Vamos para 3 meses de masacre en Gaza en respuesta a los salvajes atentados de Hamás y los cuerpos y las mentes se nos van acostumbrando a las imágenes, al asedio, al genocidio –o como quieran ustedes llamarlo, yo cuando leo que hay 15.000 niños muertos y veo algunos vídeos de cómo los tirotean como a muñecos de videojuego no me sale otra palabra o me salen peores–, mientras que la vida sigue fluyendo por Occidente con relativa calma por mucho que de vez en cuando se junten unas cuantas miles de personas en las ciudades pidiendo parar la situación. Tres meses en los que Israel y su actual gobierno han dado muestras más que contundentes de que al igual que han hecho la mayoría de sus predecesores desde hace muchos años se pasan la legislación internacional, los organismos mundiales y en general el derecho internacional por el arco del triunfo y con el consentimiento y aprobación de los Estados Unidos y de Europa, esos mismos que suponen la pureza absoluta cuando se habla del problema de Ucrania desde 2014 y de la posterior invasión de Rusia. Si estos países son capaces de dejar pasar por alto todo esto que estamos viendo a ojos vista mi pregunta es qué no serán capaces de hacer entre bambalinas, incumpliendo acuerdos, infiltrando espías, desestabilizando países y regiones y hasta patrocinando golpes de estado. Cuando no, directamente, bombardeando, como en ocasiones ha hecho la OTAN, sin más permiso que el que se da a sí misma. El asunto es que uno puede acostumbrarse por desgracia prácticamente a casi todo de lo que les pasa a los demás, como es el caso de los palestinos, y con eso están jugando y juegan quienes imponen el horror como único camino de conquista de lo que consideran suyo o un derecho divino que les ha sido inoculado en exclusiva. Lo único positivo de todo esto, si es que hay algo, es que igual alguno se cae del burro ese de muy buenos y muy malos.