- Se llama Matías Daniel Burgos, pero todo el que haya frecuentado el ascensor que salva la vertical entre la Rochapea y el Casco Viejo sabe que es Matías del ascensor. Y así se apellida en su página de Facebook. "Encontré mi huequito en el ascensor", dice este músico callejero de 37 años -los últimos 20 músico, los últimos 10 callejero- argentino de Buenos Aires. Hace cuatro años la casualidad y Google le trajeron a una ciudad desconocida para estudiar un grado superior en la Escuela de Artes y Oficios. "Estaba entre Jaén y Pamplona, me fijé en Internet y Pamplona me pareció mejor".

Una vez en la capital navarra, Internet ya no tuvo nada que ver en la elección del lugar donde comenzó a tocar. "El ascensor me eligió a mí, en mi primer San Fermín Txikito. El destino movió sus piezas y me reencontré con un amigo argentino. Fue una escena surrealista, nos mirábamos incrédulos en Navarrería. Pero sí, era Hernán y hacía más de dos años que no nos veíamos. Él estaba estudiando en Iruña y volvía a Argentina en pocos días. Es un gran guitarrista, y como estaba con poco dinero tocaba en la calle. Me pidió que fuera con él, llegué al ascensor con mi charango y mi ampli y tocamos un buen rato juntos. Fue hermoso. Al otro día él se iba, y así comencé a tocar en el ascensor", recuerda.

Ahora Matías está atascado a 10.000 kilómetros de su ascensor. En diciembre viajó a Buenos Aires para visitar a la familia. Con el vuelo de vuelta a la que ahora es su casa el 20 de marzo. Seis días después de decretarse el estado de alarma. Imposible. "Estoy con problemas gastrointestinales y me urge volver para ver al especialista. Tenía billete con Iberia, ellos me dieron un vouncher -un vale para canjear- que ahora no quieren validar para futuros vuelos de repatriación. Solo para vuelos normales y a partir de septiembre. Y yo no tengo para pagarme otro pasaje", reconoce mientras espera "con mucha incertidumbre a ver cuándo hay otro vuelo, si podremos usar ese bono... Afortunadamente estoy en la casa de mi hermana, tengo un techo y a la familia", argumenta también.

Matías censura que "el consulado español en Buenos Aires nos ha dejado a nuestra suerte a cientos de personas. La embajada nos ha mareado. Hemos hecho un listado a través de un formulario de Google y al menos quedamos 300 personas varadas en Argentina, españoles o residentes, la mitad con vuelos de Iberia. Y habrá muchos más", asegura. En su desesperación, hasta le ha compuesto una canción a la aerolínea en la que le pide que mande un avión.

A Matías la música le entró con el tango y el folklore argentino, tuvo "múltiples bandas de variados estilos" y tras un viaje por Sudamérica "comencé a profundizar en la música latinoamericana, los folklores de los pueblos. Creo en el poder transformador de la música como medio para visibilizar las desigualdades", dice. Ha exportado esa idea al ascensor de la Rochapea, con canciones de protesta y "muchos ritmos latinos, bailables, tangos, boleros...". En su repertorio acepta sugerencias. "Si la conozco no tengo problema en tocarla, y si no, me la anoto y la aprendo". Y no pierde ocasión, cuando ve a un músico con su instrumento rondar el ascensor, de "engañarlo para que tocar juntos. En estos años engañé a unos cuantos, y hoy en día muchos son grandes amigos".

Considera que lo mejor de tocar en la calle es "sin duda la gente, cómo la música puede arrancarles una sonrisa, un movimiento involuntario de pie... Eso es lo que mas me reconforta de mi trabajo". Lo peor es "el invierno, que no te deja tocar". Como vive "con poco", con lo que gana "se sobrevive. Existe la ventaja de que al estar expuesto salen posibilidades de tocar en fiestas de pueblos, bares, cumpleaños... tuve la suerte de tocar dos veces en escenarios oficiales en Sanfermines".

Cuenta este músico callejero que Iruña es "muy particular, y en un principio fue un poco indescifrable. Con el pasar de los días fui entendiendo el hermetismo de su gente. Descubrí qué eran las cuadrillas, que tienen un lado muy positivo y uno muy negativo. Formar parte de un grupo cerrado genera múltiples consecuencias a nivel de las relaciones sociales, que uno siendo parte de estos grupos no puede ver. Yo tuve la fortuna de conocer gente un poco más abierta que me brindó su amistad y su confianza. A la gran mayoría las conocí en el ascensor".

Y destaca "el miedo que percibo cuando estoy tocando. Miedo a aplaudir, a bailar, a sonreír... Ahí nos damos cuenta de la presión que ejerce la sociedad a la hora de tomar nuestras propias decisiones. Necesitamos la aceptación del otro para actuar. Siempre pienso que esas cosas que parecen pequeñas son grandes". En estos tiempos de pandemia también ha tenido tiempo de pensar en sus propias decisiones, y "estoy muy contento. Con aciertos y errores fue la vida que yo elegí". No se olvida de agradecer el trato de todos los vecinos de la Rochapea y el Casco Viejo, "muchos de ellos son amigos". Y espera volver pronto con su charango, guitarra, ampli, micro, pedales, pandereta y el pad de percusión "a revolucionar la normalidad del ascensor".

"Al menos quedamos 300 personas varadas en Argentina, la mitad con vuelos de Iberia"

Vecino de Pamplona