“Tenemos que hacer algo ¡Ya vale! ¡Se nos están riendo!”. Los nervios estaban a flor de piel, el enfado crecía. Un día antes, 20 de septiembre de 1973, los comisionistas murcianos, delegados de las fábricas que cada año llegaban a Buñuel a adquirir cientos de miles de kilos de pimiento, no habían comprado nada. Aducían falta de transporte. El producto, que llegaba desde toda la Ribera navarra (incluso de la zona de Sádaba y Carcastillo) y las Cinco Villas de Aragón perdía valor.

Con la plaza San José de Calasanz y las calles aledañas a rebosar, más de 500.000 kilos aguardaban a ser comprados. El pimiento era un cultivo social. La economía de cientos de familias de Buñuel y miles de toda la zona dependía en gran medida de las ventas de esos días. Mientras tanto, en el Iruña Bar, en una esquina de la plaza, los comisionistas pactaban y tomaban una decisión: “A dos pesetas (…) ¡Ah! ¿Que no vendéis a dos pesetas? Pues mañana a una, y pasado a la basura”. Hasta el día 19, el precio había ido bajando de siete a cinco pesetas y apenas un año antes, según los periódicos de entonces, llegó a oscilar entre las trece y las diez. “A dos pesetas”, fue la gota que colmó el vaso.

Tractores con remolques llenos de pimientos en esos días de septiembre. | FOTO: CEDIDA

Sin tiempo que perder, en ese mismo bar, Manolo Bordonaba El Torero, Antonio Remón Picaleña y Santiago Mayayo se reunían de forma improvisada con los concejales Vicente Sagaseta y Gregorio Osta. Serían los miembros de la comisión que, sin aún saberlo, impulsaba la Guerra del Pimiento de 1973. ¿Su importancia y trascendencia? Ser la primera de otras muchas en años sucesivos. En apenas unas horas se pararon las comunicaciones terrestres (tren y carretera) de gran parte de Navarra y Aragón con la movilización de más de 10.000 campesinos de la zona. Su malestar llegó hasta el despacho del mismísimo presidente del Gobierno, Carrero Blanco.

Emilio Remón, Serafín Bordonaba, Ernesto Bordonaba, Jacinto Sansuán, José Remón y Antonio Remón.

“¡A la carretera!”

Buñueleros y buñueleras de más de 60 años guardan infinidad de detalles de aquel viernes 21 de septiembre, pero los protagonistas aún con vida escasean. Testimonios como los de Santiago Mayayo, que en los 90 sería alcalde pero entonces era un muchacho de 28 años, y Eugenio Cerdán, hoy con 84 años, recobran ahora un gran valor. “Sagaseta y Osta, que eran concejales, ordenaron al basculero Fermín Litago que cerrara para que nadie claudicara y vendiera a dos pesetas”, recuerda Mayayo, “luego decidimos salir a la carretera, así que unos se fueron a avisar a los de Mallén para que se sumaran, creo que fue Manolo, y Sagaseta y Picaleña a Ribaforada. Allí decidieron cortar la vía del tren para hacer más fuerza”.

La noticia corrió como la pólvora y pronto se sumó más y más gente. “Esa tarde estaba en el campo. Cuando a eso de las cinco volvíamos nos los encontramos y les seguí sin pensarlo”, relata Cerdán. Fue de los primeros en cruzar su tractor para parar el tráfico. De hecho, días antes, junto al difunto Jesús Lavilla, ya había protestado en la báscula. “Con Zugarra cruzamos nuestros remolques, pero vino la Guardia Civil y nos sacó”, rememora. La crispación venía de atrás.

Una vez en la N-232, a cuatro kilómetros de Buñuel, colocaron los remolques, más de 100, en los arcenes y separados a una distancia prudencial de la carretera. “Primero solo quisimos llamar la atención”, dice Mayayo, “éramos agricultores jóvenes que, con la fuerza de la juventud, pedíamos respeto a nuestro trabajo”. Pronto llegaron noticias de Mallén, la otra plaza de venta de pimiento clave. “Dicen que sí, se unen”, se anunció. Con ese apoyo, era momento de un paso más. “¡Vamos a cruzar los remolques! (…) ¡Sí, sí! ¡A cortar!”, fue la consigna. Y comenzó la guerra, término que acuñaron los periódicos de hace medio siglo.

Los protagonistas junto al cartel del Bar Iruña.

Unión de Buñuel y la Ribera

Ernesto Bordonaba aún sigue en activo. Tenía 19 años. “Era un crío, pero ya conducía el tractor de los Picaleña, los hermanos Remón”, explica, “me acababa de sacar el carné”. Conserva, nítidas, las imágenes de esas horas. “No sé quién fue, yo me había bajado, pero me di media vuelta y nuestro remolque ya estaba en medio de la carretera”, dice entre risas, “fue todo en pocos segundos”. Sobre la una de la madrugada llegó la Guardia Civil. “Empezaron a coger matrículas, pero los mayores presionaron y se rompieron los papeles”, afirma. En cierta manera, hasta los guardias, aunque cumplían órdenes, les comprendían.

La tensión y el ir y venir de los líderes al Hotel Sancho El Fuerte, punto fijado para negociar y reunirse con las comisiones de los pueblos vecinos, fue la tónica de esa noche. “Todo Buñuel nos apoyó. Unos traían chistorra, otros hacían un rancho, José Litago llevó vino, Fernando Pascual el panadero vino con sacos de pan…”, enumera Cerdán, “había agricultores de muchos lados, uno de El Bayo me dijo que estaría con nosotros hasta que hiciera falta”.

Incluso el cura, don Julián, como ocurrió en Fustiñana y otros pueblos, se posicionó con ellos. “Nos dijo que, si la cosa se ponía fea, tocaría las campanas”, destaca Mayayo. Y las tocó. Y todo el pueblo, incluso muchas mujeres y niños, acudieron. De Ribaforada llegaban malas noticias. Los grises (antidisturbios) habían intervenido. Siguiendo órdenes directas del despacho de Carrero Blanco en Castellana, 3 se enfrentaron a los ribaforaderos que, con palos, se negaban a desbloquear la vía si antes no había un acuerdo justo. No hubo muertos, pero en Ribaforada sí hubo heridos de ambos lados. “Es posible que cuando vinieron donde nosotros, al haber mujeres y niños, cambiaran las órdenes. Creo que por eso solo nos cogieron las matrículas a los que teníamos nuestro remolque cruzado y nos llamaron a muchos a declarar, como salió en los periódicos”, valora Mayayo.

Titulares y noticias de septiembre del 73 que enfocan la situación de manera colectiva (sin nombres) pero, en Buñuel, remarcan la figura de una mujer. Era Nicasia Francés, conocida como Nini. Como mujer de Jesús Lavilla Zugarra, se sumó a la causa como hicieron muchas. Su hija, entonces una niña, la recuerda aquel día subiéndose rápido en un coche junto a otras vecinas para ir a la N-232. “No me llevaron, pero sí que fue la que abrió la puerta cuando vino la Guardia Civil para ir al cuartel”, afirma Marisa Lavilla, “pasó allí poco rato, quizás una o dos horas, porque desde el Ayuntamiento y los agricultores la apoyaron”.

A 6 pesetas

Fue el lunes 24 de septiembre. Ese día se llegó a un acuerdo tras dos largas y tensas reuniones en El frontón de Tudela. Frontón abarrotado de agricultores riberos y, en primera fila, la comisión de Buñuel como epicentro de la huelga. Al frente estaba Rafael Mombiedo de la Torre, presidente nacional de la Cámara Agraria. “Se pactó vender a seis pesetas el kilo. Las fábricas asumían cuatro y dos ponía la cámara sindical, como una subvención”, detalla Mayayo.

Antes, el sábado 22, los presidentes de la Cámara Agraria en Navarra y Aragón, Julio Asiáin (también diputado foral) y Josetxu Andía, habían fracasado en un primer intento de levantar la huelga visitando Buñuel y Mallén. “Desde el balcón del Ayuntamiento, Asiáin trató de apaciguar, pero no logró nada. Le abuchearon. Es más, como anécdota, mientras hablaba se picó con un cactus que había”, bromea Mayayo, “luego en Ribaforada creo que incluso le escoltaron”.

Ese lunes, ya relativamente satisfechos, la báscula retomó su actividad. Aunque dificultades con el transporte, los pimientos fueron saliendo hacia conserveras como Prieto y La Molinera, de Murcia, que compraba casi el 50% de la producción total. “También se vendía a La Condecosa, de Cortes, Virto, aquí en Buñuel, Txistu, en San Adrián, y otras de Calahorra, Rincón de Soto, Alfaro…”, enumera Bordonaba, quien resalta que la trascendencia de este episodio histórico “no debe pensarse desde hoy, sino desde un contexto de 1973 muy diferente al actual”.

La huelga no quedó ahí. Se llamó a más de 80 vecinos al cuartel. “Después a unos cuantos nos llegó citación del Tribunal Especial de Orden Público”, dice Cerdán, “no había miedo, íbamos todos a una, solo pedíamos lo justo”. De justicia habla también Gregorio Osta, quien lo vivió no solo como agricultor, también como concejal. “Tenía cierta amistad con los guardias y se extrañaron de verme en esto, pero el campo era muy duro, se trabajaba de sol a sol y pedíamos respeto”, comenta.

Con cada nueva declaración ante el Juzgado la lista de responsables se acortaba. Desde Madrid se buscaban culpables. “Fueron meses de incertidumbre. Nos hablaban de multas e incluso meses de cárcel”, transmite Mayayo, “pero mucha gente abogó por nosotros y por los agricultores que se sumaron de todos los pueblos”. Con los acontecimientos de los últimos años del franquismo, otras protestas tomaron el relevo y protagonismo. Así, La guerra del pimiento fue cayendo, poco a poco, en el olvido. Ahora, tras medio siglo, descifrar este pasado es la forma de comprender el presente y recordar que la unión es la mejor arma contra las injusticias y la defensa de la dignidad.