El acuerdo alcanzado el viernes entre el PP y Vox para conformar el Gobierno de Murcia con la cesión de dos consejerías a la ultraderecha es el último e indiscutible ejemplo de que el partido que lidera Alberto Núñez Feijóo está atado y supeditado a la formación de Santiago Abascal y asume con absoluta normalidad sus políticas. Con este último pacto, el Partido Popular comparte ya gobierno con la ultraderecha en cinco gobiernos autonómicos: Castilla y León, Aragón, Comunidad Valenciana, Extremadura y Murcia. Tras este acuerdo, que llega casi in extremis, el líder popular murciano, Fernando López Miras, será investido presidente después de ceder en sus posiciones, expresadas durante tres meses en las que ha llegado a afirmar que no gobernaría con Vox “bajo ningún concepto”, de forma similar a lo que sucedió en Extremadura con María Guardiola. Todos estos pactos tienen lugar, obviamente, con la aquiescencia de Feijóo, lo que permite dudar aún más de la estrafalaria propuesta del presidente del PP a Pedro Sánchez para que le permitiera gobernar durante dos años. Sobre todo, porque en su argumentario, el líder del PP aducía la necesidad de romper bloques y “trabajar juntos” populares y socialistas. Por contra, sus múltiples acuerdos con la ultraderecha –también en muchos ayuntamientos, algunos importantes, gobiernan juntos– consolidan a Vox como la única fuerza con la que el Partido Popular puede pactar. Si ya el blanqueamiento de la extrema derecha que está llevando a cabo la formación que lidera Feijóo es preocupante, lo es quizá aún más que los populares están asumiendo ya sin complejos muchos de los postulados ultras., principalmente en materia de igualdad, lucha contra la violencia machista, derechos del colectivo LGTBI o migración, entre otras. Baste recordar que este mismo viernes, la presidenta de las Cortes Valencianas, de Vox, se negó a condenar la violencia machista y abandonó la pancarta institucional de la protesta por el asesinato de una mujer por parte de su expareja. En este escenario, Feijóo no resulta en absoluto creíble. Tampoco su discurso ni sus propuestas de supuestos pactos de Estado que esconden también su supeditación ideológica a la extrema derecha. Su empecinamiento en forzar una sesión de investidura condenada al fracaso le retrata y le aleja de la centralidad política.
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