Por distintos motivos, la tradición de cantar la aurora antes del alba en Estella, trasmitida a lo largo de muchos siglos, está a punto de extinguirse.

Antes de que sonara el despertador del alba con sus primeras luces por el Este, sonaba el del auroro quién - adornado de blusa negra, campanilla y farol- le ganaba por la mano al astro solar para anunciar cantando el acontecimiento del día.

La responsabilidad de cantar la aurora se transmitía desde el auroro anterior, que dejaba su cargo por enfermedad o fallecimiento, mediante la entrega al nuevo de la campanilla y el farol y en algunas localidades el Ayuntamiento les gratificaba con el cultivo de alguna parcela sin abonar renta.

Conocí a varios auroros que sabían de memoria todos los santos y festividades del año, así como las letras de las auroras correspondientes desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre.

Con suma delicadeza la voz del auroro despierta la naturaleza dormida. Hasta el viento silencia sus murmullos o alaridos para escuchar mejor el mensaje del cantor que, en ocasiones es también cantautor.

Unas veces expresa en sus rústicas notas, la alegría y el encanto del alma popular, como sucede el día de la Asunción de la Virgen, 15 de Agosto:

“ Ya amanece el solemne día

en que María al Cielo ascendió.

Día grande para los mortales,

feliz y dichoso sin ponderación.

¡Qué gloria y honor!.

Es María que subió a los Cielos

A ser coronada por el mismo Dios”.

En otras ocasiones gime en doloroso llanto, dando la última despedida a un vecino, llamado a la casa del Padre,

Poderoso Señor Nazareno

De Cielos y tierra Rey Universal.

Hoy un alma que os ha ofendido

Pide que sus culpas queráis perdonar...”

Esta letra se cantaba también ante la casa del difunto con entrañable emoción.

Durante las vacaciones veraniegas, algunos seminaristas solíamos acompañar a D. Adriano Juaniz, humilde hortelano de Valdelobos, siempre sonriente, en el cántico de la aurora, sobre todo en las grandes fiestas.

Con ocasión de la aurora del día de la Virgen - 15 de agosto de 1.956, le propusimos cantarla en el barrio de la Merced, llamado vulgarmente Catanga, porque argumentamos que también los vecinos de la periferia tienen derecho a oír la belleza de nuestro cántico mañanero.

Puso sus reparos D. Adriano a nuestra iniciativa porque, dijo ladeándose un poco la boina y arrascándose en la cabeza: la aurora hay que cantarla siempre antes de amanecer y no nos va a dar tiempo después de cantarla en el centro de Estella”.

Pero los hermanos Javier y Avelino López se las ingeniaron para solucionar el problema, encontraron un carricoche, que apenas se alzaba un palmo del suelo, en la trapería de su padre D. Sandalio.

Y así fue cómo D. Adriano, portando el farol y la campanilla, llegó puntual y cómodamente sentado en tan prehistórico vehículo, arrastrado por una bicicleta y acompañado por el resto de su comitiva al Barrio de la Merced, donde se cantó solemnemente la aurora de la Virgen antes del alba.

El mismo auroro me contó, entre cántico y cántico, la siguiente anécdota:

“Era una mañana gélida, varios grados bajo cero y yo iba cantando la aurora de Reyes o Epifanía, solamente me acompañaba la campañilla y el farol bajo la mortecina y temblorosa luz de las bombillas del alumbrado municipal, cuando, al doblar la esquina de la Calle Astería para subir por la Cuesta de los Guardias, observé en su parte superior dos fantasmas de blanco de pies a cabeza.

Asustado retrocedí y me refugié en la esquina. De vez en cuando me asomaba para ver cómo evolucionaban los fantasmas. Nada, ningún movimiento.

Pasados algunos minutos, escamado, decidí emprender la subida de la cuesta, pensando que en caso de ataque fantasmal, me defendería en el cuartel de la guardia civil.

Cautelosamente, paso a paso, me fui acercando hasta que comprobé que los temidos fantasmas eran dos sábanas verticales, como tablas sostenidas misteriosamente

Me atreví a cantar la aurora entre ambos “fantasmas” para protegerme del viento.

No me hicieron el “dúo”y fue entonces cuando advertí que se habían caído de un tendedero de alambre por el peso del hielo y estaban completamente heladas las sábanas.

Pertenecían los auroros oficiales a esa clase de hombres recios y duros, de creencias firmes y de honestidad a toda prueba.

En cierta ocasión, el autor de este escrito , halagaba a D. Adriano, recordándole el enchufe que debía tener ante todos los Santos, a los que había homenajeado con sus cánticos mañaneros y que, en justa compensación, saldrían a recibirle en el Cielo cuando llegara al fin de sus días.

¡Ay, carajo, ya saldrá alguna “jodienda” por el camino!- Me contestó.

Ni que decir tiene que la palabrita, arriba transcrita la dijo en sentido retórico y figurado.

Actualmente, desaparecidas las auroras unipersonales, quedan como reminiscencias algunas pocas multitudinarias, en las que participan con entusiasmo y veneración, cantores, incluso no practicantes, pero unidos y vinculados todos por un sentimiento orgulloso de pertenencia a la Comunidad Estellica, a sus tradiciones y raíces.

A D. Adriano no le gustaban estas auroras alborotadas porque afirmaba:

“Yo quiero madrugadores; no, trasnochadores”

En cualquier caso, nadie puede negar la emoción contenida en la letra de la aurora del Viernes de Gigantes:

A los cantos de la aurora,

Despertad con alegría,

Anunciando nuestras fiestas

En este glorioso día.

Cantando con gran amor

Y nuestro temple estellés

A nuestra madre del Puy

Y al glorioso San Andrés.

Son vuestros hijos queridos

La esencia de toda Navarra,

Con sus alegres canciones

Florecen a las mañanas....

Cantando con gran amor

Y nuestro temple estellés,

A nuestra madre del Puy

Y al glorioso San Andrés.

Cuando la oigo cada año, me imagino a Don Adriano aplaudiendo desde el Cielo.