Hay algo mágico en el acercamiento de la cultura al mundo rural, se crea un ambiente de proximidad entre el artista y el público que cobra una nueva dimensión en el entorno de un pueblo pequeño. Quienes pertenecemos a la generación que vio nacer programas como Correpueblos o las Rondas de otoño y primavera, esos primeros pasos en la necesaria descentralización de la oferta cultural, unas iniciativas desde lo público que abrieron en su momento un camino que poco a poco se ha ido dispersando, consolidado en algunas zonas, perdido casi en otras. Ahora son muchas las ofertas de todo tipo que se llevan a cabo en los pueblos de Navarra, desde lo público y desde lo privado, alguna de ellas ya fijas como pequeñas grandes citas dentro del programa del verano, porque es en esta época en la que más actividad se lleva a cabo aunque hay localidades que no descuidan en resto del año.

El esfuerzo de los ayuntamientos, los colectivos y quienes se lanzan a la organización es digno de elogio. Solo con mucha energía, trabajo y mucha generosidad se levanta el telón de gran parte de estos festivales que nos dan mucho más de lo que ellos reciben. La cultura es parte de la vida, en las ciudades, en los barrios, en los pueblos. Poder acceder a ella, vivas donde vivas, debería ser un derecho, pero no siempre lo es. Acercarte al arte, al teatro, al cine, a la danza a los libros es un viaje siempre agradable y cuando el destino lo tienes a la sombra de un árbol o en la orilla del río, es sin duda uno de los mejores placeres que nos regala el mundo rural.