He llegado hasta cerca de la noria utilizando la línea U-1 del Metro, que me ha dejado en la estación Práterstern. Ya en la superficie me doy cuenta del por qué del nombre Estrella del Práter: confluyen en ella siete carreteras que van en todas las direcciones. Alrededor de la estación hay decenas de comercios de lo barato atendidos principalmente por indios y chinos que te asaltan con sus ofertas. Afortunadamente, la estructura metálica que busco hace imposible el despiste. La noria gigante es a Viena lo que la Torre Eiffel a París. Si no te fotografías en ella no has estado en la capital austriaca. 

Me fijo en el monumento a Wilhelm von Tegetthoff, un militar que fue jefe de la flota austriaca cuando el imperio tenía salida al mar, pero me interesa más el pequeño monolito que la ciudad dedica a Robert Stolz, compositor de las canciones más tradicionales y queridas de Viena. Suyo es ese himno al lugar donde me encuentro que dice: En el Práter vuelven a florecer los árboles… y que han entonado artistas locales tan populares y queridos como Hans Moser, Paul Hörbiger y Peter Alexander.

No me digan qué tiene la primavera de este lugar, pero lo cierto es que Johann Strauss-hijo se compró un piso en las proximidades, en la Praterstrasse 54, para estar más cerca del Danubio, y el resultado fueron esos extraordinarios valses que dedicó al famoso río azul. En realidad, Práter significa prado, y en su momento fue un espacio verde por donde paseaban a caballo las comadres de la corte mientras sus maridos iban de caza por las marismas. 

Un parque para el pueblo

Todo se fue al traste cuando en 1766 el liberal José II regaló esta vasta extensión a los vieneses. La decisión del emperador obedecía a las ideas renovadoras que le había imbuido su madre, la gran María Teresa de Austria. Privar a la aristocracia de lo que consideraba un derecho supuso el rechazo de muchos y el aplauso de la ciudadanía, que se lanzó en masa a ocupar el terreno como zona de ocio. 

Se instalaron teatrillos en los que a los más lanzados se les ofrecían cutres espectáculos de variedades, mientras los niños se divertían en los columpios, boleras, puestos de tiro y tiovivos. Hubo quienes vieron negocio en el Práter y probaron fortuna. Uno de ellos fue Basilio Calafatti, conocido en la parte vieja como Salamucciman, en atención a su oficio como vendedor de salami. Lo que yo llamo charcutero.

En 1840 montó una de las atracciones más populares: un tiovivo con la figura central de un chino de nueve metros de altura luciendo una trenza larga que giraba gracias a dos locomotoras de vapor. Tirar de la trenza del chino era la obsesión de todos los niños que se montaban. La barraca aún se conserva casi oculta entre unos jardines donde se mezclan los olores a salchichas y a azúcar algodonado. Es el carrusel más antiguo de Europa, y como tal, en 1985 lo declararon Monumento Nacional.

Según los vieneses de toda la vida, el personaje más representativo del Práter es, sin duda, el Kasperl, un títere al que llaman cariñosamente Würstel. Representa a un personaje al que la vida le ha golpeado con saña; ha sobrevivido a la persecución de un cocodrilo y vive dando tumbos de aquí para allá. Lo curioso del caso es que siempre sale airoso de todas las circunstancias. Vamos, todo un Quijote.

Primitiva Rueda de la Fortuna, con 30 vagones.

Hoy hay más de doscientas atracciones de última generación formando parte del parque de atracciones: desde casas del terror a tiovivos, casinos, máquinas tragaperras a casetas de tiro. 

Si se quiere conocer el Práter en toda su extensión aconsejo la utilización de un tren chu-chú que le llevará por toda la pradera a través de la Hauptallee, la suntuosa avenida rodeada de árboles gigantescos que utilizan miles de vieneses los domingos para andar en bicicleta. Posiblemente sea la más larga de Viena. 

Como discurre paralela al Danubio, el chu-chú le permitirá ver cómodamente el Reichbrücke (Puente Imperial), el único que dejaron en pie los nazis en su retirada. A lo largo de sus cerca de cinco kilómetros, la Hauptalle contiene destacadas instalaciones deportivas: un campo de golf, una pista de carreras, el hipódromo de la Trabrennbahn y el Vienna Stadium de Fútbol, dedicado a aquel gran futbolista y entrenador que fue Ernst Happel. 

Este estadio, inaugurado el 11 de julio de 1931, es el mayor de Austria y tuvo una negra etapa durante la II Guerra Mundial, ya que los nazis traían aquí a los judíos que apresaban para distribuirlos luego a los distintos campos de concentración. Muchos de los detenidos murieron en los departamentos interiores de estas instalaciones deportivas. Una placa recuerda el hecho. El Ernst Happel Stadium sufrió serios desperfectos en 1944 como consecuencia de un bombardeo.

El Práter es el pulmón verde más grande y popular de Viena. Aquí viene el vecindario a correr por la red de caminos, carreteras y avenidas. Los hay que prefieren tomar el sol y quienes traen a sus pequeños para que disfruten en semejante parque de atracciones. En un tiempo pasado fue lugar de citas y escenario de trágicos duelos. Hoy es toda una institución, tanto o más que los cafés tradicionales o las tabernas de Grinzing. 

La cola que encuentro al pie de la noria me permite ojear por los alrededores y, ¿por qué no?, degustar un buen bocadillo de salchichas que preparan en el bar. Tal vez también lo hicieron Orson Welles y Joseph Cotten cuando rodaron El tercer hombre. Hago cuentas y creo que difícilmente estaba en pie este chiringuito en 1949. Posiblemente tampoco la imitación del Manneken-Pis bruselense que hay en el jardín, junto a una placa que resume la historia de la gigantesca obra de ingeniería.

La noria fue un capricho del emperador Francisco José, el marido de Sissí, para conmemorar el 50 Aniversario de su reinado. Tomó el trono en 1848 (la noria se construyó en 1897), en plena revolución austriaca, muy lejos del agfacolor de las películas que se harían después con un romanticismo difícil de digerir si te ciñes a la historia. 

El emperador quiso celebrarlo por todo lo alto, de forma que encargó al ingeniero británico Walter Basset la construcción de una gigantesca rueda de la fortuna para indicar la suerte que había tenido no solo saliendo bien librado de los atentados habidos, sino también de las delicadas relaciones que mantenía con Hungría.

Propiedad particular

El primer problema que encontró Basset cuando se puso manos a la obra fue que las norias de recreo estaban patentadas y tenían un dueño, George Ferris. Se solucionó fácilmente al tratarse de un tema imperial. Es más, el ingeniero se aseguró de que el derecho que compraba no era exclusivo para Viena, pues vio la posibilidad de repetir la experiencia en París, Blackpool –al noroeste de Inglaterra–, y Londres. De esta forma amortizaría la inversión y aún le quedaría un montante.

Durante los ocho meses que duró la obra cientos de vieneses acudían al lugar para seguir el trabajo de los montadores. Otros, los que vivían en las inmediaciones del Práter, seguían las incidencias desde ventanas y balcones. Era el comentario general de la Leopoldstadt, el barrio donde se encuentra.

Se fijó una fecha para la inauguración, el 3 de julio de 1897, preparándose un gran boato para ese momento. Coincidió con la creación del Movimiento de Secesión de los Artistas Austríacos de Artes Figurativas, en el que participaban diecinueve artistas, que querían acabar con la inmovilidad existe en materia de arte. Klimt, Olbrich, Hoffmann, Schiele y Otto Wagner estaban entre ellos. Rompedores de esquemas, aprovecharon los faustos de la noria para darse a conocer. 

Alcanzada por la guerra

Originalmente la rueda de la fortuna disponía de 30 vagones que llevaban la misma estética externa de los tranvías de Viena. Su silueta se hizo muy popular en pocos días, ya que se trataba de la noria panorámica mayor del mundo y como tal inmediatamente se convirtió en uno de los símbolos más característicamente vienés.

En los últimos días de la II Guerra Mundial, a principios de abril de 1945, cuando las tropas rusas luchaban por conquistar Viena, se produjo un gravísimo incendio en la zona de ocio del Práter. Ardieron numerosas atracciones. El fuego se cebó en las primitivas construcciones de madera, incluidas las montañas rusas. Las llamas alcanzaron a los vagones de un arco vertical de la noria, por lo que ardieron la mitad de ellos. También quedó reducido a cenizas su sistema de tracción que, por cierto, tenía un dispositivo capaz de hacerla moverla a mano en caso de emergencia.

La reconstrucción comenzó en 1948 y, como no eran tiempos de gastos, se optó por repartir los vagones que se habían librado del fuego de forma que quedaban colgados en los bastidores uno sí y otro no. De esta forma la noria quedó lista para participar en la película que la hizo famosa en todo el mundo, El tercer hombre.

El maquinista me hace una observación cuando le pregunto cuál fue el vagón de Orson Welles: “Tenemos un problema, porque hay fans que montan en él y arrancan virutas de la estructura para llevárselas a modo de souvenir”. “¡No me diga!”, se me escapa. Lentamente la noria se va moviendo y con ella los recuerdos. Jamás una película ha significado tanto a una ciudad como El tercer hombre a Viena. 

Es un documental con actores que refleja la triste situación que vivió la capital austriaca cuando estuvo controlada simultáneamente por las cuatro potencias aliadas al término de la II Guerra Mundial y el tráfico de penicilina adulterada acabó con la vida de innumerables personas, sobre todo niños. La vista desde su parte más alta es impresionante, ya que se domina toda la ciudad, con el Planetarium y el Museo del Práter a nuestros pies. Y es que la ciencia, además del ocio, está presente en el Práter. Tal vez mostrando a la Humanidad caminos completamente nuevos.