Algo tienen las encrucijadas, que, aunque lugares de paso, en realidad son de encuentros. La historia y el paisaje les conceden un interés y una personalidad que en ocasiones pasan desapercibidos en tiempos de ajetreado ir y venir, de alcanzar metas en lugar de recrearse en el camino. El Almiradío de Navascués es un ejemplo de esto.

De entrada, es la única demarcación administrativa y territorial de Navarra que todavía conserva este apelativo medieval original del Antiguo Reino. Ya no lo administra un almirante del rey pero su importancia histórica ahí queda. Este último almiradío lo integran en la actualidad tres pueblos, Navascués, capital del municipio, Ustés y Aspurz, además de varios despoblados, entre los que destacan Artesano y Egurzano. Hasta la remodelación municipal del siglo XIX, también Castillonuevo formaba parte de este ente, pero en 1846 se independizó. Y quizá tuviera sentido al verse separado de las otras tres localidades por la sierra de Illón, al pie de su ladera sur y a la sombra del monte Borreguil (también Ollate).

La iglesia parroquial de San Saturnino, en Ustés. J.M. Ochoa de Olza

LOS ALMIRADÍOS

Según la Gran Enciclopedia de Navarra, el almiradío es una jurisdicción medieval administrada y dirigida por un almirante, un oficial del rey de Navarra. El término almirante se considera de origen francés y designaba a quien dirigía el burgo franco de San Cernin en la Pamplona anterior a su unificación por el rey Carlos III en 1423 por el Privilegio de la Unión, que este 8 de septiembre cumple 600 años. Los almiradíos se extendieron durante el reinado de la casa de Champaña principalmente por la zona de montaña, aunque no solo. Al final de la Edad Media se pueden encontrar los almiradíos del Burgo de San Cernin y Población de San Nicolás (en Pamplona), Villava, Larrasoaña, Eugi, Urroz-Villa, Aoiz, Valle de Aezkoa, Monreal, Valle de Aibar, Sangüesa, Lumbier, Navascués (que agrupó a los de Navascués, Aspurz, Ustés y Castillonuevo, que se emanciparía en 1846), Roncal y Valle de Salazar.

El almirante ejercía su función de delegado policial, fiscal y militar (salvo que hubiera un capitán a guerra) con carácter vitalicio. Su sueldo estaba dependía de las rentas generadas por el almiradío.

Habitado desde siempre

La abundancia de agua en esta zona montañosa, con clima algo menos extremo que el del propio Pirineo, y la existencia de cuevas y refugios naturales ha facilitado la presencia humana de forma casi continuada desde el Neolítico. Las cuevas de los Moros en la foz de Benasa, de Valdesoto en Las Planas, de Ososki en Aspurz o los dólmenes de Ollate, en la sierra de Illón son claros ejemplos. Restos de la Edad del Bronce y de la ocupación romana.

Navascués, la capital del Almiradío, en el siglo XI se encontraba a orillas del Salazar, donde aún permanece el templo románico, del siglo XII, de Santa María del Campo, entonces parroquia y ahora capilla de cementerio, pero en el siglo XII se trasladó al cercano cerro de San Nicolás por iniciativa del rey Sancho IV y así controlar, vigilar y defender mejor lo accesos a los valles de Salazar y Roncal.

Recorrer sus calles entrando por la carretera de Lumbier, junto al parque de bomberos, es un ascenso entre espectaculares y bellas casas de piedra de indudable origen medieval, aunque con huellas de heridas recibidas durante las guerras de la Convención y de la Independencia del siglo XIX. En lo alto, la iglesia parroquial de San Cristóbal luce en todo su esplendor. De estilo gótico, su interior alberga retablos barrocos de gran interés.

La ermita de Santa María del Campo es ahora la capilla del cementerio de Navascués, que se alza al fondo, sobre el cerro de San Nicolás.Navascues Santamaria del Campo J.M. Ochoa de Olza

Si se atraviesa Navascués, cuya calle principal es la NA-214, el puerto de las Coronas da entrada al valle de Roncal por Burgui. Si por el contrario se decide visitar Ustés, hay que retornar a la carretera de Lumbier para girar la izquierda hacia el valle de Salazar.

A seis kilómetros por la NA-178 se encuentra la población de Ustés. Probablemente, aunque siempre es cuestión de gustos, sea el pueblo más coqueto del Almiradío. Lo más llamativo es que a sus cuidadas casas de piedra se une el que han mantenido sus calles empedradas, lo que da al conjunto un ambiente rural y antiguo que hace fácil imaginar al propio almirante recorriendo sus calles.

Aspurz se extiende por un cordal que permite conmplar parte del Almiradío de Navascués. J.M. Ochoa de Olza

Varios son los edificios nobles que se pueden contemplar, entre los que destaca el palacio de Ustés, llamado señorío de Burdaspal, una antigua fortificación. Actualmente se encuentra en estado semirruinoso, pero han comenzado las labores de recuperación y protección. Además, la iglesia románica de San Saturnino llama la atención por la particular decoración pictórica en rojo y blanco, reproduciendo retículos y tracerías góticas, en el techo del sotacoro, la parte bajo el balcón del coro.

De vuelta a la carretera en dirección a Lumbier, a la búsqueda de Aspurz y Castillonuevo, por la misma carretera por la que se ha llegado, un elegante puente de piedra del siglo XIX despide a los visitantes.

POR LAS FOCES

Camino de Navascués y su entorno, las foces de Lumbier y Arbayún, las más conocidas de Navarra, se ofrecen tentadoras ante el viajero. De hecho, en el alto de Iso un mirador sobre Arbayún casi obliga a una parada para admirar esta espectacular formación excavada por el río Salazar. Pero no son las únicas. Próxima a Navascués, la foz de Benasa, horadada por el río a lo largo del barranco del mismo nombre y que afluye en el Salazar, una reserva natural de alto valor, desconocida para la mayoría, eclipsada quizá por la piscina fluvial artificial que la precede, un área recreativa muy popular. Por esto mismo es necesario reservar fecha y hora. Una alternativa es recorrer esta boscosa foz y descubrir poco a poco sus ocultas paredes.

Pero esta no es la única. El propio río Salazar ha erosionado el terreno en Azpurz hasta formar otro barranco, que lleva por nombre el del pueblo pero que la armada napoleónica bautizó como del Diablo tras una dura derrota en 1812. Siguiendo el camino interior que la recorre se alcanza una tercera foz, la de Santa Colomba.

Para ello hay que remontar el río Egúrzanos, que desemboca en el Salazar, hasta ver que el cauce hace un giro a la izquierda, es la salida de su encañonamiento. Es el momento de mojarse los pies para cruzarlo y adentrarse en la espectacular quebrada.

Como el resto de los pueblos del Almiradío, Aspurz también se levanta en un alto. Lo que no extraña en medio de un paisaje en el que los cordales, las foces, los cerros y los barrancos son protagonistas. La altura, por su doble función de defensa y vigilancia, es un valor en un entorno que es cruce de caminos y paso natural. Así se convierte en un mirador privilegiado para disfrutar de un paisaje que anuncia las altas cumbres del Pirineo.

Pero su importancia se encuentra también en su historia. Además de los hechos bélicos contra los franceses a comienzos del siglo XIX, se pueden encontrar restos de asentamientos desde el neolítico en la cueva de Ososki, ante la que se pasa al cruzar la foz de Santa Colomba.

La localidad de Castillonuevo destaca sobre la ladera gracia a las fachadas blancas de sus casas. J.M. Ochoa de Olza

Aunque hace ya casi dos siglos que Castillonuevo se desligó del Almiradío, su carácter fronterizo lo hace merecedor de una visita. Al otro lado de la sierra de Illón, es la almena que vigila el acceso al valle de Roncal por la foz de Burgui, al Romanzado por Bigüezal y custodia la muga de navarro-aragonesa frente a su vecina Salvatierra de Esca.

Poco queda del viejo castillo que le da nombre, apenas la parte baja de tres lienzos de lo que parece ser una torre de piedra. Subir hasta este lugar por la empinadas calles de Castillonuevo, tan cuidadas y tranquilas como las de su antigua familia resultan un excelente mirador sobre el paisaje prepirenaico, aunque casi tiene más de pirenaico que de pre.