La amnistía al procés lleva camino de salir muy cara. Se va a llevar por delante la convivencia política para mucho tiempo. Debilitará en su peregrino debate mundano, hasta ahora más emocional que racional, la fortaleza de los pilares del Estado de derecho. Contribuirá sin desmayo a la gresca. Apuntalará las trincheras y muros, dentro y fuera de las principales instituciones. Contaminará la imprescindible separación de poderes. Desgastará por lógica a quien se ha visto obligado a favorecerla por simple pragmatismo y ansias de poder. Debilitará en el tiempo la voz a quienes han fiado toda su suerte en ejercer una oposición demasiado ultramontana. Solo favorecerá a quien jamás pudo imaginar semejante desenlace tan feliz para su fuerte y que, por ello, le permite pavonearse sin recato alguno.

Tuvo que resultar humillante para el fervor socialista asistir a los 90 segundos de la catarata de advertencias conminatorias de Carles Puigdemont a Pedro Sánchez en el Parlamento Europeo. Aquel a quien el candidato del PSOE iba a traer de las orejas a la justicia se sentía triunfante y poderoso hasta el extremo de exigirle que cumpliera con sus condiciones para evitarse así un disgusto mayor, que no es otro que agujerear la actual mayoría parlamentaria. O, visto desde la arrogancia sibilina del presidente español, sencillamente éste se sacudió para sus adentros la oportunista andanada del preamnistiado catalán y se limitó a degustar entusiasta el refrán de que París bien vale una misa (sinónimo de gobierno en este caso para un ateo).

Impasible el ademán ante la tormenta, al líder del PSOE no se le mueve un músculo en la reyerta. Es entonces, ante la camorra, cuando rearma su adrenalina como exhibió ante Manfred Weber. Nadie recuerda apenas nada sobre el balance que arroja la presidencia de turno del Consejo de la UE. Ahora bien, queda fresca en la memoria la enconada trifulca entre Sánchez y el líder de los populares europeos que trastabilló la acostumbrada calma de las sesiones plenarias de Bruselas. Es ahí, bajo la presión y el acoso del enemigo confabulado donde el presidente navega a pecho descubierto, sabedor de que se maneja certero para salir indemne y dejando huella.

En el rocoso empeño de apuntalar los apoyos independentistas, tan propensos a deshilar sus costuras, Sánchez está poniendo mucha más carne en el asador que la otra parte de la mesa. Cuando Míriam Nogueras, quizá una de las portavoces con menos recursos dialécticos conocidos si se le quita el libro de los latiguillos soberanistas, suelta sapos acusatorios contra quienes ni piensan ni actúan como ella, es fácil imaginarse al presidente agarrarse la cabeza. Cuando Jordi Turull anuncia a los cuatro vientos una reunión entre Puigdemont y Sánchez, sabe que está metiendo la soga en casa del ahorcado. Cuando Junts y ERC reiteran convencidos desde la tribuna del Congreso que el referéndum dispone de hueco propio a corto plazo, a esa España enrabietada que cree asistir a la absoluta humillación de su país por toda una catarata de provocaciones le dan ganas de poner pie en pared y, en ocasiones, desbarrar hasta el ridículo.

Nadie parece comprometido con la distensión, siquiera con desinflamar tanto enconamiento. Desde luego, que nadie lo espere por parte del PP, sobre todo tras la moción de censura de Iruñea que ha dinamitado los últimos resquicios aún indemnes del maltrecho escenario y que les otorga una coartada perfecta para rearmar su mantra de que se asiste a un fraude electoral. Tras el acuerdo entre socialistas y Bildu, cuando a los populares les recuerden la renovación pendiente de la Justicia les entrará una risa floja. En el desaire siempre encontrarán a varios jueces y magistrados dispuestos a darles la razón o, simplemente, como le pidió el presidente del CGPJ al ministro del ramo: “déjennos en paz”.

Siempre hay un argumento a mano para mantener el brío de la contienda. Un estado beligerante que viene para quedarse. Como prueba del algodón, queda ahí el estreno de nuevos gallos para seguir la pelea como en el caso Miguel Tellado y Cayetana Álvarez de Toledo por el PP. Su estreno en la nueva temporada augura momentos de gloria. Le esperan al otro lado del ring los espolones de Óscar Puente, Félix Bolaños y María José Montero. En el caso de Yolanda Díaz, siempre dispuesta a echar una mano con los números en defensa del gobierno, bastante tiene con atender su casa de los líos, siempre revuelta escuchando unos y otros las puyas del exasperado ideólogo redactor-jefe de Canal Red, Pablo Iglesias.