Iba a escribir algo sobre los libros, que esta semana es su día y ojalá todo fuera color de rosas. Cuando pienso en libros recuerdo ese discurso de Federico García Lorca en 1931, inaugurando una biblioteca en su pueblo natal de Fuente Vaqueros: “yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”. Y seguía diciendo: libros, libros, porque decía: amor amor. Y todo eso tan maravilloso. Luego pienso en que ahora la inercia es dejarnos llevar, ya no hacemos proclamas encendidas, apasionadas, por la libertad, la justicia, es decir, por la cultura, los libros, el pan de una sociedad que requiere conocimiento y solamente recibe insulto y necedades. ¿En qué momento dejamos de reivindicar nuestra firme decisión (por lo que fuera) y caímos en la astenia de continuar sin empuje específico? La física nos dice que si no empujamos, si no aplicamos fuerza, el sistema sigue por la inercia. El mundo real nos avisa de que, a pesar de las leyes de Newton, la realidad presenta rozamiento y así, la inercia se convierte en una frenada suave pero implacable que acaba llevándonos al inmovilismo.

Aunque parezca que estoy metafórico hablo de la realidad. La inercia en la política, hoy que leemos los resultados de las elecciones en la comunidad autónoma vasca y prevemos qué sucederá en los próximos comicios que nos toquen; la inercia del genocidio impune en Gaza y de esos conflictos pagados por los más ricos donde desaparecen poblaciones como si no hubieran merecido unos derechos humanos; también otras inercias del hambre, la pobreza, del robo del norte rico al sur siempre pobre. Hay libros que nos ayudarían a quitar ese freno de la inercia, pero ¿quién lee ya en estos días algo más que ficción blandita y condescendiente?