El embajador del Mundial de Catar dice que la homosexualidad es una desviación mental, y su ministro de Exteriores tacha las críticas europeas de arrogantes y racistas. Al menos han aclarado la razón que aquí a menudo se oculta o difumina: el islam prohíbe esa aberración, en el islam es haram. Y aunque su cháchara parece didáctica básica, religión para dummies, ni siquiera han juzgado necesario recordar otra obviedad, o sea, que al ser pecado constituye un delito. Si es contrario al islam, es contrario a la ley. Por eso tiene más lógica la sorpresa del Epi y Blas cataríes que la nuestra. ¿Acaso alguien creía que el desierto es una sauna?

Cuesta poco ciscarse en Catar por sus condiciones esclavistas. A sus gerifaltes les chorrea una pasta obscena y siempre reconforta señalar al canalla del puro y el bombín, allí chilaba y petróleo. Por lo visto también cabe, pese a ser retorcido, achacar la exclusión de la mujer árabe al machismo difuso y universal, como si no influyera un credo concreto. Lo milagroso es desligar el acoso penal y social de gais y lesbianas del carácter islámico de un país.

Y es que los usos y costumbres heteros exigidos en el Golfo serían semejantes en el Mundial de Marruecos y Malasia, Senegal y Libia, Yemen y Maldivas, todos ellos lugares hermanados por un rasgo indiscutible, sin duda el calor. El pasado 1 de julio el imán Mohammed Saleem Ali sentenció en la mezquita de Al-Aqsa que no se permitiría la existencia de un solo homosexual en tierra sagrada, ya que esa abominación contradice al islam. Seguro que se lo contaron a ustedes. Y no fue un augurio ni una amenaza: es una mera descripción.