Pocos estellicas saben que, hace casi un siglo, en los años en los que se sufría gran hambruna y precariedad económica pero que sus ciudadanos ostentaban una inquebrantable honestidad personal y pública existía en Estella un observatorio de Meteorología, sito en la Cuesta de Entrañas de la Plaza de Santiago que estaba regentado por un solo miembro de apodo Pedrocho, hortelano de un regadío, sito en Valdelobos.

El tal personaje, verdadero caballero honrado y complaciente, atendía gratuitamente a los ciudadanos que requerían sus valiosos servicios sobre la previsión del tiempo a corto plazo, dato de gran interés para la mayoría por ser agricultores ya que de la caprichosa lluvia dependía el sustento familiar.

Una vez consultado el citado meteorólogo, subía solemnemente en compañía del consultante a lo más alto de la Cuesta de Entrañas donde daba vista a las Recoletas y en el horizonte lejano a las Sierras de Lóquiz y Urbasa.

Desde este observatorio privilegiado examinaba la atmósfera, las nubes, su color, la dirección y la fuerza del viento que las transportaba sin pagar billete hasta Estella.

Para ello Pedrocho muy ceremonioso, seriamente se chupaba dos veces el dedo índice de su mano derecha y lo exponía al aire para comprobar su dirección.

Seguidamente arrojaba su boina al aire a unos dos metros de altura, en línea paralela al suelo y medía a pasos la distancia existente entre el punto del lanzamiento y el de la caída de la boina y repetía la operación en sentido contrario para conocer la fuerza y velocidad del viento que arrastraban a las nubes que se dirigían al hoyo de Estella.

Terminada su exhaustiva analítica, el bueno de Pedrocho, siempre serio y circunspecto se volvía a colocar la boina, se arrascaba la cabeza de medio lado y daba su diagnóstico sentenciando judicialmente ante la expectación del consultante y de varios curiosos:

“ Hombre?.. puede que sí, puede que no”.

Y acertaba siempre. Su diagnóstico era infalible.