El otro día vi un vídeo de la cabeza de lista de Contigo Navarra al Parlamento de Navarra, Begoña Alfaro, en el que pedía a las claras que se limitase el alza de los tipos de interés de las hipotecas. Al margen de qué partido político lo pida, parece obvio que la petición no es una salida de tiesto, sino más bien todo lo contrario, en un contexto en el que la hipoteca media va a suponer una media de 3.000 euros y pico más al año, la inflación sigue por encima del 6% en febrero y la cesta de la compra ha subido un 15% en el último año.

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3.000 euros y pico más a pagar por una hipoteca pone un cuchillo en el cuello a millones de familias, por supuesto de clase baja pero también de clase media, puesto que estamos hablando de una subida que en algunos casos puede llegar a suponer un 50% más de lo que estaban pagando. Hace poco se supo que los beneficios conjuntos de la gran banca en España en 2022 había batido récords y se había situado por encima de los 20.000 millones de euros, un 28% más que en 2022. Esto es: mientras unos se hacen de oro –y sus accionistas–, otros trabajan varios meses para pagar unos intereses desmesurados.

Este país enterró decenas de miles de millones de euros cuando la crisis de la banca amenazó la economía –nunca se sabrá si amenazó solo la economía de los bancos o la general– y esos 70.000 millones ya no los volveremos a ver. Ahora, en un momento nuevamente crítico para millones de familias e individuos –quienes pagan hipotecas en solitario aún lo tienen mucho peor– establecer medidas valientes y necesarias debería ser obligado para cualquier gobierno que se llame de progreso, si por progreso entiende que progresemos todos y no solo los de siempre mientras en el otro extremo de la cuerda van cayendo a fango de las deudas y la angustia también los de siempre, los que llevan quince años seguidos recibiendo hostia tras hostia.