A principios de febrero las máquinas que levantan el nuevo edificio de la Clínica Psiquiátrica Padre Menni en la Rochapea se dieron de bruces con los restos de una antigua estructura de piedra. Varios metros por debajo del nivel donde se levanta el complejo sanitario de las Hermanas Hospitalarias. Los restos pertenecen a una noria de sangre, una estructura para el abastecimiento de aguas de construcción medieval, y los a un pozo datado posteriormente. Ambos restos deberán ser desmontados y reconstruidos en el nuevo complejo clínico.

SABER MÁS La noria que regó la Magdalena durante siglos

Así lo indica el informe que la institución Príncipe de Viana ha elaborado tras el hallazgo y las fuentes a las que ha tenido acceso este periódico. Según detalla el texto, los restos de piedra encontrados, son parte de una construcción subterránea “no documentada que tendría unas medidas a aproximadas de 5,15 metros de largo y 1,30 de ancho” y se encontraba “íntegramente excavada”. Las dos estructuras que se conservan de la noria de sangre y que se pueden ver en las imágenes, son “dos paramentos construidos contraterreno, un arco escarzano y el septentrional, este de forma ojival”. El conjunto en su totalidad, según las estimaciones, “debió de tener un diámetro probable de 5,2 metros”.

Por su ubicación, calidades de construcciones y época, sostiene el informe, “debió pertenecer al convento de las clarisas de Santa Engracia, documentado en la zona desde el año 1277 hasta 1799, cuando fue derribado en el contexto de la Guerra de la Convención”.

Una delegación visita los arcos.

Conservación

Por la ausencia de otros elementos que aporten suficiente información, Príncipe de Viana no ha logrado datarlo en una fecha más precisa que en “época medieval indeterminada”. Del conjunto de la noria de sangre se conservaría tan solo la mitad de la parte subterránea y no ha llegado nada de la parte superior.

Esto sumado a un estado de conservación y su ubicación en el nuevo proyecto de ampliación de la Clínica Psiquiátrica Padre Menni (que dedica esta zona a garajes subterráneos), según indican las fuentes consultadas por este periódico, “hace inviable su integración en la obra en su estado actual tanto por las cimentaciones como con la circulación de vehículos” de asistencia o de suministros ligados a la actividad de la clínica.

Zona de las obras donde trabajan las máquinas.

A pesar de ello, la institución cultural reconoce en estos restos un valor histórico a preservar por tratarse de una construcción poco común en Pamplona, donde hasta la fecha solo se conocían dos: la de la Magdalena y la del rincón de la Pellejería. En ambos casos se ha realizado una conservación total de los restos. Pero en este, Príncipe de Viana apunta a una solución diferente pues entiende que “resulta conveniente su traslado” como testimonio de las infraestructuras de abastecimiento de agua del pasado.

Por tanto, la institución religiosa deberá desmontar las piedras, bajo supervisión de personal especializado y reconstruir la estructura en el jardín del futuro complejo, previo informe avalado por la Dirección General de Cultura del Gobierno de Navarra.

Santa Engracia, salida noroeste de la Vieja Iruña: el hallazgo se ubica junto al camino que trazaba parte de la actual calle Joaquín Beunza

El meandro del Arga junto al puente de Santa Engracia, es una de las que más tiempo lleva ocupada extramuros de la vieja ciudad. Así lo refleja un mapa del año 1719 elaborado por Baillieux, reeditado por la Caja de Ahorros Municipal en 1968. Junto al convento de las monjas clarisas pasaba el Camino Viejo de la Rochapea (actual Joaquín Beunza), en dirección noroeste hacia Miluze.

Mapa de Baillieux de 1719 donde aparece el barrio de la Rochapea.

Según detalla el investigador rochapeano Bernardo Apesteguia Domaica en sus artículos publicados en la revista Ezkaba, el convento de Santa Engracia se fundó en el año 1227. La creación fue fruto de la donación de los terrenos por parte de Elías David y Laura Cruzat, un matrimonio de propietarios adinerados del burgo de San Cernin. El convento recibió la bula del papa Gregorio X el 12 de abril de 1228, cuando aún no estaba edificado.

Las monjas, que en un principio fueron llamadas damianitas o señoras pobres de Pamplona, recibieron el favor de los reyes Teobaldos. Incluso, una de las hijas de Teobaldo I, sor Joanna, formó parte del convento.

Pasaron los siglos y las clarisas siguieron ligadas a la vida pamplonesa, hasta los años finales del XVIII. Con la Guerra de la Convención, las hermanas abandonaron Santa Engracia en 1795, rumbo a Tudela primero y Olite después, y el convento terminaría desapareciendo.

Norias de sangre.

Con la descubierta en la Rochapea, son tres las norias de sangre de las que se tiene conocimiento en la capital navarra. Las anteriores se conservan en el rincón de la Pellejería y en la zona de la Magdalena. La extracción de agua, que normalmente llegaba por filtración a un pozo, se producía mediante la colocación de la noria en una mota en la parte superior con una sucesión de recipientes que la sacaban a la superficie, normalmente ayudados por la tracción animal que hacían girar la rueda.