magino que es sencillo comprender que conviva perfectamente el desprecio absoluto por las acciones de Putin con el hecho de que tampoco te gusten muchas de las actitudes y declaraciones de Zelensky. Sin pretender establecer planos, ni colocar niveles, puesto que uno es el invasor y otro el invadido y el que ve mayoritariamente atacado a su pueblo es Zelensky y no Putin, no termino de encajar las admoniciones que el presidente ucraniano lanza desde el inicio de la invasión. No conozco su papel hasta antes del 24 de febrero, no sé su implicación o no en las evidentes masacres hacia ucranianos prorrusos en el Donbás, aunque lógicamente alguna responsabilidad tiene que tener, así que me limitaré a señalar que cuando nos avisa a todos de que Putin nos va a atacar sí o sí, que los siguientes seremos nosotros y que hay que cerrar el espacio aéreo -esto de facto supone atacar a los aviones rusos, lo que de facto es declararles la guerra y a lo que la OTAN se niega- puedo entenderlo desde el punto de vista de quien está acosado, asediado y desesperado, pero resulta cuando menos muy peligroso. Peligroso porque no hace sino alertar de hipótesis que no tienen por qué cumplirse y peligroso porque incita o alienta claramente a la escalada, lo que, ya digo, es comprensible porque quiere ayuda para quitarse de encima a su enemigo, pero desde el punto de vista racional y preventivo es un disparate, en la medida en la que de un conflicto tremendo pero localizado y en vías de posible cuando menos apaño se pasaría a un escenario abierto, atroz y de consecuencias tan imprevisibles como aterradoras. Está en su derecho Zelensky de asustar al mundo o cuando menos le entendemos puesto que está en mitad de una situación tremebunda, pero habrá que confiar en que quienes le escuchen hoy en el Congreso de los Estados Unidos, la OTAN y otros países sigan apostando por vías cuanto más seguras mejor.