- Son quienes se encargan, estos días grises, de hacer que cada cosa llegue a donde tiene que llegar. Que todo el mundo reciba sus cartas, sus notificaciones o sus paquetes, aunque sea desde el felpudo.

Porque aunque tienen que mantener las distancias, como todos, no han dejado de salir a la calle para que los pequeños envíos lleguen a sus correspondientes propietarios. Alberto Monasterio, vecino de Berriozar, lleva 27 años trabajando en Correos.

A sus 54, ha pasado ya 16 ofreciendo servicio en Barañáin, donde ya prácticamente conoce a muchos vecinos. Y casi es a quienes más echa de menos: "Se hace raro trabajar, porque las calles están vacías. Las tiendas y los bares cerrados, hay mucho silencio. Pero de vez en cuando te cruzas a alguien en el portal. El otro día dejé un pedido y la señora me dio después las gracias desde la ventana. Me dio ánimo. Siempre hay cosas que te alegran", valora.

Su día a día ha cambiado considerablemente desde que comenzó el confinamiento, aunque él agradece no tener que quedarse en casa. "Tenemos que ofrecer unos mínimos, mantener el servicio público que siempre hemos dado. Y por lo menos salimos un poco, aunque se han tomado muchas medidas para afrontar esta nueva situación€ Y ha sido un cambio de un día para otro", reconoce. Trabaja con otros seis compañeros, con los que se dividen la zona por secciones, y realizaba el reparto todos los días. Ahora lo hacen en jornadas alternas y pertrechados con guantes, mascarillas y geles desinfectantes. Guardando la distancia. "En las entregas el contacto directo también ha cambiado. Ya no solicitamos la firma de documentos, pero sí pedimos los datos por el telefonillo y si es un paquete que no cabe en el buzón, lo subimos a la puerta del piso y lo dejamos en el felpudo", relata. "Ahora se evita ese contacto directo, por nosotros y por los usuarios. También hay quien lo prefiere, hay gente que está más asustada", reconoce.

El reparto del buzoneo es prácticamente igual aunque asumen que tienen "bastante menos carga de trabajo". Al menos en la calle, porque el trabajo de oficina lo siguen haciendo, ya que hay que descargar lo que trae la furgoneta todos los días, separarlo por calles y portales y registrar el correo certificado. "Cuando salimos se nota mucho, las calles están más desangeladas, hay mucho silencio. En las tiendas ya no se está repartiendo y nos limitamos más a las cartas, a las notificaciones administrativas, y a los paquetes pequeños", explica.

Pero mucha gente, dice, "agradece cuando te ven repartir. Nosotros tenemos que sacar adelante el servicio, esa parte esencial. Yo lo llevo bien, hay algunos trabajadores de más de 60 años que han tenido que quedarse en casa. Forma parte de las medidas, también en las oficinas el horario se ha reducido y se han eliminado los repartos por la tarde. Se ha reorganizado todo", valora, y agradece que muchas personas han tomado consciencia "de lo importante que es mantener el reparto estos días", en los que se siguen recibiendo "postales del extranjero, facturas y de todo, aunque menos, pero en general lo mismo que antes".

Reconoce que todo ese silencio se le hace extraño y tiene ganas de volver a la normalidad. De regresar a la rutina. "Al trato con la gente, al servicio de siempre. No vas igual a trabajar porque no están todos los compañeros y las calles están desiertas. Al menos te relacionas, sales un poco. Y te quitas de estar en casa los días en los que no te toca trabajar. Es algo que comentas con los compañeros y con todo el mundo: las ganas que tenemos de que todo vuelva a ser como antes".