ÉI trabaja en este ámbito y lo tiene muy claro. Me pasa los datos. Según un estudio de la Universidad de Bristol, el 70% de las adolescentes y el 45% de los adolescentes quieren cambiar su peso o su figura o ambos. No les gusta su cuerpo o, lo que es lo mismo, no se gustan. Mirarse en el espejo de par de mañana pone en marcha el escrutinio más riguroso, salir a la calle e imaginar qué piensan quiénes les miran al cruzarse aumenta el grado de incomodidad, percibir a compañeras y compañeros considerados más atractivos y por lo tanto más exitosos y más queridos es descender varios peldaños en la escalera de la autoimagen. Qué decir si además reciben consejos o indicaciones sobre su cuerpo o, lo que es peor, comentarios negativos o burlas. Pasear, buscar ropa, ver una serie o revisar las redes sociales son oportunidades para contrastarse con un modelo hostil que les excluye. Se someten a diario a un examen permanente y agotador.

No es un fenómeno nuevo, pero su intensificación es preocupante y afecta a la salud física y mental. De hecho, los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) derivados son la tercera enfermedad crónica más frecuente entre adolescentes.

No es la única franja de edad afectada, pero sí la más sensible. ¿La recuerdan? ¿Alguien les enseñó a apreciar su cuerpo? ¿Quiénes eran sus modelos? En este momento, ¿cambiarían algo de su cuerpo si pudieran?

¿Cómo enseñamos a relacionarse a las y los niños y adolescentes con sus cuerpos ahora que está claro que es necesario? ¿Somos buenas compañías en ese aprendizaje o nos han visto luchar a brazo partido contra el peso, la edad, la tripa, la flaccidez…? Somos cuerpo hasta que dejamos de ser. Mejor que sea un lugar confortable.