l otoño es la singular época agrícola de recogida de diversos frutos que se acomodaban en la ganbara o sabaia (desván), cuando fueron fundamento alimenticio en el medio rural y ayudaban a pasar el invierno. Alubias, maíz, nueces, castañas y algo menos, avellanas, eran recurso habitual, y menú invariable de muchas familias, y en las ciudades los castañeros salían (¿los confinarán por el covid-19?) para venderlas asadas, ricas y calentitas en las calles.

La Madre Naturaleza nos demuestra su sabiduría una vez más. En verano, con altas temperaturas y calor, aporta frutos jugosos que hidratan y refrescan y en otoño, otros secos ricos en grasas y muy energéticos que nutren de calorías contra los rigores del invierno.

Es tradición que el 29 de septiembre, por la festividad de San Miguel, las castañas ya maduran (hay una variedad que se conoce precisamente así: Sanmigelak) y los castaños ofrecerán este fruto hasta finales de noviembre. Desde el Paleolítico, el hombre se alimentó de castañas y nueces, y el castaño era “el árbol del pan” hasta la introducción de la patata que llegaba de América.

Se comían asadas, cocidas o se hacía harina de castañas secas para alimento de todo el año, también consideradas “el pan de los pobres” por ser una excelente y barata forma de alimentación. Las nueces eran un postre extra y puede que por eso el nogal estaba cerca de las casas y se conservaban para Navidad y las ocasiones festivas, también como parte de postres dulces.

Al castaño se le considera el típico árbol de caserío, es de rápido crecimiento y aseguraba fruto y una cierta cantidad de madera. Cada 6 ó 7 años se desmochaba y se obtenían vigas de grandes dimensiones, y su abundante hojarasca parece que también se usaba en las cuadras y como abono orgánico en las huertas, además de que se le extraía el tanino para dar resistencia a las pieles y otros usos.

El fruto se consume fresco (tradicional en Navidad), seco en harina utilizada en pastelería, puré de castaña (mermelada), marrón glasé (castaña cocida o asada con anís, tradicional por Todos los Santos) y en acompañamiento de platos de caza. Era la base de la alimentación de nuestros antepasados, porque es saludable recordar que fuimos un pueblo pobre y emigrante (lo seguimos siendo aunque ahora a destinos domésticos) ajeno a las abundancias actuales.

En Navarra existen alrededor de 2.000 hectáreas de castañares puros y otras tantas de bosque mezclado con otras frondosas, a pesar de lo que, por ejemplo en la cuenca del Bidasoa, es difícil encontrar castañas del país en las tiendas de toda la vida. “Ya no las traen como antes de los caseríos, entre otras cosas porque como los hongos, hay dudas de si se pueden vender o no; ahora casi todas proceden de Galicia”, dicen en el comercio decano de Elizondo.

Ahora que, en teoría, llegan los fríos y las bufandas, la presencia simpática y entrañable de los castañeros en las calles nos traslada a tiempos pasados. Un cucurucho de papel de periódico (cosa que no se puede hacer con un ordenador ni con un móvil) lleno de castañas asadas y calentitas (“una docena de 13 castañas, dos pesetas”, como en un antiguo anuncio) se disfruta como un auténtico manjar.

Sin olvidar que son inyecciones de aire comprimido, más bien gas metano, pueden ocasionar “una noche entera de detonante puskarrera, disparando ventosidades”, como en las Coprógenas atribuidas al capuchino padre Domingo de Beizama.

Por su parte, las nueces simbolizan el hogar, el nogal se asimilaba al nacimiento y los romanos lo consideraban un alimento de los dioses y se lanzaban para darles suerte a los contrayentes tras el acto del matrimonio. Los nogales apenas ocupan 60 hectáreas en Navarra, más que antes gracias a la iniciativa de personas imaginativas y emprendedoras, sobre todo en Tierra Estella y la Ribera.

De estos frutos secos, igual que con las avellanas, lo que se consume es la simiente y no la cáscara que los cubre. La forma del fruto de la nuez se dice que se parece al cerebro humano. Son un alimento muy energético, que ayuda a prevenir algunas enfermedades del corazón y mejoran la actividad cerebral, y además son excelentes aliadas en el tratamiento de la arteriosclerosis y el estrés, loado sea Dios.

En el hogar, las nueces se conservaban para las ocasiones festivas o de cierta importancia, ya que no abundaban tanto como las castañas. En la Navidad vasca, como postre especial se consumía uno típico del país, la denominada intxaursalsa que es parecida a las natillas, que se elabora con leche, harina de nueces machacadas, azúcar y a veces canela que se cuecen hasta reducir. Cosas de antaño ahora igual de sabrosas, frutos de otoño, delicias de invierno.