a Cuaresma en la que estamos desde Austerre Eguna (el día de la ceniza) ha reunido a lo largo del tiempo cuestiones y materias de todo tipo, y como no podía ser de otra forma, incluso un abundante anecdotario. Los sermones previos a Semana Santa, el ayuno y abstinencia, el rigor y seriedad de ciertas prácticas, han quedado en la memoria como testimonio de un tiempo no tan lejano.

En esta época llegaban los que decían sermolari (sermonero), mayormente jesuíta, capuchinos algunos, feroces y tronantes predicadores considerados unos “picos de oro” de esmerada y emocional oratoria que ponía el mazapán en la garganta de los parroquianos. El estudiado ambiente ayudaba lo suyo, con todos los altares e imaginería ocultos tras lienzos de gran tamaño y negros, la negación del color es sabido, asociado a la muerte, el sufrimiento, el luto, a la oscuridad de las tinieblas y al terror a lo desconocido.

Un miembro de la Compañía de Jesús refería cómo “se postraba para oír las confesiones de los fieles en Cuaresma con imágenes de almas en pena purgando sus pecados que movían provechosos afectos en los penitentes, para llorar sus culpas”. En uno de los sermones de este predicador, la emoción del auditorio al mostrar “el retrato de un alma condenada fue muy extraordinaria; a la vista de tan horrible y espantosa figura quedaron no menos asombrados que aprovechados”.

Conservo, oro en paño, una grabación del inolvidable Mariano Izeta que recordaba la iglesia ”dena illun, illuna”, sumida en la oscuridad y las amenazas al personal: “¡Os condenaréis!”. Y salían los feligreses acojonaos, corriendo a casa y rechazando la posibilidad de echar “un medio” donde el buenazo de Pantxo Maisterrena. Era otro tiempo, sin duda.

En el recuerdo de la adolescencia, la seria regañina de un señor, alcalde que fue de Elizondo, al observar a un grupo de jóvenes que, deambulando por la calle y sin advertir que era miércoles, silbando inocentes ellos alguna melodía: ¿Pero no sabéis que mañana (Jueves Santo) muere el Señor?.

“Ya no se oye un pecado decente...”, cuentan que explicaba un joven sacerdote harto y aburrido de aguantar horas de confesionario. En otra iglesia, parece que había una persistente penitenta que a su párroco se lo ponía más fácil: “Padre, soy la misma de todos los viernes y traigo los mismos pecados, ¿rezo la misma penitencia?”. Y es que así eran las cosas entonces.

vigilia El ayuno y abstinencia era una purga moral y gastronómica. El ayuno cuaresmal, promulgado en la Ley de Abstinencia y Ayuno por Benedicto XVl, era el típico, primordial y originario de todos los demás, perpetuado por siglos (ya no) en todas las iglesias del mundo, con dolor reducido ahora a los más humildes, necesitados y refugiados que huyen de la tierra que les vio nacer empujados por guerras malditas y oscuros negocios hacia el que sea lo que Dios quiera.

“Nada queda de aquel antiguo rigor que con el tiempo ha caído en desuso, no por corrupción de disciplina, sino por disminución de fervor que ha creado muelles costumbres, y por la degeneración de la raza (¡!) que no consiente hoy tales privaciones”. Lo leímos así, no sin incredulidad y asombro, en un librito titulado Cocina práctica de Cuaresma fechado en 1905 en Barcelona.

En aquella Cuaresma carne ni de lejos, los viernes sobre todo, excepto enfermos y gente mayor, los que económicamente no se la podían permitir. El hartazgo de pescado debía ser tal que cuentan de un monasterio que, uno fraile y otro lego, se fueron por la calle del medio y tiraron al río un cuto que luego “pescaron” aguas abajo y comparecieron alborozados ante el abad gritando: “¡Mirad que peces tan extraños trae hoy el río!”, lo que compartió el rector y holgáronse todos unos días con pescado tan raro.

Eran días de chicharros y bacalao, entonces todavía asequible ahora elevado al cubo, y curiosidad se comían caracoles (algunos decían que “eso, para los franceses”), por considerar que no eran carne ni pescado, eso sí guisados sin jamón ni adheridos. De lo primero que se dejó de prohibir fueron los sopicaldos, pastillas, sobres y ahora en brick porque, excepto montón de sal, “no estaba demostrado que sean de carne”, y buñuelos, rosquillas y virutas de San José con sus florecillas alegrando los campos como anticipo de la primavera.

anecdotario En esta época coincidimos en Elizondo con Iñaki Linazasoro (1931-2004), primer alcalde democrático de Tolosa, hombre polifacético, agudo escritor y columnista, devoto de la aconsejable y sana práctica del reírse de uno mismo, y gran amigo del Valle de Baztan, txistulari y andarín impenitente. Le recuerdo decir que, en caso de extravío, se le encontraría “allí donde haya alguien con sentido del humor”. Afectado por la bestia que nos lo acabaría quitando, compartimos en Bergarenea su jugoso anecdotario cuaresmal recogido en mil y un viajes y afirmaba que este país precisa “más psiquiatras y menos políticos”, ya sólo dedicado a enseñar a sus nietos “a reír, una asignatura que no se imparte en ningún sitio”.

Contaba de un labrador que realizó la promesa de su vida: resistir toda la Cuaresma sin probar gota de vino. El sacrificio le resultó interminable, hasta que llegó la Pascua, respiró hondo y dijo satisfecho: “Si la Cuaresma llega a durar un día más, caduco a la par que el Señor”.

Y de aquel pueblo, de cuyo nombre ni queremos ni debemos acordarnos, tristemente famoso por su extendida y nefasta afición a la blasfemia. Párroco y alcalde recurren a un predicador que para tal menester usó el dístico del Eclesiastés: “En la casa del que jura no faltará desventura”. Después de ocho días de prédicas correccionales y de impresionante vocear, en el momento de la despedida retumba en la plaza la promesa rotunda del alcalde: “¡Puede marcharse usted tranquilo, que de aquí en adelante en este pueblo ya no blasfema ni dios!”. Definitivo.

Terminamos con el añorado Iñaki. Pasa una joven en bicicleta y saluda al rector recién llegado: “¡Adiós don Jesús!”. A lo que responde el novel curita: “¡Adiós guapa!”. Y ella, alegre y vivaracha, alejándose sin dejar de pedalear culmina su cortesía: “¡Y con tu espíritu!”. Grande ser joven.