estoy convencido de que cuando una persona se presenta en Pamplona en unas listas electorales para optar a ser elegido alcalde o concejal, el último de los infinitos deseos o pretensiones que le muevan a ello es pensar que, de ser elegido, podrá presidir en un futuro próximo y tal vez en varias ocasiones durante la próxima legislatura, una corrida de toros de la Feria de San Fermín.

Sin embargo, la realidad es que, en nuestra Feria del Toro, tan importante y ponderada justamente para unas cosas, dejamos en manos del alcalde o concejal de turno nada menos que, sin tener normalmente el conocimiento adecuado de lo que es la fiesta nacional y, por supuesto, el reglamento taurino (no me vale aprenderse el reglamento en un cursillo intensivo para salir del paso, hay que sentirlo y tener verdadera afición) convertirse en jueces, para otorgar, con frecuencia, injustamente, o ningunear, trofeos merecidos a los toreros, desoyendo las impresiones de los asesores que tienen a derecha e izquierda, aunque es uno solo el que le asesora sobre la lidia, artísticamente hablando, pues en última instancia es el presidente quien toma la decisión con todas las consecuencias y, a la vista está que no se explica que un asesor indique al presidente, por ejemplo, que saque al unísono dos pañuelos blancos y uno azul, ya que lo correcto es que, ante una mayoría del público que pide una oreja, se concede. Después, el presidente valora la insistencia para dar la segunda, que ya es de su exclusiva competencia, y obra en consecuencia. Y, para finalizar, si se considera que el toro ha desarrollado una meritoria faena por su comportamiento en todas las suertes: capote, varas, banderillas, muleta y suprema, se le otorgará la vuelta al ruedo, o lo que el presidente estime oportuno, por lo que se deduce que el presidente hace lo que mejor le viene en gana, sin pararse a pensar la repercusión negativa, para la fiesta en general y para la categoría de la plaza de toros de Pamplona en particular que lleva por añadidura el que se presencien por televisión, con la repercusión mediática que ello, valga la redundancia, conlleva. Actuaciones repetidas como hemos visto en estos recientes festejos de la Monumental pamplonesa, que dicho sea de paso, ocurre más o menos lo mismo año tras año.

Capítulo aparte merece el destacar que, con actuaciones así, se juega impunemente con el pan de los profesionales, que se involucran con su vida, además de el de su prestigio, ya que como consecuencia de hechos así, por la arbitrariedad de un mal presidente o su supina ignorancia, se privan muchos contratos a los matadores de turno, que esperan con su digno trabajo, que la repercusión de un triunfo, en una plaza de toros como la de Pamplona, les abra las puertas de otras ferias, aumentando notablemente su caché y el total de emolumentos de la temporada.

Pienso pues, que ya que estamos al parecer todos a favor de que cambie todo, le llegue el momento para la próxima Feria del Toro del año dos mil diecisiete y se realicen los cambios pertinentes en la legislación, que en esta materia Navarra tiene competencia plena, para que el presidente de una corrida de toros, en una plaza de primera categoría como es Pamplona, sea una persona ante todo aficionada, que sienta la fiesta, competente en la materia, que no es difícil encontrarla, no hay más que fijarse en la presidencia de la novillada del día cinco y evitar así bochornosas actuaciones como, repito, las protagonizadas en la Feria del Toro dos mil dieciséis.