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El rincón del paseante

De rutas, caminos y pasarelas

Hola personas, ¿Qué tal va el verano?, bien, ya sé que va bien, quitando alguna “menudencia social”, en lo meteorológico va bien, va suave, esta última semana ha sentado un poco sus reales, pero poco más.

Yo hoy voy a volver a la senda de mis paseos y mis pamplonadas. Tras tres semanas volcado en la causa anti-parquin y tras comprobar, de una manera que no deja lugar a dudas, que el anterior regidor hizo suya la sentencia aquella que decía : todo ha quedado mayado y bien mayado, tras ver que no se puede luchar contra el empecinamiento, la cabezonería y los motivos ocultos, que solo ellos conocen, y tras comprobar que ellos tienen la sartén, el mango, los huevos y la tortilla, este pobre paseante tira la toalla y vuelve a sus zapatos que para algo es zapatero.

Estas tres semanas no he escrito sobre mis paseos, pero pasear he paseado, ya lo creo y he paseado de lo lindo. Dos han sido las rutas que se han llevado la palma, no sé por qué, quizá porque a las 9 de la mañana se mostraban fresquitas y acogedoras, se encontraban muy a la mano y, no lo vamos a negar, es un vicio pasear por ellas.

Ellas digamos son dos puntos de partida que conforman la primera parte de la andada teniendo diferentes opciones en su segunda mitad. Las rutas en cuestión son fáciles de adivinar a poco que me conozcáis, una es el camino que de Beloso baja al río y la otra, que en estos días ha resultado la más frecuentada, en una proporción 3 a 1, ha sido la ronda Barbazana, ¡qué regalo de paseo!

Ambos paseos tienen un punto de partida común: el parque de la Media Luna, esto ya es un regalo. Empezar el día por entre sus luces doradas y sus sombras alargadas, con un andar lento y disfrutón, en la zona del eusiano estanque, salir al paseo y asomarte a la barandilla para echar la vista a pasear en modo boomerang, que va y viene, es cosa a tener en cuenta. Esta mañana, sin ir más lejos, que le ha tocado el turno al camino de Beloso, cuando ya casi se me estaba acabando la barandilla, frente al seminario, me he asomado y he analizado lo que se me ofrecía. Era esto: a mi izquierda, por encima de la vegetación de la ripa de la Media Luna, las espantosas torres de salesianos. Cuando se empezaron a derribar los edificios de las escuelas de don Bosco aplaudí el proyecto, escribí y publiqué que lo apoyaba porque los salesianos me parecían tan feos que hiciesen lo que hiciesen estaría mejor que aquello que había. Hoy a la vista de lo que han perpetrado me la tengo que envainar y tengo que decir que no, que lo que han levantado es un espanto, que lo que han hecho es un hospital de 15 o 16 o 17 pisos o los que tenga y que es un horror en medio de la ciudad, que a nada obedece, que desentona con todo y que chirría se mire por donde se mire.

Sigo barriendo con la vista hacia mi derecha y veo el baluarte de Labrit, que se debería de llamar de Albret, luego el dieciochesco palacio arzobispal, el ábside de la Barbazana, y a continuación y como traca final la nave varada de la Catedral, la nave gótica, sus contrafuertes, sus arcos ojivales, el rosetón del transepto, veo lo que el sobrao de Víctor Hugo llamó orejas de burro y yo llamo dos torres señeras y señoriales que en la gran fachada neoclásica levantó Santos de Ochandátegui según dibujos de Ventura Rodríguez.

Llevando la mirada hacia el río una gran masa verde se parte en dos por la iluminada chimenea del molino de Caparroso. El río es frontera con la nueva Pamplona que, a excepción de las pequeñas casas hortelanas de la Magdalena, nació en los años 50 con la Txan y continuó con, San Pedro, las Orvinas, Nueva Rotxapea y demás construcciones que han llenado de vida la otra orilla del Arga, y que veo llegar hasta donde me alcanza la vista en tierras cebolleras.

He bajado mi camino fresco y sombrío y tras él, con el río a la izquierda y el oro verde de las huertas a la derecha, he llegado a la zona del club Natación donde he echado un rato viendo y fotografiando a los chavales manejándose con sus piraguas. He cruzado las pasarelas que bullían de transeúntes y vida: niños, bicis, perros, patos, padres, madres, cuadrillas de chavales que quedan tempraneros para jugar en el río y un montón de protagonistas de todo pelo y condición entre ellos este paseante viendo y almacenando todo en el cacumen y en la tarjeta de su teléfono.

Otros días le tocó el turno al otro camino. Para tomarlo salí de la Media Luna sentido contrario para llegar a la Calle Aralar y tomar la pasarela del Labrit. En estas tres semanas la habré atravesado unas 15 o 20 veces y cada día que la he pasado la he visto más fea, pasar de un lado a otro se pasa, sí, y firme se le ve, sí, pero la gracia que tenía la original, que era mitad pasarela mitad escultura, se ha ido a hacer puñetas, esta la veo más bien entre conventual y taleguera, no sé si me recuerda más a una pieza de un austero convento o a un elemento de la 5ª galería de la Modelo. Desde aquí lanzo una idea al director general de decorar pasarelas del Ayuntamiento: unos tiestos en hilera por todo su interior, pegados a la pared, y unas plantas trepadoras que primero suban, tapando el espanto por dentro, y que luego caigan en cascada formando unas cortinas verdes que unan, sin solución de continuidad, el verde de la plaza de toros con los tres majestuosos ejemplares que reciben al paseante a los pies del Biru, sobre el Jito-Alai, sería una bonita y barata solución para tapar semejante ignominia. Piénselo. Al subir y bajar de la Txan se verían dos bonitas y refrescantes cortinas verdes.

Dejando atrás la moderna infraestructura, frente a mí, el palacio arzobispal, con todo el foco de la mañana encendido sobre su fachada, luce señorial. Subo las escaleras y comienzo mi caminar por la deliciosa ronda del Obispo Arnaldo de Barbazán, a quien debemos la finalización del claustro gótico de la Catedral y la capilla en la que se haya enterrado. Es un paseo que no tiene desperdicio desde el comienzo, con las ventanas enrejadas de la episcopal residencia, hasta el final, donde encontramos el falso gótico, pero muy logrado, Mesón del Caballo Blanco, todo el recorrido es piedra e historia a la izquierda, y verde, salpicado de mini historia con las garitas de guardia, a la derecha.

Cada día que he pasado por ahí a la misma hora me he cruzado con las mismas personas paseando a los mismos perros.

Hasta aquí lo que hoy os cuento, hoy solo he hablado de los dos escenarios principales, la semana que viene nos metemos en sus continuaciones y detalles que los ha habido para todos los gustos.

Quizá haya novedades en la calle de “La que Nunca Faltó”. Ojalá.

Besos pa tos. l

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com

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