Hola personas, ¿qué tal lo llevamos? Hoy traigo a vuestra mano el tercer y último capítulo de esta serie en la que vamos viendo las tropelías que unos y otros cometieron contra nuestro patrimonio artístico, histórico o etnológico, contra aquellos elementos que siglos atrás alguien levantó, con uno u otro fin, con más o menos arte, pero que han aguantado siglos en pie, que han soportado mil avatares, momentos de bonanza y otros de olvido y decadencia, y que han sido testigos y portavoces del pasado hasta que llega un iluminado y decide que es mejor tirarlo o reformarlo haciéndole un aggiornamento penoso y moralmente punible, se libra de que no lo sea también legalmente. Lástima.

El capítulo anterior lo acabamos en la Iglesia de San Saturnino. Como recordaréis este recorrido por iglesias y conventos lo estamos haciendo en un paseo virtual que llevamos a cabo paseando por las viejas rúas de un plano de 1719. Al salir de San Saturnino el camino natural que llevaría un paseante sería calle Mayor adelante, pero, aprovechando que el plano de marras nos ofrece una alfombra voladora, volaremos un poco para llegar a un terreno que a lo largo de la historia sufrió una especie de dejá vu. Dicho solar no es ni más ni menos que el que hoy ocupa el Palacio de la Diputación. Veamos.

En ese lugar allá por el siglo XIII se levantó el convento de Santiago ocupado por los dominicos, llamados Orden de Predicadores. O. P. El conjunto ocupaba el solar de la diputación, parte de Carlos III y su huerta se extendía por terrenos del paseo de Sarasate. Nos parecerá mentira pero el convento de Santiago a pesar de estar en terrenos hoy tan céntricos, según se ve en un plano que Martinena recrea en su libro La Pamplona de los Burgos…, estaba extramuros ya que quedaba entre la muralla de la Población de San Nicolás y la de la Ciudad de la Navarrería.

Ahí estaban tan ricamente los predicadores cuando las cosas en el viejo reino cambiaron. En 1512 Pamplona es conquistada por Castilla y el rey invasor decide que los terrenos que ocupan los frailes son ideales para que él construya su castillo, así que en un pispás los saca de su casa y derriba el convento para levantar su fortaleza.

Les buscan ubicación y es en la calle de Santo Domingo en donde les ceden terrenos y dinero para levantar el convento e iglesia que ha llegado a nosotros y que vimos el domingo pasado. El castillo se levantó y ahí estuvo unos años hasta que la creación de la ciudadela, mayor y mejor posicionada en el cinturón de la ciudad lo convirtió en fortificación obsoleta e inútil. Fue derribado y en sus terrenos volvió a instalarse una casa de religión, en esta ocasión fueron las Carmelitas descalzas quienes en los albores del S. XVII levantaron su cenobio. En él vivieron hasta 1836, fatídico año en el que, una vez más, hemos de hacer mención a la maldita desamortización de Mendizabal que obligó a las sores a abandonar su casa. En 1838 se demolió el edificio y en su solar se levantaron la casa del Crédito Navarro, el teatro Principal y el Palacio de la Diputación. La historia se repitió. El retablo mayor de la iglesia carmelitana lo podemos admirar en la de Ciriza.

Volvemos a volar sobre el plano y nos plantamos en la iglesia de San Lorenzo que ahí hay mucha tela pa cortar.

Iglesia gótica en origen, levantada para dar culto a los habitantes del Burgo de San Cernin considerados de segundo nivel, pobladores de las calles San Lorenzo, San Francisco, Santoandía o las hoy desaparecidas Arrias Oranza, Zacuninda o Burullerías, fue pieza clave en la defensa de la plaza por su altísima torre defensiva. Dicha torre ya se vio recortada en el XVI por ser más alta que las torres del castillo. La nave gótica, desgraciadamente, se derrumbó, en parte, a comienzos del XIX. Fue demolida en casi su totalidad y se levantó la espantosa iglesia que hoy conocemos. Aun así, conservaron la torre, la bonita portada barroca de estilo borrominesco, y la capilla de San Fermín.

La torre sufrió un ataque brutal por parte del general O’Donell a mediados del XIX y al quedar maltrecha decidieron rebajarla otro tramo. Un poco más adelante, algún iluminado, de los que comentábamos al comienzo, decidió que era mejor tirarla del todo y levantar una de nueva factura, y en 1901 es derribada la torre y la maravillosa portada barroca.

Del penoso derribo de ésta hay fotos que hacen que a uno se le salten las lágrimas ante tamaña salvajada. Y… ¿quién fue el encargado de levantar la nueva torre y de diseñar la nueva portada del templo?, efectivamente, el de siempre, el afamado, el historicista, D. Florencio. Una vez más Ansoleaga volvió a hacer de las suyas y nos dejó el pastiche que hoy es la fachada del templo. Y en el interior su compinche Istúriz nos plantificó el espantoso retablo que podemos ver. Tristísimo el caso de esta vieja iglesia fortaleza, que, entre guerras, generales, y arquitectos ha llegado a nosotros hecha unos zorros.

Volvemos a pasear por el plano, abandonamos San Lorenzo atravesamos el Portal Nuevo de Santa Engracia y salimos de la Pamplona amurallada para llegar al convento de los Trinitarios inaugurado el 25 de mayo de 1664 aproximadamente en el campo que hoy ocupan las Oblatas.

El topónimo de dicho lugar era el de Costalapea hasta la llegada de la Trinidad descalza que lo cambió por el de Trinitarios como ha llegado a nosotros. En el comentario de este convento me voy a ceñir a un elemento que ya no lo podemos disfrutar en Pamplona pero que no ha desaparecido, que aún sigue vivo y que lo podemos ver siempre y cuando hagamos las maletas y nos movamos unos cuantos kilómetros. Me estoy refiriendo a un cuadro, a una pintura, probablemente la pintura más importante con la que haya contado el patrimonio artístico navarro. Fue pintada por Juan Carreño de Miranda y por Francisco Rizi, si bien solo la firmó el primero, se titula La fundación de la Orden Trinitaria o La misa de san Juan de Mata. Obra magna de 5 x 3,15 metros fue realizada en 1666 y lució en el convento de la Rochapea hasta la desaparición del mismo en 1794, fue entonces cuando los frailes subieron a ocupar el antiguo convento de San Antón en la calle homónima, y con ellos subió el cuadro. Pero hete aquí que en 1821 los trinitarios desaparecen y el cuadro también. No hay sitio aquí para explicar sus peripecias, buscadlo en Google y las podéis leer. El final del cuento si se puede contar y este nos dice que el cuadro hoy en día se puede admirar en el Museo del Louvre.

Hasta aquí hemos llegado con ese triste inventario de lo que no tenemos.

Besos pa tos.

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