Un famoso aforismo nietzscheano -tomado de Hans Blumenberg- afirma de la labor filosófica no estar orientada hacia la búsqueda de la verdad, como ciertamente desde siempre nos ha parecido y así ha sido transmitido, sino en "la metamorfosis del mundo en el hombre". Para la consecución de tan ambicioso plan, el filósofo alemán no utiliza ni la verdad ni la técnica. Muy al contrario, nos remite a una concepción como es aquella del arte donde coinciden dos de los órganos más característicos de la naturaleza humana como son la mano y la razón (un combinado de mente y cerebro) aderezado y retardado en su triunfante marcha por el subproducto ideológico que fundamenta su creencia en la "providencia y finalismo" propio del ser originado en la naturaleza y de su fallido armónico devenir en convivencia con la misma. "Nuestra tradición está dominada, en gran medida, por la idea de que la naturaleza constituye la trabazón de un orden establecido a causa del hombre y orientado hacia el hombre". El instrumento de dominación que en un sentido u otro ha utilizado este ser de animoso sentir ha sido por el mismo denominado como cultura y a él pertenecen los órdenes de la sociedad recopilados por Bunge, de ciencia y creencia, ideología y religión, economía y política, arte y representación, como el grandioso intento realizado por la humanidad para acceder al conocimiento de sí mismo, de lo que le rodea y hasta de lo irreconocible visible e invisible. Reconocernos, no obstante, ha sido la función primordial de la cultura y a ello ha contribuido la mónada cultural, es decir, un conglomerado de ensoñaciones de las que participa universalmente todo el mundo adoptando la particular interpretación que de ellas realiza cada cultura en particular.
"La definición de mónada -comenta Campbell- no depende del número y naturaleza de los detalles e influencias experimentadas, sino de la actitud psicológica hacia el universo del pueblo, sea grande o pequeño, de la cual la mónada representa la vida que le da coherencia". Por ello, "El estudio de la mitología -continúa- para el etnólogo y el historiador va desde la relevancia de sus metáforas al descubrimiento de la estructura y la fuerza de esa mónada nuclear que infunde sentido espiritual a cada elemento de su cultura. De ella emergen las manifestaciones de su arte, sus herramientas y armas, expresiones rituales, instrumentos musicales, normas sociales y formas de relación con sus vecinos, tanto en la paz como en la guerra".
Estas mónadas culturales se hallan presentes en las obras de insignes pensadores desde la antigüedad hasta el presente de otros tantos campos de las ciencias y, no digamos ya, de las artes. En estas últimas dan lugar al estilo del artista que no puede ni debe prescindir del entorno más cercano adaptado a sus fines tendentes hacia lo universal. Oswald Spengler, en su conocida obra, tan apreciada como vilipendiada, de La decadencia de Occidente, hace buena gala de su aprecio, llegando a clasificar la variedad cultural -no siempre acertadamente, como se verá en adelante- en ocho grandes mónadas, a la que suma al final otra que dice ser emergente, pues a las clásicas sumerio-babilónica, egipcia, grecorromana, aria-védica hindú, china, precolombina del conjunto de civilizaciones americanas maya, azteca e inca, mágica de oriente y judeo-cristiana e islámica, añade, para finalizar, la fáustica triunfante del goticismo cristiano europeo y norteamericano en sus múltiples manifestaciones y la aparentemente derrotada ortodoxia ruso cristiana bajo la expresión que Campbell transcribe como pseudomorfosis cultural marxista. Esta última, para un pensador como Maurizio Lazzarato, esta pensada desde la relación paradigmática entre sujeto y objeto (trabajo) desde el unívoco punto de vista de la producción.
Cuando me acerqué a la monadología leibniziana, a través de las Lecciones preliminares de Filosofía, de García Morente, nada me hacía sospechar la deriva que en el pensamiento contemporáneo del sociólogo Gabriel Tarde habría de tener dando lugar a toda una corriente neo-monadológica del pensamiento actual. Es más, dentro de la serie de conceptos que he dado en denominar liminares, lo que me atrajo de este de la mónada era el hecho de que desde el Renacimiento se asociaba a los debates en torno a las teorías que ponen en relación macrocosmos y microcosmos enfrentándose a la identidad dual del pensamiento cartesiano. Desde este punto de vista me atrajo la reflexión siguiente de García Morente: "Si la mónada pudiera definirse por la extensión, entonces la mónada sería extensa. ¿Qué quiere decir? Que sería divisible, sería dual o trial, etcétera. Pero la mónada es mónada, o sea única, sola y por consiguiente indivisible (...) y si es indivisible no es material, no puede ser material. Y siendo indivisibles es inmaterial, qué es, pues (...) Pues no puede consistir en otra cosa que en fuerza, en energía, en vis, como se dice en latín, en vigor. La mónada es, pues, aquello que tiene fuerza, aquello que tiene energía."
Ejemplo neo-monadológico es aquel que desde el ámbito de la empresa ilustra cómo se entrecruzan los diversos intereses de las mónadas consumidor y trabajador con el mundo empresarial, y que para el sociólogo Maurizio Lazzarato viene a hacer de la empresa misma el lugar de Dios en la filosofía de Leibniz; es más, "invirtiendo la definición marxiana: el capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos y de mundos". Lo importante en la interpretación cultural es el que nos percatemos de ello.
No obstante, habremos de observar que la sistémica mónada nuclear actual se debe a esa energía emanada del hegemónico papel desempeñado por el par poder-dinero, pues no en vano el nuevo orden mundial por el que se pretende dirigir todo designio humano -tal y como era apreciado por Campbell- ya viene recogido en el reverso del billete de dólar con el lema novus ordo seclorum. Lo importante en la mónada cultural es el que, a pesar de las diferencias internas, de la pluralidad de manifestaciones de sus componentes, de los préstamos y asimilaciones -a la manera en que lo hacen las lenguas-, el conjunto apreciado, frente a tan tamaño abuso, sea considerado como una unidad dentro de la multiplicidad de unidades que constituyen el hecho cultural. Justamente, lo contrario de la opción de todo imperialismo consistente en borrar estas unidades elementales para erigirse él mismo en la única unidad posible. La monadología cultural debe aspirar a la armonía universal defendida por Leibniz, quien se interesó por todas las culturas y lenguas del mundo, incluida la cantábrica nuestra, el euskara.
El autor es escritor