Pocas líneas me dan en el periódico para poder contar todo lo que los cebaditas hicieron en la matinal del primer día de la semana y, si a eso añadimos que la capacidad de síntesis no es mi fuerte, lo tenemos jodido. Pero, en fin, allá vamos. 

¿Tú no te quejabas de encierros anodinos?, ¿no decías que no había peligro?, ¿no escribías sobre la ausencia de picante en las carreras?, ¿no querías taza? Pues toma, taza y media.

Para empezar, me llama la atención el cambio de alguno de los mansos y puede que, con los toricos gaditanos de Medina Sidonia, no hacer que sigan los dos bueyes que en todos los encierros han ido por delante, haya sido una decisión desacertada. Aunque doctores tiene la iglesia y los pastores, sus motivos.

Los cebaditas salieron escopeteados. Imposible seguirles para los cabestros. En un santiamén y siempre con los bravos por delante, recorrieron Santo Domingo, Ayuntamiento, Mercaderes y la Estafeta mirando a todos los lados, amagando, derrotando y dejando sensación de peligro a cada paso que daban. Pero fue ya enfilando el callejón donde llegó el caos y vivimos un encierro con la firma de Cebada Gago escrita con tinta de sangre.

Cepillito, un precioso castaño claro y el más fino de la torada, con tan solo 485 kilos, cayó y quedó vuelto de espaldas a la plaza cuando aún quedaban por llegar dos de sus hermanos. No sé en qué se fijo pero el caso es que se revolvió y protagonizó unas escenas espectaculares con dos o tres corredores volteados por encima de sus lomos y otros que salieron rebotados y acabaron arrollados por esos dos toros negros, Llorón y Peluquín, que bajaban hacia al callejón ajenos a todo esto que estaba pasando por delante de ellos.

Entretanto, Marismeño, que había pisado la arena por delante en compañía de Arquero, se fue directo hacia su derecha buscando a la gente que se encontraba atiborrando burladeros y vallado y allí hizo carne en dos mozos a la vez: con el pitón derecho perforó el gemelo de uno, mientras que con el izquierdo se encelaba en otro haciendo caso omiso a los capotes de los dobladores. Feo doblete de Marismeño que nos recordó a todos que los toros pueden hacer mucho daño y que, si además se apellidan Cebada Gago, más todavía.

Total, tres heridos por asta de toro en la matinal más complicada de estos sanfermines aunque poco pasó para lo que podía haber pasado. Y como estas son una fiestas sin igual (riau, riau) pues sucede que es fácil tener un día tonto, pero más fácil es ver un tonto todos los días: por ejemplo ese pobre indocumentado que pretendía entrar en la plaza montado en su patinete. Ya no había toros, pero quedaban los mansos de cola y la tensión de lo vivido aún estaba latente. Y este pobre imbécil enseñando a todos su carnet de tonto profesional. Para los forales debía estar caducado y "educadamente" le hicieron desistir.

Me precio de conocer a mucha gente y tener buenos amigos que durante años me han abierto sus casas para ver el encierro desde que dejé de correr (uf, creo que entonces no existía aún el cine en color). Lo he visto por todas partes, pero la amistad con Iñigo Orive, chulo de banderillas de la plaza, me llevó ayer a verlo en un lugar de privilegio dentro de la propia Monumental pamplonesa. Que te inviten a verlo en lo que ellos llaman el confesionario y que encima sea el día en el que los de Don José Cebada montan este pifostio, no tiene precio.