Cuando ya no te quedan principios ya solo te queda el final. Cuando lo has arrasado todo, ya nada crece, solo muere. Y cuando hablamos de guerra no hay otro final que la paz, dejar de matar para que de nuevo crezca la vida. Es tan duro y tan inhumano lo que Israel está acometiendo en Gaza, que debería ser un clamor internacional el pedir que cese tanta destrucción y poner fin al genocidio contra el pueblo palestino. Israel debería sentirse tan acorralado y solo como para no tener otra salida que la paz. Pero sigue matando. Hasta dónde son capaces de llegar en su afán de acabar con la población civil palestina se ha visto de nuevo esta semana tras el brutal y mortal ataque contra la ONG World Central Kitchen (WCK), organización humanitaria fundada por el chef español José Andrés, en el que murieron siete cooperantes cuya única misión era llevar alimento allí donde la gente muere de hambre.

Tenían entre 25 y 57 años y eran de diferentes países con un fin común: la ayuda humanitaria. Según todas las informaciones los cooperantes viajaban, como no podía ser de otra manera dada la peligrosidad de la zona, en coches perfectamente identificados con el logo de la Organización internacional bien visible y fueron alcanzados de manera reiterada e intencionada a pesar de haber coordinado previamente sus desplazamientos con el ejército israelí, como hacen el resto de entidades humanitarias que trabajan en ese lugar. Ver los cadáveres de estos cooperantes en las duras imágenes que se han difundido y publicado es un golpe más de realidad de lo que supone esta barbarie. Y nos lleva a preguntarnos qué no se habrá hecho antes con personas que no tienen detrás el apoyo de una entidad internacional. Israel justifica su ataque en “una identificación errónea”, escudándose en que atacaron de noche.

La oscuridad siempre es un aliado de las armas. Se mata mejor cuando crees que no te ven, por eso se ataca de noche, pero al amanecer el drama se hace visible. Esta vez han sido los trabajadores de una ONG encargada de repartir alimentos en Gaza, donde la ONU ya alertó hace semanas de que la gente empieza a morir de hambre por la decisión de Israel de bloquear la entrada de alimentos y medicinas. Impedir la ayuda humanitaria es una crueldad añadida a las guerras. Es ya el fin de todo principio, donde nada se respeta, donde no hay derechos humanos, donde la vida no vale nada y solo prevalece el dolor y la destrucción. Israel mata civiles, hombres, mujeres, niños; mata a periodistas, a médicos, a cooperantes a todo aquel que trata de poner un poco de esperanza allí donde ellos siembran horror. Hay que seguir diciendo basta.