Por si no se han enterado, el pasado fin de semana hubo elección de la canción que representará a RTVE en Eurovisión. Lo traigo aquí a colación porque el asunto está pasando casi desapercibido. No conocemos la opinión de ministras ni de partidos políticos; los grupos más activos de feministas no se han pronunciado; los nacionalistas no se han sentido discriminados; los defensores de la pureza de la lengua no han detectado frases en inglés ni agresiones al idioma; no hay peticiones para que rueden cabezas en la organización; nadie se ceba con la cantante por su vestuario o sus movimientos de baile; los programas de cotilleo no tienen por dónde hacer picadillo a la artista elegida; las redes sociales están en calma. Todo lo contrario a lo ocurrido el año pasado. Extraña unanimidad esta en un país acostumbrado a tejer polémicas sísmicas por asuntos banales. Tanto silencio lleva a preguntarse si la canción más votada sirve a los intereses de la organización para mantener la vitalidad del certamen previo en Benidorm y a la difusión y conocimiento público del tema seleccionado: apenas la he vuelto a oír ni en radio ni en televisión. Dicho esto, en mi opinión la canción elegida es un tostón más propio de las repúblicas bálticas o de Azerbaiyán. Aunque visto el resultado del pasado año –ganó Ucrania por un pucherazo sentimental– igual se lleva el primer premio.