La casa de Peio Iraizoz, a orillas del río Arga, desprende un aroma a historia, tradición y patrimonio. Nada más cruzar la puerta, un monolito del noble y militar Pedro de Navarra da la bienvenida. El mariscal, de dos toneladas de peso, vigila atentamente la huertica, con los tomates ya maduros, y la joya de la corona, el txoko, repleto de cuadros de herramientas y un fogón de leña con madera apilada a ambos lados. Al calor de la lumbre, Iraizoz talla su pasión, las estelas discoideas, un monumento funerario milenario que está cayendo en el olvido.

Su origen se remonta a la Edad del Hierro y el Reino de Navarra fue uno de los "epicentros" de este "tesoro cultural", ya que "con diferencia, somos la región del mundo con más estelas discoideas", relata Iraizoz. Al principio, en la piedra se tallaban símbolos paganos y astrales: soles, lunes y estrellas. "Con la llegada del cristianismo, se introdujeron las cruces. Había un sincretismo de simbología", detalla Iraizoz. Además, como la población en esa época era analfabeta, en la estela no aparecía el nombre del difunto, sino su oficio. "Si uno era herrero, aparecían herramientas de herrero, si era carpintero, serruchos o un martillo... Así, todo el mundo sabía de quién era esa estela, que era familiar, porque los hijos solían heredar el oficio durante generaciones", detalla Iraizoz. A partir del siglo XVI, "e incluso el XV", se tallan el nombre, el apellido y las fechas de nacimiento y defunción.

Esta tradición se mantuvo intacta hasta el siglo XX, cuando las estelas desaparecieron casi por completo -solo en algunas zonas rurales se sigue enterrando en tierra- de los cementerios navarros. Iraizoz, que también es historiador, aduce tres motivos. "Lo oriundo se consideraba aldeano, negativo y anticuado. Somos más propicios a coger lo que viene de fuera y abandonar lo nuestro, en vez de mantenerlo para que prevalezca", lamenta. En segundo lugar, la introducción de la cruz, "a pesar de que la estela ya estaba cristianizada porque llevaba tallada una cruz", aclara. Como consecuencia, incide, llegaron "los cajones de mármol, que, por cierto, funcionan muy mal porque con el paso del tiempo se rompen, se rajan y se tuercen. Una estela también se tuerce, pero hasta tiene su encanto", bromea. Por último, el auge de la incineración. "La hemos asumido con mucha facilidad, pero, no es nada ecológica. Nos parece limpio porque el cuerpo desaparece en un día y no hay más que unas cenizas, pero desde el punto de vista ecológico es un disparate, la quema del cuerpo crea dioxinas, una contaminación muy venenosa".

Autodidacta

Peio Iraizoz comenzó su peculiar relación con la piedra hace más de tres décadas, cuando conoció a José Rota, un cantero de Garralda que había comenzado a recuperar las estelas discoideas. En casa de José descubrió la "biblia" de las estelas, 'La Tombe basque', un libro escrito hace 100 años por Louis Colas, un profesor francés que descubrió las estelas y "se quedó enamorado de ellas", señala. "Al ver el libro pensé que cuando José dejara de tallar estelas nadie más lo iba a hacer. No podía aceptar que una tradición milenaria, que ha sobrevivido hasta el siglo XX, se fuera a perder", recuerda.

Así que se puso manos a la obra, pero de forma autodidacta: "José me hubiera enseñado encantado de la vida porque era un hombre generoso, abierto y culto. Pero yo era un crío, no tenía coche, vivía en Pamplona y él en Garralda. Si hubiera podido desplazarme, José hubiera puesto todo su conocimiento a mi disposición", asegura. Eso sí, Peio, en algún viaje a la localidad pre-pirenaica, le lleva fotografías de sus primeras tallas "y me decía, muy bien, sigue así. Fue mi mentor", reconoce.

La primera obra fue para los vecinos de Lakabe y el décimo aniversario de la creación de la comuna. "En el pueblo no había ningún letrero, entonces se me ocurrió que había que poner Lakabe por algún sitio. Me cogí una piedra, añadí un par de eguzkilores y la fecha del aniversario: 1980-1990. Eran amigos míos y les quise hacer un regalo", confiesa Iraizoz.

Poco a poco fue aprendiendo y perfeccionando su técnica, reconoce que las primeras obras le salieron "bastante mal", hasta la actualidad, que tallar piedras es su pasión y profesión. "Siempre trabajo por encargo. La gente no suele saber muy bien lo que quiere, pero como han visto trabajos míos, se fían de mi buen gusto", bromea. Antes de tallar, comenta, pide información a los familiares sobre el difunto, ya que personaliza todas las estelas. "Me dicen su profesión, pero no siempre la tallas y más ahora con estos nuevos oficios. No vas a poner un ordenador en la estela porque fuera informático. No vendría a cuento. Ahora tiene más importancia una afición, por ejemplo el monte, y tallas un piolet", explica desde su taller en la Magdalena.

A Iraizoz le cuesta tallar cada estela alrededor de tres semanas, pero es que se encarga de todo el proceso y lo hace "como hace 300 o 400 años. Compro la piedra, recorto el perfil de la estela a mano, la diseño, la dibujo y la tallo", enumera.

monolitos El trabajo de Peio Iraizoz va más allá de las estelas, ya que también realiza monolitos que versan sobre la represión franquista o la conmemoración de actos históricos. "He hecho monolitos conmemorativos sobre la conquista de Navarra en 1512, a las personas que pelearon en Amaiur o sobre el mariscal Pedro de Navarra", comenta. También participó en un gran conjunto escultórico que se colocó en la cima de la Sierra del Perdón, donde se descubrieron varias fosas con 100 cuerpos de personas asesinadas durante la dictadura franquista. "Es algo que me apasiona porque creo que estamos obligados a repetir la historia si no la conocemos y una forma de conocerla y valorarla es construir unos monolitos conmemorativos y más después de 80 años de silencio obligado", apunta.

¿Y hasta cuando piensa seguir tallando? Aunque se considera un "enamorado" de las estelas, tiene en mente que es "un oficio duro y ya noto que esto no es corcho". Hasta los 65 llegará seguro, después solo se enfundará el traje de faena para algún encargo especial o capricho.