En reuniones con productores recurro, habitualmente, a la figura de la maquinaria de oruga para ilustrar el funcionamiento de la maquinaria burocrática inherente a todas las administraciones que, por su dimensión y peso, avanza lenta y torpemente, resultando casi imperceptible si está quieta o en movimiento, aunque la cruda realidad nos viene demostrando, de forma reiterada, que la maquinaria avanza, imparablemente, sin descanso, apegada a la tierra y adaptándose hasta en las orografías más peliagudas.

La maquinaria burocrática inicia su andadura, normalmente, lejos, allá por Centroeuropa, en tierras belgas donde tienen su aposento las instituciones europeas, comienza calentando el motor con unas preguntas, encuestas e iniciativas de participación ciudadana donde, más allá de cuatro particulares bienintencionados, los adeptos a las entidades que conforman la sociedad civil organizada (asociaciones, lobbies, clústeres, empresas, ongs, ecologistas, etc.) se vuelcan para imponer, al menos numéricamente, sus puntos de vista. En este momento, mi amigo Xabier, productor, decide no inmiscuirse en temas que no van con él.

A continuación, las instancias europeas, basándose en las conclusiones de dicha encuesta, al menos en aquellas opiniones más favorables a sus ideas originarias, ideas que no se atrevían a sacarlas a la luz sin haberles dado un barniz de legitimación popular, redactan un tocho de grande generalidades y palabrejas de cinco duros que lo denominan, Libro Blanco que, no sé si porque suena a virginal o qué, pero pasa muy desapercibido porque lo recogido en ese tocho queda a nivel de reflexiones, orientaciones y demás recomendaciones, tan generalistas como lejanas. En este momento, mi amigo Xabier, productor, se queda en blanco sin saber qué pensar ante tanta generalidad que, según su leal saber, no le afecta.

El jefe de la unidad correspondiente dentro del macro mundo funcionarial de la Unión Europea, convoca a sus subordinados y entre ellos deciden iniciar los trabajos que fijen las líneas generales de lo que podría ser una Directiva que, dado que no es de obligada y directa aplicación en los estados miembro de la Unión Europea, es abordada por los técnicos del ramo, por los legisladores, políticos y demás fauna del ecosistema comunitario con una cierta distancia pensando que la responsabilidad última recaerá en los gobiernos de los estados miembro o, en su caso, aguas abajo, en los gobiernos regionales-autonómicos. En este momento, mi amigo Xabier, productor, apabullado con el lenguaje comunitario, desconecta del tema pensando que es una chorrada más de la lejana Europa que, gracias a Dios, nunca llegará hasta aquí.

En esas estamos, cuando el subsecretario del ministerio del ramo presenta, al inicio de mandato, al jefe de gabinete del ministro en cuestión, el listado de cuestiones pendientes y proyectos legislativos por aprobar y entre ellos, cómo no, está la trasposición de la Directiva comunitaria de marras a la legislación estatal. Arranca la maquinaria ministerial con el enésimo borrador de la norma, tras interminables vueltas por consejos, comisiones consultivas y demás foros con que cuenta la maraña administrativa y tras muchos meses, tanto que incluso nos hacen perder noción de su tramitación, el consejo de ministros aprueba el proyecto legislativo, lo envía a las Cortes y tras un farragoso trámite, finalmente, es aprobado. De allí a pocos días, la flamante ley, real decreto o tenga el rango normativo que tenga, es publicado en el BOE. En este momento, mi amigo Xabier, productor, tuerce el ceño, por que comienza a verle las orejas al lobo y a preocuparse por las posibles afecciones a su explotación.

Xabier, coge el teléfono, recrimina a todos los contactos de su agenda por las consecuencias de dicha legislación que otros han aprobado, no olvide que la culpa siempre es de otros, pero se queda mucho más tranquilo cuando le responden que esa norma no será de aplicación aquí y en su caso, será retocada (cepillada, que diría el ínclito Alfonso Guerra) a nivel autonómico para adaptarla a la realidad más cercana. Ya decía yo, me reconoce, que nuestras autoridades no nos podían dejar colgados. Pobre coitado.

De allí a unos meses, no se crea que muchos, está sentado en la cocina cuando aporrean la puerta de casa y se encuentra con una persona, bien vestida, que dice ser un técnico de la administración que acude a visitarle para comprobar el correcto cumplimiento de la normativa en cuestión y para abrir un expediente sancionador en caso de que hubiera algún incumplimiento en esa normativa que, recuerde, comenzó allá, muy lejos, en Bruselas, muchos años atrás, con una interminable encuesta, siguió por los vericuetos del virginal Libro Blanco, paso por las lejanas aguas comunitarias a modo de Directiva y que hace unos meses vimos impresa, negro sobre blanco, en el Boletín Oficial del Estado.

Lo que se veía lejano y ajeno a su realidad, más pronto que tarde, se encuentra a la puerta de su casa, con toda la fuerza que brinda el boletín oficial de marras, en plena vigencia y con el poderoso, además de inmenso, cuerpo de funcionarios de la administración cargados de razón y deseosos de meter en vereda a los anárquicos productores que, según ellos, se toman manga por hombro.

Donde aparece Xabier, ponga usted su nombre, en caso de que usted sea un productor agrario, o en caso contrario, el nombre de otro cualquier productor, pero esta actitud pasota e ingenua, aderezada de incapacidad orgánica y falta de respuesta sectorial, es la triste pero frecuente realidad que vive el sector productor primario, sea agricultor, ganadero o forestal, ante la todopoderosa maquinaria oruga de la administración multinivel, con todo tipo de normas, leyes y demás regulaciones donde, lamentablemente, solamente se les presta atención, tarde y mal, cuando el relato ya está asumido y cuando los artículos de las normas son inamovibles.

Nos ocurre en muchos aspectos y cuestiones sectoriales, sea el bienestar animal, la sanidad vegetal y/o animal, los objetivos sobre cambio climático, la contaminación difusa de las aguas, la regulación de la fauna salvaje, la política de etiquetado de los alimentos, los gases de efecto invernadero, las decisiones sobre tecnologías aplicables a la producción, los biocarburantes, los objetivos sobre energías renovables, la fertilización, los fitosanitarios, etc. y si analizamos las diferentes situaciones con una cierta dosis de sinceridad, caeremos en la cuenta que el sector productor y sus organizaciones no están a la altura de lo que los retos requieren, ni están preparados ni organizados, ni tienen capacidad para estar donde y cuando requiere, eso sí, con la fuerza, medios y prestancia que los retos a los que nos enfrentamos exigen del sector.

Cuando llegamos, tarde y mal, nos cabe el recurso de la pataleta y de la pancarta, que también hay que saber manejar con destreza, pero como decía antes, los retos a los que se enfrenta el sector primario son de tal calibre que ya no nos es suficiente con las herramientas y los modos de trabajar de hace 20 años y es más necesario que nunca que sepamos dotarnos de las herramientas, destrezas y modos que la situación actual y, sobre todo, el panorama futuro nos requiera.

Esta misma semana, tenemos sobre la mesa, un palpable ejemplo de lo que hablo, cuando el presidente Sánchez presenta el Plan España 2050 donde entre infinidad de temas y planteamientos, se habla del cambio climático que, finamente, se vincula con la dieta alimentaria y así como quién no quiere, se plantea la necesidad de reducir la ingesta de carne.

¿qué hará, haremos, desde el sector primario más allá de la protesta puntual, algún artículo como éste y otras actuaciones menores? Me temo, una vez más, que nada. Eso sí, cuando se vayan adoptando decisiones que afecten a nuestras explotaciones ganaderas, a nuestro modo de vida y de trabajar, nos echaremos las manos a la cabeza, pero, lamentablemente, será demasiado tarde.

Termino. Cuando se encuentre en alguna de las situaciones descritas anteriormente, acuérdese de la máquina de oruga.