No tengo palabras para describir tanto dolor. No hay palabras para describir lo que siento como mujer ni soy capaz de ponerme en el lugar de una madre a la que le arrebatan la vida de su hijo. Me faltan fuerzas. A la espera de que se confirme las circunstancias del crimen de Urbasa las primeras investigaciones apuntan a un nuevo caso de violencia vicaria. De confirmarse este extremo, estaríamos ante una de las formas de violencia machista más extrema que consiste en infligir dolor a una mujer a través de sus hijos, arrebatándole a quien es una parte de su vida, en este caso, la que engendró. Matarla en vida.

Desconozco los detalles reales de si el presunto agresor sufría depresiones, si se había aislado socialmente y no superó la separación de la madre de su hijo. No conozco ni me importan las razones que llevaron a la pareja a separarse, ni cómo reconstruyeron cada uno de ellos sus vidas. Me importa ante todo ese menor y todos los que están en medio de procesos de separación o con custodias compartidas que sufren violencia directa o indirecta. Nos queda la duda de si, en este caso, al asesinar a su hijo hubo la intencionalidad de hacerle daño a su ex pareja, si quiso infligir dolor a la persona con la que quiso volver, algo que no se conocerá hasta que no se cierre la investigación porque, además, no había denuncias previas.

Podemos pensar que este progenitor pudo perder la cabeza y sufrir una enajenación mental pero lo que sorprende es que, además de quitarse de en medio, quiera también asesinar a esa persona que, además de ser su hijo, tenía todo el derecho del mundo a vivir y a ser feliz con quién él quisiera. Subyace en todo caso un fondo de machismo-violencia cultural en el que el suicida cree que ese niño estará mejor en el cielo que cerca de su madre. Se podría entender como maltrato igualmente, porque ese niño tenía una amatxo a la que, ante todo, ignora. Es cierto que se tipifique como violencia vicaria o no, no va a servir para devolver a esta madre la vida de su hijo pero sí que como sociedad nos permitirá reflexionar sobre cómo hay que proteger a los menores ante situaciones como custodias compartidas en las que, no hay indicios claros pero si determinadas señales de alarma. Será necesario para tener las mejores herramientas posibles para explicar esa dura verdad a los compañeros de clase. Para acompañar a esas madres y que no se sientan culpables de las decisiones que tomen con sus propias vidas. Será necesario para hablar de lo que no se habla, de los miedos a separarse de muchas parejas para proteger a sus hijos. Para que psicólogos, abogados, jueces y profesionales acompañen a hombres y mujeres en procesos de separación con una perspectiva de género.

La recompensa de un agresor -en modo de violencia vicaria- es mantener el poder y el control que ven perder, creer que tanto la mujer como sus hijos son de “su propiedad; “te voy a dar donde más te duele”, subrayaba ayer Sonia Vaccaro, psicóloga clínica en declaraciones a EITB. Y añadía que padres capaces de hacer daño a su prole es “difícil” que hayan tenido algún vínculo con ellos. El sistema VioGén detecta a 1.400 niños en riesgo de sufrir violencia vicaria en todo el Estado. Casi nada.