La felicidad en los adultos suele estar condicionada por las secuelas de las heridas infantiles, “pero se puede volver a vivir en armonía y desarrollar todo nuestro potencial e incluso ejercer la crianza con mayor conciencia”, afirma el psicólogo especializado en trauma Jordi Gil Martín. “Hay que sanar las heridas latentes que vienen de la infancia y que nos afectan en la edad ayuda. Todos somos conscientes del importante papel que tienen nuestros primeros años de vida. Cómo somos, qué pensamos, qué sentimos y cómo actuamos viene en gran parte determinado por ese periodo crucial”, añade el psicólogo catalán. De ahí la importancia de hacer un trabajo de introspección y tomar conciencia de todas nuestras heridas. 

Quién es

Nacido en Badadola en 1975, Jordi Gil Martín es psicólogo especializado en trauma, psicoterapeuta y constelador familiar. Desde 2005 dirige el centro Gestalt Salut Psicoteràpia (www.gestalsalut.com) de Barcelona junto a la también psicóloga y terapeuta Marta Grimalt. Es autor, entre otros libros de Aprende a cuidar de tu niño interior (Ed.Diana), donde explica cómo cicatrizar las heridas de la infancia para alcanzar una vida adulta plena.

¿A quién va dirigido este libro?

Sobre todo a una parte de adultos que quieren trabajar consigo mismos, con su crecimiento personal, sus heridas de vida y cuáles son las secuelas de las mismas. Está pensado para todo aquel que tenga curiosidad sobre cómo le ha afectado en su vida.

¿Tiene algo de autobiográfico?

No. Aunque tomé algo de mi autobiografía, pero muy poco, porque no quería hablar de mí, sino sobre los mecanismos básicos que nos afectan a un poco a todos. 

¿La infancia nos marca de forma irremediable?

Con la publicación quiero desmontar esa idea de irremediable; se pueden subsanar muchas heridas. Quizás alguna no, pero esto es como si tienes diez heridas en el cuerpo y puedes curar nueve. Este es el enfoque de sanar y limpiar lo máximo posible.

¿No todas las infancias son traumáticas?

En el 99% de las infancias todos hemos tenido traumas; no hay una infancia feliz perfecta. Además, en muchos casos, aunque uno haya tenido una infancia feliz, llega a la vida adulta con una expectativa de que la felicidad se va a mantener y eso no es posible. Todo tiene su doble filo.

Que tengas contratiempos en la infancia y en la vida. ¿Eso es normal?

Claro. Para mí, se trata de normalizar el trauma, que forme parte de la vida que tampoco es algo terrible; hay que vivir gestionándolo y metabolizando lo que nos ha ocurrido. Es como las heridas de los familiares, o la muerte, que existen a lo largo de la vida. Estas cosas hay que situarlas en los lugares sanos y luminosos, porque son cosas que nos llegarán a todos.

¿Todos tenemos en nuestro interior un niño/a?

Hay un yo infantil que todos tenemos, porque todos hemos sido niños. A veces aparece de forma luminosa jugando al fútbol con niños pequeños pero otras veces puede llegarnos en forma de ansiedad social, como puede ser el caso de un niño que odiaba el colegio.

"El trauma va dejando pistas"

¿Cómo saber que nuestro yo infantil está herido?

El trauma va dejando pistas; cuando algo me afecta mucho, o me pone muy nervioso que alguien me lleve la contraria, puede ser que haya un trauma detrás. Y, a veces también, los indicios aparecen de forma más sutil o en forma de desconexión de placer o de la vida social; suele ser por exceso o por defecto. 

¿No hay una sobreprotección con la infancia? ¿Chillarle a un niño o niña puede ser un trauma para ellos?

Cuando se les chilla, por ejemplo, sí que puede ser traumático para ellos. Por otro lado, sí pienso que hay una sobreprotección; creo que tiene que haber un punto intermedio. Así como la agresión física no es tolerable ni admisible en ningún caso, ni siquiera un cachete, tampoco debe de ser un problema que se les lleve la contraria. Hay que diferenciar lo que forma parte de la vida de lo traumático. Que a un niño le peguen o le empujen en el colegio puede pasar. Sin embargo, que llegue a casa y al contárselo a su padre le conteste que es un débil, un frágil... Ahí estaría el trauma.

¿Sin autoconocimiento nos estamos perdiendo un mayor bienestar y la posibilidad de tener una vida más plena?

Sí. Porque el autoconocimiento facilita una mayor autogestión. Si sé que me pongo nervioso por las mañanas o haciendo una presentación, entonces puedo activar mecanismos de autocuidado.

¿Cuáles son las fases para los procesos de curación?

El paso uno es ver las luces y las sombras de la infancia y la adolescencia; después estudiar las secuelas que me siguen constando en la actualidad y desde ahí empezar un proceso de investigación traumática y de autocuidado.

¿Se puede transformar el dolor sufrido en algo positivo?

Sí. Hay personas que han sufrido muchísimo y al hacerse mayores lo han transformado en más compasión, en más humanidad, empatía. Si han sido víctimas de los enfados de su padre, van a cuidar, por lo general, esos aspectos con sus hijos. Es un poco como darle la vuelta al calcetín.

"Es necesario reconectar con nuestra magia infantil y conquistar un lugar de fortaleza interna"

¿Qué perfil de pacientes trata en su consulta?

Muchas personas adultas que están sufriendo las secuelas de su infancia, y también todas las personas que tienen miedo, ansiedad, poca autoestima, dificultades de confianza de uno mismo... Mayormente todos sus problemas vienen de la infancia y de la adolescencia.

¿La pandemia ha incrementado todos los procesos de ansiedad?

La pandemia delató fallos estructurales en la personalidad de muchas personas que ya teníamos antes. Y la pandemia ya era de por sí un acontecimiento estresante de un nivel alto para general miedo, ansiedades y preocupaciones nuevas.

En su libro, ofrece una guía para recuperarnos de esas heridas. ¿Ese es el fin del mismo?

Sí. Y para vivir con mayor armonía, desarrollar todo nuestro potencial e incluso ejercer la crianza con mayor conciencia. Los ejercicios van acompañando la teoría del libro. En sus páginas me gustaría que descubriéramos la importancia de sanar, proteger, cobijar y cuidar a nuestro niño interior. Es necesario reconectar con nuestra magia infantil y conquistar un lugar de fortaleza interna. Porque prestar la atención que merecen nuestras heridas infantiles significa acabar con un daño crónico que nos entorpece, nos atasca y nos frena en el camino a la felicidad.