“Ella me ha educado, aparte de mis padres, claro, y no puedo ir casi a ningún sitio sin llevármela”. Por las manos del cascantino Kinito HuertaKinito han pasado en los últimos 35 años decenas de trompetas. Tantas, que casi “me da hasta vergüenza dar una cifra”. Trompetas de todas las marcas y países porque “me gusta saber, entender y, sobre todo, probarlas para poder dar buenas recomendaciones a mis alumnos, vamos, algo así como el primo que todos tenemos que entiende mucho de coches, ¿no?”. Sin embargo, ninguna ha sido tan especial como aquella Cóndor plateada que, a mediados de los 80, le compraron Timoteo y Paca, sus abuelos. “Ahora me da pena no conservarla”, lamenta, “cuando tuve otras se la regalé a mi primo Nacho Gómara, el chef, que estaba empezando en la banda de Cascante, aunque luego se tiró a los fogones... en fin, que cuando eres crío no das valor a esas cosas, piensas que solo es un cacharro, pero ahora sería bonito”.
Y es que ese instrumento, y los que vinieron después, han sido sus mejores maestros en la vida. “La trompeta me enseñó a coger un vuelo, me presenta constantemente a nuevos amigos y gente de la que siempre se aprende, me ha hecho más abierto, sociable... vamos, que me ha regalado todo lo que soy”, sentencia. Y por eso la trompeta “va conmigo donde voy”. Incluso de vacaciones porque “hay que tocar todos los días y, si no, al día siguiente ya no se siente igual”.
La vida de Kinito (Joaquín, en realidad, pero nadie le conoce así) ha sido, quizás, similar a la de muchos músicos navarros de las últimas décadas. De la banda del pueblo (a la que llegó por casualidad cuando Emeterio de la Merced “reclutó chavales” para relanzarla tras años parada) al conservatorio profesional (de Tarazona, en su caso) y, mientras tanto, en charangas, orquestas y grupos más pequeños para amenizar eventos. Estudiar con los mejores profesores y ensayar muchas horas para trabajar, siempre, bajo un mismo sol, el de la música, siempre con nuevos retos por delante.
Tras varios años como profesor de la Escuela Municipal de Música Joaquín Maya de Pamplona, sacó plaza para la del Valle de Egüés. Clases en Pamplona 3 días por semana que compagina con otras tantas en el Conservatorio de Gernika. Pero es ahí, en Egüés, donde se ha gestado el ilusionante proyecto en el que ahora está inmerso: la Orquesta Sinfonía Navarra.
La idea llevaba años rondando la cabeza de Kinito y el tafallés Álvaro Iborra, clarinetista de larga trayectoria en La Pamplonesa y también profesor de la escuela. El primer paso fue, justo antes de la pandemia, impulsar una asociación sin ánimo de lucro. Se llama Veinte21 Ensemble y persigue, como objetivo general, la “promoción, cultivo y fomento de la música navarra de los siglos XIX y XX de todo tipo”. Es decir, revalorar el patrimonio inmaterial de Navarra, con énfasis en lo musical, pero aunando también la historia local, la gastronomía, las tradiciones o la literatura. “Por eso ahora, en los conciertos, nos acompaña el musicólogo Luis María San Martín y todo se contextualiza con humor y según donde estemos porque él, antes, se empapa de cada detalle local”, explica Huerta.
Ese “ahora” se enlaza con el primer proyecto de la asociación y de la orquesta, el recital Turrillas Sinfónico, bajo la dirección de Javier Echarri. Cascante fue el primer pueblo que lo disfrutó. “El concejal Javier de la Merced, que es hijo de aquel hombre que me llevó por estos caminos, se enamoró del proyecto y apostó por él”, dice sobre el por qué de que su pueblo fuera el escenario debut, “había cierta duda sobre cómo iba a responder el público, pero hubo lleno y la gente salió encantada”. Después llegaron Barasoáin, pueblo natal del maestro Turrillas, el teatro Gaztambide de Tudela, el Gayarre (en doble sesión de fin de semana), Lasarte, Tafalla y Milagro. Y pronto a Buñuel y, de nuevo, a Pamplona en vísperas de San Fermín.
Turrillas Sinfónico era una aventuraTurrillas Sinfónico porque nunca antes se habían escuchado las composiciones más emblemáticas del compositor navarro, como Navarra Canta o Pamplona Perla del Norte, pensadas para banda, interpretadas por una orquesta sinfónica (de 23 músicos profesionales, todos navarros) y, además, acompañadas de la Coral de Olite. “¿Por qué potenciar lo navarro? Detectamos que había ciertas lagunas musicalmente hablando, grandes figuras que casi han quedado en el olvido y que Navarra es mucho más”, comenta, “nadie va a descubrir a Turrillas, pero sí queríamos darle a su obra un formato diferente”.
Tras bucear en su figura, Huerta cree que “Turrillas fue un gran sociólogo de la época” porque dejó plasmadas con música y letras las costumbres navarras de su momento. Por eso se busca atraer a todas las generaciones ya que también se brinda una clase de historia. “Turrillas legó más de 400 obras y ha sido muy complicado seleccionar cuáles adaptar para orquesta”, cuenta el trompetista a la vez que comenta que lo bonito del proyecto es que tratan de acercar música clásica de calidad a todos los rincones. “Por ejemplo, el Himno de Osasuna impresiona al escucharse en formato sinfónico, muy poca gente sabe que es de Turrillas”. Además, el concierto involucra a los colectivos artísticos de cada pueblo, pues se intenta la participación con grupos locales de gigantes, dantzaris o gaiteros.
más proyectos Aunque este proyecto es el presente, el músico cascantino asegura que el cajón está lleno de ideas, ya plasmadas en papel, pero, todavía, imposibles de desvelar. “Son cosas diferentes, aunque con un mismo patrón, similar infraestructura”, adelanta, “y no solo relacionadas con compositores, sino también con cantantes, algunos muy recientes”. Nuevas sorpresas para el fomento de la cultura regional que, enfatiza, solo son posibles si se construyen en equipo y gracias al trabajo no de una, sino de muchas personas porque la música te regala, siempre, una segunda familia. Trabajo incluso de aquellas que no han tocado una nota en su vida, pero saben reconocer cuándo detrás de un instrumento hay mucho potencial por explotar. Consuelo Royo, su madre, es una de ellas porque “si no es por su empeño, por llevarme a clases durante años a Ribaforada, luego a Tarazona...” quizás hoy no se escribiría esta historia.