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Los Cachiguango, un ejemplo de supervivencia laboral en Navarra

Los hermanos ecuatorianos Marta y Javier llegaron a España hace 24 años y han pasado de vender en la calle a ser propietarios de Ojitos de Luna en el Casco Viejo de Pamplona - Iruña

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Los hermanos Cachiguango son un ejemplo de supervivencia laboral. Marta y Javier Cachiguango Santillana son dos comerciantes ecuatorianos que llegaron hace 24 años a España. A pesar de las dificultades que ambos vivieron, son ahora propietarios de Ojitos de Luna, su tienda de accesorios y artículos de textil, ubicada en en número 5 de la calle Zapatería del Casco Viejo de Pamplona

Estos comerciantes emprendieron su viaje rumbo a España en el año 2000. Su idea inicial era quedarse por tan solo seis meses y luego regresar a la Universidad en Ecuador. Sin embargo, el presidente ecuatoriano Rafael Correa cambió sus planes. El cierre de fronteras de Ecuador fue la señal definitiva para que los hermanos decidieran quedarse en España. 

La primera década en tierra extranjera no resultó fácil para la familia Cachiguango. “La gente era muy desconfiada, nos tenían miedo, no nos daban trabajo”, recuerda Marta. Por ello, ambos empezaron de cero inspirándose en la venta, un oficio que Marta y Javier habían vivido desde pequeños. Así, los ecuatorianos se lanzaron al comercio a pie de calle. Una actividad a la que no les costó adaptarse. “Sabíamos estar con los hippies, ellos son paz y amor”, expresa Marta. 

Víctimas de mafias callejeras

No obstante, los hermanos también vivieron enemistades. El trabajo de calle llevó a los Cachiguango a ser víctimas de diversas mafias callejeras. Marta asegura que estos grupos “se aprovechaban de los que estábamos más vulnerables” subiendo hasta cinco veces más el precio de los puestos que la mafia les cedía. Sin embargo, la desesperación por sobrevivir les llevaba a aceptar. Estos colectivos delincuentes no fueron los únicos enemigos de los hermanos durante su primera década en España. Así, ambos recuerdan las carreras que tuvieron que hacer para huir de aquellos que querían quitarles lo único que tenían para subsistir. 

“La gente era muy desconfiada, nos tenían miedo, no nos daban trabajo”

Después de las persecuciones, estafas y trabajo duro, Marta consiguió un puesto como cuidadora de un matrimonio mayor en San Sebastián, que le inculcaron las bases de una fe esperanzadora. Además, Javier se sacó el permiso de camión y estuvo una temporada detrás del volante, entre carreteras. 

A pesar de los obstáculos que los hermanos encontraron en su oficio, ellos siguieron luchando por una vida mejor. Por ello, se informaron acerca de las mejores ferias de todo el país, Sevilla, Córdoba, Cáceres, Valencia o San Fermín, entre otras, para conseguir una mayor renta. 

Ojitos de Luna en el Casco Viejo de Pamplona

Sin embargo, la pandemia, y con ella el cierre de mercadillos, obligó a Marta y a Javier a buscar un local fijo en el que pudieran vender sus productos. Así, nació Ojitos de Luna, su tienda. No obstante, la subida de impuestos dificulta la prosperidad de este local. “Pocas ventas, muchos impuestos”, declara Javier. “Claro que me gusta mi trabajo, pero si no da para más a largo plazo...”, añade. A causa de la escasa clientela, los comerciantes han tenido que retomar el mundo de la feria para compensar ganancias. Así, los hermanos han acudido recientemente a ferias como la tradicional de otoño en Doneztebe

A pesar de esto, los Cachiguango continúan “echándole ganas” a su tienda. Sin embargo, la confianza de los propietarios no es suficiente, todavía queda alcanzar la de los clientes. Javier lamenta que “aún vemos un poco de racismo. Hay gente que me ve tras el mostrador y se da la vuelta”, sostiene. 

A pesar de las actitudes de algunos clientes, los hermanos disfrutan de la cultura y gente del país. Así, Marta y Javier cuando tienen oportunidad se deleitan con una buena paella, fideuá o con unos deliciosos productos gallegos. Sin embargo, uno siempre extraña sus raíces. La calidad de vida o el consumismo excesivo son algunas de las diferencias que los Cachiguango perciben respecto a Ecuador. Además, los hermanos, a pesar de que viven en Irurtzun junto a familiares suyos, siguen extrañando mucho a la otra parte que se quedó en Otavalo Imbabura, su pueblo natal. Marta expresa la pena que siente por no haber visto a sus sobrinos crecer. “Te vas con la idea de que son unos niños y cuando regresas están dando jalada a una botella de whisky”, bromea.

Sin embargo, los hermanos nunca han perdido el contacto con los suyos. Ambos recuerdan cuando llegaron a España y marcaban en las cabinas de teléfono por unos 20 euros. Ahora, hasta el próximo viaje a Ecuador, Marta y Javier disfrutan de sus familiares que viven en Navarra y les hacen sentirse como en casa.