El francés Eric Cantona, que en 1995 le pegó una patada voladora a un hincha que le había lanzado insultos racistas, dice que es su mejor jugada y que no la cambia por ninguna. Ahora esas veleidades suelen tener lugar en las redes sociales y Cantona o Nico Williams o miles de afectados más poco pueden hacer ante la caterva de energúmenos que normalmente amparados en el anonimato sueltan insultos, descalificaciones, insinuaciones o bilis. Las redes sociales, con tantas cosas positivas, tienen esa parte infame de turba que apalea, ya sea al famoso que mete la pata, al que no hace lo que le gusta a la turba, al periodista que hace su trabajo mal o bien pero su trabajo, al deportista que no mete los goles que queremos que meta para nosotros. Ante eso, gente como Williams opta por cerrar sus cuentas y vivir ajeno a eso al menos un tiempo, algo que solo se puede aplaudir y respetar.

Nadie vamos al fontanero mientras cambia un grifo y le soltamos Vaya mierda grifo estás poniendo, cabrón. O al albañil mientras termina su pared a ponerle a caldo las juntas. No solemos decir en la calle lo que luego otros y otras sí se atreven a decir en redes, ya digo que en muchos casos amparados en el anonimato o simplemente en el hecho de que aunque tu perfil sea real a ver qué me va a pasar a mi si estoy en un pc en Pamplona y me estoy metiendo con un tipo que vive a mil kilómetros y que es millonario. Nada. Impunidad total, el país del apedreamiento en plaza pública y de los millones de anónimos pululando en redes con el beneplácito de las propias redes, de muchos medios de comunicación y de en general la sociedad, que sabe que esto está mal pero como es así y así es cómo lo vas a cambiar. Las empresas quieren clicks, tráfico, visitas, publicidad. ¿Hay cafres? A aguantar. No debería ser así. El que quiera dar borra, a cara descubierta, como en la calle. Bajaría la mierda un 90%.