Por lo que se ve se celebra este fin de semana lo de San Fermín Txikito. También son fiestas de Huarte –empezaron el sábado pasado, las fiestas en algunos sitios duran ciclos lunares enteros– y en unos días empieza Villava, que también prolongará festejos durante nueve días, por si la gente se ha quedado sin opciones de mambo. No sé si quedan ya fiestas en algunos barrios de Pamplona, pero seguro que en más localidades aún están celebrando sus fiestas patronales, que comenzaron creo que en mayo. Muy bien. Lo de San Fermin Txikito, por ejemplo. Como parece ser poco que haya San Fermín Grande y no hay mediano y no hay suficientes festejos a lo largo del año pues toca darle al pimple un rato con el Txikito. Que nada en contra, oiga, más allá de la empatía total hacia los vecinos del Casco Antiguo, pero luego que no nos extrañe que seamos la comunidad en la que más pronto se inician los jóvenes en el consumo de alcohol –antes de los 14 años creí leer, una barbaridad– y que también seamos una de las que más litros consume por habitante y año. Hay una idealización general –institucional, social, por supuesto hostelera y hasta cultural– de las fiestas, lo cual no estaría mal sino trajesen muchas de ellas aparejadas una cantidad muy notable de conductas peligrosas y de consumos a unas edades tempranísimas. No sé, cuando la sociedad era una sociedad prácticamente agrícola y ganadera y se trabajaba de sol a sol y las fiestas eran quizás los únicos días del año junto a Navidad para sacar un poco la pata del tiesto pues parece lógico que el ser humano necesite puntos de fuga para la diversión, el cachondeo y la liberación. Hoy en día, cuando cada semana quien quiera tiene la opción y el contexto para irse de farra, tanto festejo parece directamente una exageración o cuando menos una necesidad que no es tal, sino más bien pura reincidencia. A pasarlo bien.
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