No es sencillo el debate de si es acertada o equivocada la postura del ayuntamiento de Pamplona prohibiendo la actuación de charangas y peñas el próximo día 19 en el Casco Antiguo, aunque sea en horario diurno. No es sencillo porque el mismo ayuntamiento que durante años dejó abrir bares y locales a demanda ahora se ha puesto la capa de protector del oído vecinal, en un clásico ejercicio de hipocresía política. A la par, las peñas –como el Muthiko– manifiestan su queja por el hecho de que no se les permita animar con su charanga algo tan normal como un vermut de sábado, argumentando a su vez que su razón de ser es animar la ciudad. Y no les falta razón. El problema es que el vecindario de lo Viejo vive animado de fábrica y a muchos y muchas les es igual que el ruido venga de una charanga local con buenas intenciones que de un dj eslovaco que de una megafonía de una carrera de atletas o de a saber qué tinglado. El vecino medio, precisamente porque por la noche de jueves, viernes y sábado lo pasa en según dónde viva bastante mal pues agradece que durante el día el fin de semana pueda comer o echarse la siesta en paz. No necesita empatía. Necesita silencio. No todos, claro, pero muchos. Y es, reitero, comprensible que las peñas y charangas reclamen cierta manga ancha y hay que establecer cauces y sistemas para que todo conviva y se mantenga dentro de un orden, pero cuando vives en lo viejo ya todos son enemigos: el ruido es ruido y lo detestas todo: obras –las calles están muy cerca unas de otras y las numerosas rehabilitaciones y reformas son constantes–, repartidores, cuadrillas, festejos, bares, juerga, músicas varias. La amalgama es enorme y cae en los oídos y sistemas nerviosos de personas ya muy saturadas a las que ningún ayuntamiento ha defendido. El problema no es una charanga o una peña, ni la solución es prohibirlas. Hay que revisar todo. Todo es todo.