resuenan potentes los días festivos, se conservan todavía en castellano antiguo, en memoria de una época en la que los toques de las campanas servían para advertir -cuando entonaban El caballero perdido-, de que las puertas de las murallas se abrían para facilitar la entrada a la ciudad (a las 8.00) o se cerraban (a las 20.00), dejando fuera a los más despistados. A esos no les quedaba más remedio que dormir al raso, “a la luna de Valencia”, como se suele decir, y es que de ahí proviene el dicho porque los valencianos, en temas de tradiciones campaneras, “son muy activos”.

Cuenta Francisco Javier Mangado, un experto en la materia, que entre ellos, los campaneros, ese particular sonido evoca en Pamplona una tradición especial. Herencia de un pasado que llevan en el corazón y al que no están dispuestos a renunciar, porque en Navarra existe también acervo y costumbre en torno a un arte que abogan por reconocer como Bien de Interés Cultural en el apartado de Patrimonio Inmaterial. Como el bertsolarismo, los carnavales de Lantz, Ituren y Zubieta o los Bolantes de Valcarlos y el Paloteado de Cortes.

Los 30 campaneros de Pamplona que mantienen vivo el oficio recibieron ayer un homenaje con banda sonora propia en la parroquia de San Lorenzo, en el marco de la cuarta misa de la escalera. Tras el repique, a las 19.30 horas tuvo lugar la celebración, en la que recibieron una efigie de San Fermín, algo que les hace “mucha ilusión” porque a pesar de conformar un colectivo “humilde”, confesaban, la suya es una tradición que “cuanto más la conoces, más la quieres”.

Cada campana, y ayer tocaron cinco, tiene su tono. Su cuidado, su peculiaridad y su propio nombre. En la Catedral, la Relox conserva el mismo desde que fue fundida, en la época medieval; la María, que alcanza las diez toneladas de peso, es la mayor en uso del Estado; y La Gabriela, la más grande que se conserva en funcionamiento y se puede voltear, aunque para ello se necesitan de seis a ocho personas. Este año cumple cinco siglos como la más antigua de la Catedral, que en sus dos torres (norte y sur) alberga un total de 11 campanas.

Ezkilazainak Ellos se autodenominan ezkilazainak, cuidadores de campanas, porque no sólo las tañen. También las protegen y las ponen en valor, aunque, tal y como valora Mangado, “ellas van a estar ahí siempre, se mantienen. Lo que está en peligro de extinción son el toque a mano y los campaneros”. Por eso decidieron dar un impulso a lo que antes era un oficio catedralicio: en la torre, a mitad de la escalera, todavía se conserva el pasadizo que conduce a la casa del campanero, donde se ubicaba antes su vivienda. “Petra fue la última, lo dejó en los 60 del siglo pasado”, recuerda Mangado.

Ahora, en tiempos en los que prácticamente todo está mecanizado, ellos decidieron continuar con esa labor milenaria para evitar que se perdiera. Allá por el año 2000 un grupo de personas interesadas en esta labora se unió para proponer su regularización “y brindarle la categoría que tenía antaño”. Al Arzobispado le gustó la idea y en 2011 organizó un cursillo abierto para aprender a tocar las campanas. “Nos apuntamos 40 personas. Fue intenso, vino Frances Llop i Bayo, que es el mayor experto de todo el Estado”, explica.

Después del cursillo se formó el grupo, diez personas lo dejaron y quedan los 30 (hombres, mujeres, jóvenes y mayores, de todo tipo y condición) que se hacen cargo del toque y, como en tiempos, funcionan con la Gallofa como calendario que recoge sus 40 actuaciones anuales. “Es un patrimonio de la historia, una tradición local. Se han tocado las campanas desde el siglo XIII -al menos documentado-, el caudillo musulmán Almanzor se las llevó y se volvieron a traer”, rememora Mangado.

Llevan un libro de apuntador, tradición de la época medieval que también han recuperado, aunque ahora -salvando las distancias- es un cuaderno de bitácora digital en el que apuntan las personas que han tocado, qué campanas, a qué horas, la temperatura, el clima, el viento y el estado del cielo en ese momento, o incluso si hay alguna incidencia. Mangado se encarga de gestionarlo en cada salida.

A sus 66 años, este profesor jubilado, antiguo director en el Instituto Donapea y también en Biurdana, ha formado parte de colectivos como los Gigantes de Pamplona durante 41 años y el grupo de dantzas municipal, ahora Duguna, a lo largo de más de una década. El Casco Viejo le vio nacer y quizás por eso, cerca de las campanas y en pleno centro de la ciudad, es fiel defensor de Pamplona y de sus costumbres. “De su cultura, que es muy rica. En el grupo hay gente muy aficionada, es algo que queremos transmitir para evitar que se pierda. Y se va a mantener porque existe relevo, contamos con gente joven: es una tradición que ahora está muy viva, tiene una salud muy ponente”.

Además, confiesa que “engancha. No sé qué es exactamente pero un sentimiento parecido explica Clarín en La Regenta. Ves la ciudad a tus pies, es espectacular. El propio sonido, lo que te transmite... El de las campanas es un mundo muy particular, bastante desconocido pero al que se le está dando un auge importante. Y de eso se trata”.