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La 'abuela de Iruña' que convirtió su vida en lucha

A sus 87 años, Esther Zabalegi es una activista navarra que sigue alzando la voz contra las injusticias del mundo, como el genocidio de Gaza

La 'abuela de Iruña' que convirtió su vida en luchaPatxi Cascante

A Esther Zabalegi Burgi (Tafalla, 1937) le enseñó su madre que tenía que llegar tarde al colegio para no cantar elCara al sol. Quizá por eso –y por otras muchas trastadas que le hizo a las monjicasy que todavía recuerda entre risa– le echaron del colegio y no pudo conocer dónde se encontraba Palestina en el mapa, qué estaba sucediendo en el Sáhara Occidental –en aquel entonces, la provincia número 53 del Estado– y tampoco le dio tiempo de discutir por qué las mujeres tenían que quedarse sentadas a la espera de que un hombre les tendiera la mano para bailar. Aunque ella cree que tampoco lo habría aprendido porque aquellas monjas solo les enseñaban “a hacer ojales para las braguetas, a bordar, a coser, a rezar... y a hacer mierdas”, enumera. Fue una rebelde con muchas causas porque la gente “no era como tenía que ser porque hay que pensar en los demás, que pueden no tener agua o comida. Debía luchar por ellos”, menciona. Y, ahora, con 87 años, la lucha continúa.

Una vida por la lucha

Aunque Esther siempre ha sido “muy independiente”, comenzó sus batallas acompañada de un grupo de feministas de su Tafalla natal –su madre fue la primera mujer del pueblo en usar pantalones–. Se juntaban, debatían y planteaban las jugarretas que podrían hacer a las personas machistas en señal de desobediencia. “Llevé a 15 mujeres a que abortaran a Baiona y Londres porque aquí no les dejaban. La Iglesia se queja mucho y las señala, pero ellas son las que más sufren y no se quieren dar cuenta”, reconoce. De estas idas y venidas, surgió un nuevo escenario para sus luchas: Francia –en concreto, Burdeos y París–. Allí vio el desprecio con el que trataban a los migrantes. “A la gente le daba igual que estuvieran tirados en la calle, les miraban con asco, como si no fueran nadie. Pero yo me volvía loca y me rebelaba porque nunca he podido con las injusticias”.

En mayo del 68 –cuando en París comienzan las revueltas estudiantiles y sindicales–, Esther estaba embarazada, pero eso no le impidió coger los adoquines del suelo “para tirarlos durante las barricadas”, relata con orgullo. Pero esta no fue la única vez en la que se metió entre los disturbios. Durante una manifestación en favor del gaztetxe de Irun, según cuenta, persiguieron a un joven y le pegaron. En cuanto lo vio, se tiró sobre él para evitar que le golpearan con tan mala suerte que le rompieron el cúbito y perdió la conciencia. “El chaval me dijo en el hospital que pensaba que lo iban a matar”, dice.

La sangre de Gaza

Manifestación contra el genocidio que está ocurriendo en Gaza.

A pesar de que sea la que grita con más garra, la que tiene más genio y la que nunca se rinde, Esther no puede evitar que se le escapen las lágrimas cuando piensa en Gaza. “Me da mucho miedo la humanidad. Con el genocidio que estamos presenciando, debería estar todo dios en la calle, a todas horas. Se están muriendo muchos niños, llevan más de 75 años luchando, pero les estamos dando la espalda”, expresa con rabia.

En 2023, cuando Israel inició una de las campañas de bombardeos más destructivas de la historia moderna, Esther no podía dormir. Miraba las noticias y lloraba. Y lamentaba que ella tuviera una casa en la que poder vivir apaciblemente, mientras el pueblo palestino era asesinado. “¿Cómo no voy a luchar por ellos si les están robando su tierra mientras están derramando su sangre? Y, mientras tanto, el fútbol y la Iglesia mueven millones, pero no les dan nada a los sintecho, a los que malviven en guerras, a las personas que realmente lo necesitan”, reclama.

Pero no todo es sufrimiento y dolor. Todos los martes, cuando se reúne en la Plaza del Ayuntamiento para concentrarse en favor del pueblo palestino, ve a quienes le rodean y se alegra. “Es gente que piensa y que quiere a las personas. Llevamos mucho tiempo y la mantenemos. Eso nos demuestra que es una causa que importa y que lucharemos contra el poder siempre”.

Y su omnipresencia en todas las concentraciones –de todo tipo de causas, en especial las de la lucha por el pueblo palestino– han dado la vuelta al mundo. No solo porque en muchas ocasiones ha retado al poder –como aquella vez que puso pegatinas en el Carrefour de la calle Leyre, en las que se leía que esta empresa es cómplice del genocidio, y se enfrentó con la dueña del local–, sino porque su tenacidad se ha convertido en un símbolo de resistencia e imitación para las generaciones de jóvenes –que le dicen que quieren ser como ella– o para los propios gazatíes. Quienes a miles de kilómetros saben que “la abuela de Iruña” no los está olvidando. “Hasta que me muera y también daré guerra en el cielo o en el infierno”, promete.