Ayer y hoy de Casa Titorra, en Lumbier
De taberna a bar de copas, el establecimiento más antiguo de la localidad da vida al pueblo desde hace más de 80 años en la Calle Mayor
De los seis bares que hoy levantan su persiana en Lumbier, el latido más antiguo es el de Casa Titorra, con el número 27 de la calle Mayor, en el lugar popularmente conocido como Las Cuatro Esquinas.
Allí, hace más de 80 años Teodoro Domeño Iribarren abrió con el mismo nombre las puertas de una tasca (taberna y carnicería) sin barra, solo con mesas y bancos. Su clientela era la gente del pueblo y de los pueblos de alrededor que acudían a beber y a comprar carne. También lo frecuentaban las cuadrillas: Chacolí, Armonía, Aupa, Jarro, el Injerto, La Balompédica, El Ruido, El Carburo… Cada una tenía asignada una botella y todos bebían del mismo vaso. Si sobraba, se les reservaba la botella con el vaso encima para la próxima visita (típico de las tabernas).
Años después, la tasca se transformó: se eliminó la carnicería y con la reforma, se instaló una cafetería. Los fines de semana se dispensaban pinchos. En la parte superior, se instaló un comedor en el que se servían meriendas. Cuando este se llenaba, se acomodaba a la gente en la propia cocina familiar.
Estos son parte de los recuerdos de José Luis Domeño Monreal, uno de los protagonistas de la historia de Casa Titorra, el bar más antiguo de Lumbier en activo. La corroborarían muchas personas de su edad.
Hoy tiene 86 años y no puede concretar cuántos trabajó en el bar, pero sí que “fueron muchos y muy buenos”. Confiesa que fue feliz trabajando allí. “Conocía prácticamente a todo el mundo que pasaba por el bar, cada uno con su historia. Sabía sus manías, me contaban sus cosas. Había un cliente que venía todos los días. Era un empleado del ayuntamiento. Cada vez que se asomaba por la puerta, yo dejaba lo que estaba haciendo o a quien estaba atendiendo y le ponía el vino en el mostrador. También recuerdo otro que venía a diario, nunca tomaba nada y se sentaba todos los días a leer el periódico. Otro cliente decía con gracia: “A este sírvele lo de todos los días, un vino de prensa. Así mil y una anécdotas”, relata quien estuvo al otro lado de la barra hasta el final de la gestión de la familia Domeño (finales de los 90).
De ella también formaron parte su hermana Inma, en los comienzos y su hermano Fermín, el que atesoró más tiempo, hasta los 67 años. En la cocina, sumaba su mujer, Celia Recalde con la elaboración de los fritos caseros. José Luis, Fermín y Celia, formaron un buen tándem.
“Me alegra mucho saber que sigue abierto. Quiero que se conserve el espíritu bueno y alegre de Casa Titorra para siempre. En las Cuatro Esquinas”, asevera.
Continuidad
La continuidad de Casa Titorra la ha trazado desde 2016, el vecino de Lumbier, Javier Blanco Villanueva precedido de buenos hosteleros y hosteleras. Javi, 43 años, camarero experimentado, lo celebra desde entonces todos los años y ayer lo hizo por el 9º aniversario con una fiesta Pop Rock de los 60 hasta la actualidad. “Creo que hay que celebrarlo. Lo hago cada año, salvo los de la pandemia. Pienso que aporto alegría, ambiente y fiesta. Me gusta organizar actuaciones, djs, conciertos de todos los estilos, porque a mi bar entra todo tipo de público. Aquí todo el mundo es bienvenido, aunque yo vivo de la gente del pueblo, la que me da de comer todo el año. En Lumbier hay mucha costumbre de salir y yo quiero corresponder. Merece la pena”, expresa.
El Titorra de hoy es un bar de amplio perfil: de almuerzos, cenas y comidas por encargo, “aunque es difícil cubrir la cocina”, recalca. Por eso, al final es más un bar de copas, de tardeo, de baile, a demanda... “Así tiramos para adelante”. Javi constata por experiencia que mantener un bar de pueblo no es fácil, si bien reconoce que es rentable. “Unas veces se gana y otras se pierde, pero hay que mirar el beneficio del año”. A la gestión hay que sumar, añade, las dificultades burocráticas que atenazan a los pequeños establecimientos rurales. “Todos problemas derivados de la Seguridad Social, contrataciones, Hacienda... Las normas están pensadas para las ciudades y las grandes superficies. En los pueblos no siempre necesitas gente a jornada completa y las contrataciones penalizan la eventualidad. A los pequeños nos perjudican por todos lados”. A pesar de todo, opina que la hostelería “tiene más cosas buenas que malas”. Lo ha experimentado en su piel, ya que ejerce desde los 16 años. “Me gusta mi trabajo. Me aporta más alegrías que tristezas. Yo disfruto de ver cómo disfrutan, y la gente es agradecida”.
A pesar de su satisfacción, Blanco no augura buen futuro. “Lo veo negro porque está muy complicado encontrar gente para hostelería. Lo entiendo: es un trabajo duro. En esta zona no hay paro y esto te tiene que gustar. Somos seis bares, cada uno con su ambiente, nos respetamos y todos animamos al pueblo. Hasta ahora no me ha faltado apoyo y si esto pasa, y no puedo dar buen servicio, cerraré. Pero mientras esté vivo, haremos lo posible para que Lumbier sea un pueblo alegre y divertido”. En su declaración agrega que seguirá colaborando con las iniciativas populares y aportando lo que pueda. “Los bares son vida”. Lo sabe y concluye. En un pueblo, por añadidura.