Sabido es, por lo que no vamos a extendernos, lo bueno que era Bahamontes, sobre todo cuando la carretera se empinaba, pero quizás no es tan conocido lo afable y lo que te podías reír con él, especialmente cuando contaba alguna de sus batallistas ciclistas, mil y un anécdotas que después, cuando intentabas documentarlas, era imposible encajarlas porque –sin mala fe pero con una pésima memoria–, mezclaba años, carreras, recorridos y rivales...

Fue el mejor escalador de una época pionera, precaria y épica. Un ciclismo vintage que podemos lamentar que ya no exista hasta que vemos, por ejemplo, las dos últimas vueltas del Mundial del domingo y comprobamos que, en el fondo, lo realmente importante no ha cambiado. Se va un grande y da mucha pena, pero es imposible no recordarlo con una sonrisa, con esa misma sonrisa que él lucía siempre.