Fuera una pandemia. Dentro el baile de la conga. El diario de a bordo de San Jerónimo y sus directos en Facebook se hicieron famosos durante la primera ola del coronavirus. Esa que solo en las residencias de ancianos del Estado se ha cobrado la vida de 20.268 personas, según el informe de la Secretaría de Derechos Sociales. La residencia de Estella sorteó sin contagios ese primer arreón, en el que 15 trabajadores decidieron confinarse con los residentes. Entre el 23 de marzo y el 26 de abril. 35 días para hacer de San Jerónimo un fortín. “Me pareció un enorme esfuerzo. Se esmeraron demasiado”, opina Mari Cruz Zudaire, de 76 años. “Ese mes no se me va a olvidar nunca. Bailábamos, jugábamos... fue un paraíso. No nos daba tiempo ni de pensar en los que estaban afuera”, considera Consuelo Jiménez, de 83. “Otras residencias no sé cómo serían, pero aquí fue una delicia. Estábamos de cine. Y las chavalas que se confinaron... Qué quieres que te diga. No hay dinero en el mundo para pagar lo que hicieron”, expresa agradecida. “Una actuación encomiable, de un valor humano extraordinario”, finaliza la ronda de piropos Vicente Arza, de 79 años.

Ahora, con dos sustos por positivos en la plantilla y sus residentes libres de carga vírica, San Jerónimo afronta un segundo encierro -que votaron voluntariamente antes del decreto- con la misma intención de mantener a la covid-19 bien lejos de la residencia.

el día a día

“Estoy estupendamente”

Rutinas del centro

El día de Mari Cruz empieza muy pronto, a las 5 o 6 de la mañana. “Tengo parkinson y me quedo agarrotada, me cuesta mucho prepararme”. A las 8 baja a desayunar, si le da tiempo después a misa y luego al ordenador “a hacer solitarios”, afición que a según qué horas debe controlar “porque he notado que me quita el sueño”. Comida, siesta, merienda, rosario y partida. Preferentemente al chinchón. Por cierto, el jueves ganó: “Me gusta cerrar en menos 10. Y si puedo en menos 20, mejor”. Cena, se acuesta sobre las diez, y hasta mañana.

“Nos damos paseos y tenemos entretenimiento; gimnasia, los bolos, parchís...” comenta Josefina García, de 83 años. Dice que a San Jerónimo ha llegado un nuevo juguete; una cabina de hidromasaje “muy solicitada y agradable. Te ponen música, te puedes jabonar, lavar la cabeza... un capricho”. Mención especial merecen las comidas. Habla de “unas patatas con costillas de cerdo que estaban guay. De las buenas buenas. Lomo con tomate muy rico...”. Como el jueves era el cumpleaños de una compañera “traemos una chuchería”. Lacito de hojaldre. A la tarde café (con donut) y “de cenar hay puré de champiñón, o de calabaza, o sopa caliente, tortilla de gambas por ejemplo... De postre yogur, natillas o flan. Todo muy bueno”, dice.

“Aquí estoy estupendamente”, asegura Vicente Arza. Entró en 2016 a comer y cenar “con vistas a quedarme”. Dos años más tarde, en cuanto salió plaza, se instaló: “He hecho amistades y estamos todo el día juntos”. La cuadrilla de Vicente solía salir a los jubilados a echar un vino. Ahora, como alternativa, les han puesto un pintxo pote. “Estoy encantadísimo de estar aquí y no tengo ninguna intención de marcharme... más que para tomar el aire. Eso lo estoy deseando. Tenemos una ventaja importante, hay un jardín enorme. Pero al estar encerrado le das vueltas a la cabeza, y yo soy una persona muy sensible”. Por lo demás, “yo de aquí no me marcho hasta que Dios quiera. Esta es mi casa”, afirma.

Josefina también está contenta “dentro de la cosa de que tengo cuatro hijos y no puedo salir y darles un abrazo y ese cariño que tenemos las madres”. Entró en San Jerónimo el 20 de enero para llevar una vida ordenada y lo ha conseguido: “Aquí se vive muy bien y está todo muy bien organizado”. “No nos falta de nada, estamos atendidos 100%”, apunta Consuelo. Se dividen en grupos “para no estar todos juntos”, y a ella le ha tocado el rojo. Duerme “con pastilla, pero de un tirón”, dedica un rato de las mañanas a limpiar mandarinas, más tarde gimnasia “y luego las chicas cantamos”. También le gusta hacer punto de cruz, y por las tardes “rezas el Santo Rosario para que Dios nos proteja como nos está protegiendo ahora”. Solo tiene palabras bonitas sobre su hogar: “Aquí somos familia. Estamos todo el día juntos, nos apreciamos y nos queremos todos”.

la amenaza

“Se notan los nervios”

El coronavirus

Mari Cruz coincide con el sentir general del “estamos muy bien aquí”. Aunque “lo del covid lo llevamos bastante regular. Se notan los nervios, en los abuelos y en todo el mundo. Yo estoy mentalizada de que no voy a salir, de que esto es para largo. Lo mejor es mentalizarse porque si no te amargas la existencia”. Precisamente para no amargarse, reconoce que “no me gusta ver las noticias porque parece que vamos a peor. Y me llevo mal rato cuando oigo las cifras de muertos y enfermos. Por lo demás, aguantaría la tira”, opina sobre su confinamiento.

Vicente asume con buen talante este tiempo: “Nos dan unas normas y cumplimos. Ahora otra vez que no se sale, pues no se sale. Nosotros respetamos, pero muchas personas no, y ahí está el problema. Eso fastidia”, finaliza. “Lo que nos da miedo es de puertas para afuera; los hijos, nietos y bisnietos”, razona Consuelo, bisabuela por partida triple. Josefina dice que “la gente joven se tiene que concienciar a vivir una vida más casera y cuidarse más”. Y cree que la cosa “va para largo. He tenido la suerte de llegar a esta casa. Con esto del virus mis hijos me dicen que es el mejor sitio donde puedo estar. Estoy controlada y cuidada, y si te pasa algo tienes la enfermera y la médico. Aquí están siempre pendientes; antes de dormir te preguntan qué tal estás y cuando te levantas si has dormido bien... ¿qué más queremos?”.