Es innegable que vivimos en una sociedad tremendamente consumista, donde dicho consumo ha alcanzado unos niveles desmesurados, y, por tanto, constituye una conducta que se debe evitar o rechazar. Este afán por poseer nos lleva únicamente al egoísmo y, finalmente, a nuestra destrucción total. Cuando nos dejamos guiar solamente por los instintos, sin atender a la razón, no nos conformamos con nada, siempre aparentemente necesitamos más. En síntesis: desvaloramos todas nuestras posesiones materiales y somos incapaces de seleccionar otras nuevas imprescindibles, básicas.

La gran dificultad o el gran reto de esta compleja problemática reside, precisamente, en el hecho de tratarse de un proceso ya globalizado, que afecta a los más pequeños y a los adultos. Los mayores deben convertirse en iconos, es decir, deben representar ejemplos a imitar, ejemplos de los que aprender; sin embargo, en una sociedad consumista no se da dicha característica o no en el grado que se debiera. Los padres, o bien los tutores legales, son los principales agentes; pero, por supuesto, el entorno tiene también una grandísima responsabilidad (resto de familiares, colegio, instituto, universidad...).

Es incuestionable, aunque hoy en día parece ser cuestionable, que la pertenencia es un valor o principio que se debe adquirir correctamente desde la primera infancia (en el seno familiar y a continuación en el campo escolar). La buena educación debe ser compatible con la aparición de conflictos solucionables. En nuestra sociedad, en demasiadas ocasiones se mal educa, para así eludir los posibles problemas y mantener una convivencia más cómoda.

Quiero exponer el móvil, por ser un ejemplo muy claro: el hecho de que los menores tengan su propio móvil está justificado en muchos casos; sin embargo, en muchísimos otros en absoluto. En estas últimas situaciones estos menores lo manejan como un mero juguete, en lugar de considerarlo un muy importante medio de comunicación con su propio valor económico.

Si un individuo se encuentra sumido en esa peligrosa rueda del consumismo es muy fácil que termine absorbiéndole y muy difícil salir nuevamente a flote.

En definitiva, todos debemos esforzarnos por consumir de una forma responsable, aplicando criterios adecuados (no sólo el precio), y disfrutar al máximo de dicho consumo o consumos. Todas las personas tenemos derecho a despilfarrar o gastar de forma caótica, pero no todas las personas tenemos la posibilidad y, aunque la tuviéramos, tampoco la desaprovecharíamos de esa forma.

Las generaciones anteriores éramos menos inconformistas materialmente que las generaciones actuales; aún así, éramos tan o seguramente más felices que nuestras generaciones posteriores.