Las guerras de Ucrania –que avanza ya en su tercer año de cruentos combates– y de Gaza –que esta semana cumplirá seis meses desde su inicio–, con las duras consecuencias de decenas de miles de civiles muertos, así como el riesgo constante de ataques terroristas, fundamentalmente por parte del yihadismo, han generado un clima de fuerte tensión y amenaza en Europa. La sensación de vulnerabilidad y alarma parecen haber calado entre los líderes de la UE, que en las últimas semanas han intensificado de manera muy notable los discursos de advertencia de riesgo de conflicto dirigidos a la población.

Resulta obvio que Europa no está preparada para una guerra o para una agresión militar del tipo que ha protagonizado la Rusia de Vladímir Putin contra Ucrania, y que amenaza también a otros países del Este del continente. Los últimos acontecimientos parecen haber convencido a los dirigentes de los 27 de la necesidad de reforzar su seguridad y fortalecer su “capacidad de disuasión”, lo que inevitablemente derivaría en un aumento de su gasto y potencial militar y armementístico. La reciente cumbre de Bruselas ha sido, en este sentido, especialmente significativa respecto a este nuevo clima. Los líderes de la Unión Europea han expresado la “necesidad imperiosa” de mejorar y coordinar la preparación militar y civil y la gestión estratégica de las crisis ante “un panorama de amenazas” y han instado a consensuar propuestas que deben tener “un enfoque que incluya a toda la sociedad y a todos los peligros”, lo que debe interpretarse como una clara advertencia a la sociedad civil europea.

De hecho, varios países ya están poniendo en marcha medidas como incrementos en los gastos de defensa o llamamientos a mujeres al servicio militar. Aunque el riesgo de un conflicto no es inminente, la amenaza sí es real, dado el poderío militar y las actitudes de algunos regímenes como el de Putin. Asimismo, hay una peligrosa deriva global a sustituir la diplomacia por la estrategia militarizada, por lo que resulta imprescindible no tanto una escalada armamentista como activar la acción cooperativa de las democracias occidentales residenciada en la ONU, aunque para ello es obligado dotar a la organización de medios y, sobre todo, de autoridad.

Ni Europa ni el mundo pueden permitirse una guerra a gran escala.