He estado unos días en Madrid, Lutxo, y por fin he probado el Bloodymary. Y, acto seguido, como no tenía prisa, me he permitido a mí mismo disfrutar un poco del placer de estar allí y seguir vivo. A la vida, si pudiera, ¿quién no le sacaría chispas sin parar? Todos lo haríamos, ¿no es cierto? Pero eso es imposible, creo. De hecho, he observado que, de un tiempo a este parte, hay una búsqueda de un nuevo concepto de autenticidad. Desesperada, en cierto modo. Me refiero a la búsqueda. La autenticidad hay que estar constantemente reinventándola, claro. Como todo. Como la identidad, como la verdad, como la justicia. Lo puedes llevar al terreno de la utopía, si quieres.

Cada generación tiene su comedia romántica, sus terrores y su sentido del humor. Y del mismo modo, cada época tiene su zeitgeist, su mal gusto y su utopia. El Zeitgeist es el espíritu de la época que, en la actualidad, es la codicia de las grandes corporaciones. Desmedida, en cierto modo. Me refiero a la codicia. El mal gusto es el lujo cutre que impera entre las élites. Y la utopía es el sueño de algo mejor, de una especie de salvación fantasiosa. No obstante, por consiguiente, supongo que ya no hay salvación. Ni en sueños. En Madrid, por ejemplo, todos los camareros están ya aprendiendo inglés. Inglés para camareros obviamente, Lutxo, le digo. Y me suelta: Se ha muerto Berlusconi. Y sí, vale, se ha muerto Berlusconi probablemente mucho antes de lo que a él habría gustado. Lo sé. Pero una cosa te digo, Lutxo, viejo gárrulo esdrújulo: Los berlusconis de este mundo siguen ahí y no van a parar. Porque están a lo que están, claro. No me gustaría pecar de optimista, pero he visto que, si se hicieran las elecciones ahora, Vox estaría en el gobierno. Y probablemente, el que tú sabes, se quedaría con la vicepresidencia, le digo. Y entonces bosteza y suelta: Esperemos que sea para bien. Qué paciencia.