Un cuadro que se tituló Castaños de Eltzaurpea del artista beratarra Juan Larramendi desapareció también de las instalaciones del Gobierno de Navarra, entonces Diputación Foral, sin que nunca más se haya conocido su paradero. Ahora, después de extraviarse de forma sorprendente una pintura de Fernando Iriarte y otras nueve de la UPNA y cuando se recuerdan las 157 que faltaron de la “desaparecida” Caja Navarra, se puede devolver el caso de Larramendi a la actualidad.

El nevado paseo de Eztegara, en Bera, tal como lo imaginó Larramendi.

La Diputación Foral de Navarra concedió en 1945 una beca al pintor Juan Larramendi Arburua (Bera, 1917-2005) en 1945, a cambio de su cuadro “Castaños de Eltzaurpea”. La cantidad concedida ascendía a 6.000 pesetas, una ayuda que nunca consiguió cobrar ni averiguar lo que ocurrió con aquella pintura.

“Todavía nadie me ha mandado el dinero y eso que eran 6.000 pesetas de entonces”, algo así como 41.000 euros actuales en términos de renta. “Tampoco logré saber qué hicieron con mi cuadro y eso que he hecho todo lo habido y por haber para enterarme”, declaró en su día.

UN VECINO MÁS

En Bera, Juan Larramendi era un vecino más que todos los días pasaba con su Mobylette y con una barra de pan atada en la parrilla, y vivía en un piso casi anónimo de un edificio en la calle Bidasoa. No era el personaje introvertido que algunos han creído ver en él, sino “un hombre muy amable y de fácil conversación, un personaje muy interesante”, le recordaba el ya fallecido exalcalde y polifacético artista Josu Goia, que en su funeral se volcó al órgano con “lo que se merecía y le gustaba”.

No fue jamás, ni buscó serlo, hombre de grandes titulares ni de ruidosos aspavientos, y se marchó como vivió y sufrió su vida, que le tocó también lo suyo. Nació y murió en Bera, en “un pequeño pueblo de montaña en los Pirineos, en la frontera entre Francia y España” le presentaba una publicación estadounidense de una forma casi barojiana, que asistió matriculado en Bellas Artes a la renombrada Escuela de Soubervie en París, y posteriormente “se movió (sic) a Venezuela donde alcanzó el gran éxito artístico”, y donde por un tiempo dejó de pintar.

“Empecé pintando aquí porque aquí nací. Un día le enseñé a Ricardo Baroja una cosa que había hecho y el me dijo que era muy mala pero que siguiera. Y seguí”, explicó. Entre otros trabajos, ilustró los cuentos que escribía el que luego sería lehendakari del Gobierno Vasco, Jesús María de Leizaola (un estimable pero muy poco conocido poeta) en el periódico El Día de San Sebastián.

El exilio

Lo hizo hasta 1936, año fatídico y cruel también para Larramendi, obligado al exilio en 1937, del que no pudo regresar hasta 1960, y seguir siendo un desconocido al menos hasta 30 años después. “Me fui a Caracas, allí pasé 24 años y dejé de pintar, volví a hacerlo cuando regresé a España”, le recordaba a Salvador MartínCruz en el capítulo que éste le dedicó en Pintores Navarros (Pamplona, 1981), ahora hace cuarenta años: “Cuando llegué a América me di cuenta de que no era el momento de pintar, la gente no estaba para pintura y, aunque Mauricio Flores Kaperotxipi (Kapero, Zarautz, 1901-1997) me consiguió un par de exposiciones, renuncié”.

Como en muchos casos, su primer regreso del exilio no debió ser dorado, como pronto comprobaría con el llamativo affaire que le tocó sufrir con la Diputación Foral, que a riesgo de error, piensa mal y acertarás, todo hace pensar que le sucedió por querer ser y pensar distinto, por creer en lo que era y sentía. Y se volvió a marchar.

Desaparecido

En fechas relativamente recientes, se hicieron gestiones en Cultura del Gobierno de Navarra pero no se encontró razón de los “Castaños de Eltzaurpea” que pintó Larramendi por aquellas 6.000 pesetas de beca que jamás recibió. Se ha pensado siempre que esas cosas no pasan porque sí; en 1945 acababa de volver del exilio, hay que situarse en el tiempo y en el personaje, y convenir en que, como nacionalista vasco, no estaba entonces en condiciones de reclamar y que quizás alguien decidió que, pensando lo que Juan Larramendi Arburua pensaba, aquella Diputación de Navarra no le daba ni agua, y no se la dieron. Y el cuadro no existe, quizás decidió por su cuenta irse y cuelga en la pared de algún domicilio particular.

En su funeral, Josu Goia le dedicó al órgano un Aurresku en el ofertorio, Xalbadoren Heriotza (Muerte del bertsolari bajonavarro Xalbador, de Urepel) y el Agur Jaunak!, en la despedida. En el adiós, Juan Larramendi no hubiera querido más; quizás saber dónde se encontraba su cuadro.