Perpetro estas líneas en plena Santa Jornada de Reflexión. Sábado 27 de mayo, víspera de las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo del Año de Nuestro Señor 2023. Y lo hago antes de que los expertos saquen sus ya clásicas horquillas, antaño herramientas de peluqueros y hogaño armas de sociólogos infalibles cuando tienen los resultados ya en la mano. Santoral: Agustín de Canterbury, Atanasio Bazzekuketta (patrono de los instrumentos étnicos), Bruno de Wurzburgo, Eutropio de Orange, Gausberto de Limón, Gonzaga Gonza, Julio de Dorostoro (abogado de las oes), Ranulfo de Arras y Restituto (mártir de bautizo). Calendario lunar: Creciente, ayer 27 de junio; Luna Llena: 3 de junio; Cuarto Menguante: 10 de junio; Luna Nueva a estrenar: 18 de junio, y todos los hippies a la casilla de salida. Estado de la mar: a estas alturas de mi vida aún no puedo permitirme un yate, de modo que temporal para todos con olas de veinte metros. Y del horóscopo mejor ni hablamos por si se me llevan la envidia y los demonios y la lío. Al grano.

Para no aburrirme elaborando previsiones con menos futuro que Bertín Osborne en los Oscar, me he traído a casa a mi amigo/mascota Matías, adicto a todo tipo de porras y previsiones varias, entre las cuales cabe destacar su apuesta por la incontestable victoria de España en el último Festival de Eurovisión… y así fue la feria. Por eso me gusta apostar con él a estas cosas: detesto que ganar me suponga demasiado esfuerzo, pero con él resulta tan sencillo como robar con amparo legal, como los bancos. Para evitar que mi pequeño rompehuevos se me cortocircuite y acabe por volverme loco también a mí, decido limitar el espacio geopolítico de las apuestas a Euskadi, la única e inimitable Comunidad Foral de Navarra y a la no menos sorprendente Comunidad Autónoma de Madridlandia, cuyos estornudos nos salpican a todos en un radio de seiscientos kilómetros a la redonda.

Matías abre el juego vaticinando un espectacular vuelco en la Comunidad Autónoma Vasca, con mayoría de Vox, lehendakari falangista de cuarta generación y el Cara al Eguzki como nuevo himno (“por si hubiere ultras bilingües, que los vascos somos muy raros”, apostilla). Es lo que les decía antes: los pronósticos de mi querido fruto seco son tan peregrinos que, sin haber hecho aún mi apuesta, ya voy ganando de largo.

Pasamos a Navarra, donde sus delirios predicen una mayoría de Izquierda Unida, pero seguida a muy poca distancia del PP, lo que según él llevaría inevitablemente a un gobierno de coalición entre ambas fuerzas. Aguanto la risa y tomo nota de su apuesta mientras empiezo a pensar en qué voy a gastarme su dinero.

Y mientras Matías especula con la posibilidad de que Díaz Ayuso se pase a Unidas Podemos (lo tiene tonto) recuerdo el recientemente descubierto cambalache de la compraventa de votos por correo. No lo defenderé, claro, es sucio y deshonesto. Y anticuado porque, ya puestos, los votos deberían venderse por Amazon. Pero en cierto sentido… ¿no votamos todos por dinero? Por que bajen los impuestos (dinero), por que suban los salarios y las pensiones (dinero), por poder acceder a una vivienda digna (dinero). La legitimidad de cada aspiración es distinta, claro, pero el objetivo es el mismo. Y entre miles de viviendas que no existen y doscientos euros en metálico… Maldigo al comprador, vale, pero puedo llegar a entender al vendedor.

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