Pocas veces en la Historia se suele dar un tan claro ejemplo de adherencia a un símbolo, como el que el pueblo vasco en el conjunto de sus territorios, demostró y demuestra por la ikurriña, diseñada en 1894 por Sabino Arana Goiri, tras los esbozos realizados en los días de la Gamazada, en que la manifestación popular e institucional contra las medidas fiscales del ministro Gamazo, cobró un giro revolucionario civil, particularmente en Nabarra.
En casa de Estanislao Aranzadi se hospedaron los hermanos Arana Goiri, provenientes de Bizkaia, junto a su amigo, más tarde abogado defensor de Sabino Arana, Daniel Irujo. Deliberaron sobre la conveniencia de llevar a Castejón, aquel febrero de 1894, donde se esperaba a los diputados nabarros devenidos de Madrid, entre ellos Arturo Campion, una divisa que concordara el deseo de reivindicación foral que latía en Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nabarra. Esa primera ikurriña, bordada por Juana Irujo en aquella noche primordial en Iruña, fue alzada en la alborada de Castejón. Poco después, rediseñada, se convierte en el símbolo de la unidad de los pueblos vascos, en rápida aceptación que desborda el Pirineo y acorta el Atlántico.
En los primeros decretos de Gobierno Vasco, 1936, merced al otorgamiento vía de urgencia de las Cortes Españolas del Estatuto Vasco, desgarrada Nabarra del mismo, la declara oficial, recogiendo el sentimiento universal del símbolo pues para entonces en América, allí donde los vascos fundaban una Eusko etxea, la presidía una ikurriña, y tal asunto resulta relevante: ondeante en el Laurak Bat de Buenos Aires, decano de los Centros Vascos, en el Euskal Herria de Montevideo y Colonia, en los frontones de pelota de Cuba, en las Eusko Etexea de Nevada y California donde fueron en tan gran cantidad, finalizando el S. XIX, pastores de la montaña de Nabarra. Hoy la tenemos en Chile, Colombia, México, Perú, Venezuela, Europa e incluso en China.
Ninguno de los gobiernos de los países mencionados puso o pone objeción a que la ikurriña se izara o ize junto a las banderas nacionales. En Venezuela, uno de sus ministros, afirmó que era un honor. Si recordamos la 2º Guerra Mundial, fue de las pocas banderas que resistió con bravura el avance de los militares fascistas. Fran, Hitler, Mussolini, Stalin? hombres que en su odiosa procacidad, costaron en cadena, al mundo, 70 millones de muertos.
América resulta importante en la historia de la ikurriña porque allí fueron los vascos expatriados de las guerras forales del s. XIX, desconocedores del castellano, sin otro oficio que el honorable de pastores de ovejas. Argentina y Uruguay permanecían despobladas, apenas repuestas de sus luchas de independencia. Incursionaron los vascos en la pampa de Martín Fierro, en su oficio tradicional y, desde el mismo, en una generación, lograron ser dueños de chacras y saladeros de la industria cárnica, pero lo más importante, enviaron a sus hijos a la Universidad, negada sistemáticamente en el país de los vascos. Ahí el caso de dos presidentes, Roberto Ortiz Lizardi (de origen nabarro), Argentina, y Juan José Amezaga, Uruguay, licenciados en Derecho que accedieron a la presidencia del estado. Ambos, en la década aciaga de los años 40, fueron receptores generosos de los vascos -no se hizo cálculo de alabeses, bizkainos, gipuzkoanos o nabarros-, apostando por su entrada en países que tenían cerradas sus cuotas inmigratorias. Y salvaron sus vidas, amenazadas en la Europa hostil.
La ikurriña representó y representa para los vascos expatriados, a causa de tantas desgracias de nuestra historia en los s. XIX y XX, un anhelo comunal de lengua, cultura, historia y permanencia propias de un grupo humano. El bardo Iparagirre iba cantando con su guitarra, como un payador, por la pampa uruguaya, su sufrido destierro, aunque es en Madrid donde evoca a un árbol, el de Gernika, pero en su canción late la esencia de todos los robles vascos, de la voluntad vasca de democracia política y social, de no ser reos de escarnio por hablar una lengua ni distinguirse de un país.
Detrás de cada legislación democrática hay un trabajo de compilación, de entendimiento social, o debería haberla. Las leyes se redactan buscando la concordia o debiera hacerse así. Nunca una ley es buena por imperiosa, o deshacer un tejido social, y no resultan inmutables, porque cada generación las renueva, si es necesario, a su entendimiento. Si hay una parte del pueblo de Nabarra que desea ver ondear la ikurriña, nadie tiene potestad de impedirlo, en términos democráticos. Es un afán que nace desde la hermandad histórica interrumpida por señores de la guerra que hicieron en 1512 y 1936, y entre medio, del flexible Pirineo nabarro una frontera fortificada, separando pueblos que hablaban una lengua común y mantenían costumbres semejantes.
La ikurriña fue símbolo de lucha en la Euskadi resistente en los años del franquismo, escondida en colchones y bajo las tejas de los caseríos porque su posesión acarreaba penas graves, y blandida en las Eusko Etxea de los desterrados, pero permaneciendo en el corazón de todos los vascos que manifiestan aquí o allá, ayer y hoy, el mismo talante: esa terca voluntad de resistir para existir, que ha sido nuestra clave desde la prehistoria. Y la ikurriña se ha convertido, aquí o allá, ayer y hoy, en símbolo de esa querencia.
La autora es bibliotecaria y escritora